¿Se equivocó la paloma?
Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al sur se fue al norte. Nunca me han gustado las palomas. No me fío. Ni son tan blancas, ni tan limpias, ni tan pacíficas. No me gustan ni las de Picasso. En grupo me recuerdan a una inquietante novela de Javier Tomeo en la que las palomas se habían adueñado de la ciudad solitaria. Y una paloma sola, pues eso, me resulta tan extraña como el Espíritu Santo. Tampoco entiendo lo del espíritu santo, y además, con perdón de los crédulos, no me lo creo. Todo este vuelo tan rápido, estos humos en black and white, este cónclave tan corto, me han pillado lejos de casa pero cerca de mi móvil y en Lisboa. No en cualquier sitio, sino en el último cuarto que habitó uno de los poetas menos católicos y sentimentales del siglo XX, en la habitación final de Fernando Pessoa. Un pagano. Un poeta amante de los misterios. Un pagano que podía sentir simpatía por la superstición cristiana. Un pagano que, puesto a tener que aceptar la convivencia con los católicos, con los cristianos, lo que más cercano le podría resultar es la fe popular en los milagros y en los santos, en los ritos o en las romerías. Eran otros tiempos. La religión y sus misterios no tenían televisión. No eran un real escenario de un enorme reality show. No me puedo imaginar al poeta, al pagano y solitario bebedor, recibiendo un mensaje en un móvil que le dijera: "Habemus papa". Es muy raro sustituir la paloma mensajera por el mensaje del móvil. Así me enteré de la fumata bianca. Las campanas de Lisboa empezaron a sonar, todavía los portugueses se movían entre la esperanza y la incredulidad de que el nuevo Papa podía ser un cardenal portugués. No fue así. No podía ser. El candidato portugués, simpático, suavemente progresista, era, es, un cardenal fumador. ¿Alguien se imagina a un Papa fumando? La adicción a la nicotina del cardenal Policarpo, sus fotos como fumador le acercan a Pessoa y le separan del papado. Fumar es cosa de paganos. Tampoco ayuda a los portugueses católicos, apostólicos y paganos en general que el "Espíritu Santo" tenga allí tantas sucursales. Da mucho el cante eso de que uno de los bancos principales se llame Espíritu Santo. Una cosa son las saneadas cuentas de la Banca Vaticana y otra llamar a un gran banco Espíritu Santo. Pagano, demasiado pagano.
Y seguimos por Lisboa entre campanadas católicas y una pagana alegría en el aire. Lisboa está guapa y llena de españoles. Y repleta de banderas portuguesas en los balcones. Uno, que sigue guardando una nostálgica ingenuidad, pensaba que era por la cercanía del 25 de Abril. Pero no, enseguida me rebajaron la nostalgia de aquella hermosa y frustrada revolución de los claveles y me aclararon que era por razones de no sé qué acontecimiento deportivo. Recorrimos las estaciones pessoanas, es decir, tabernas, viejos y hermosos cafés supervivientes, restaurantes que mantienen su antiguo y mesocrático encanto después de más de dos siglos, como el querido Martinho de Arcada. Más allá del enorme poeta, Fernando Pessoa se ha convertido en un icono mucho más reconocible y eficaz que Sandeman, aquel hombre de la capa que con su eficaz diseño de capa y bebida dio la vuelta al mundo. A nadie le parece raro que Pessoa se haya convertido en una marca nacional. Su silueta, interpretada de mil maneras, se ha convertido en una publicidad de primera magnitud para vender país. Los franceses lo hicieron con nuestro Picasso. ¿Nosotros lo podríamos hacer con Federico García Lorca? Se lo tengo que preguntar a mis queridas García Lorca, Gloria, Isabel y sobre todo a Laura. Digo sobre todo a Laura porque es ella la que ha sido capaz de hacer que lo lorquiano sea no sólo universal, sino renovadamente moderno. Desde Falla a Lou Reed, de Manolo Caracol a Enrique Morente. O desde Luis Rosales -atentos a la antología que prologa para Visor el también granadino Luis García Montero, que rompe tópicos y renueva la mirada de este poeta demasiado desdibujado- a Paul Auster.
Publicitar un país a partir de la obra y la imagen de un poeta. No es mal camino para vender lo mejor de nosotros mismos.
Resulta curioso el mundo de la publicidad y los poetas. La publicidad se sirve de ellos y ellos no han sabido servirse de la publicidad. Rafael Alberti hizo algunos dibujos, por cuatro duros, para algún brandy jerezano. Fernando Pessoa no tuvo fortuna en vida con la publicidad. Lo intentó con un eslogan para la coca-cola. "Primero extraña, después entraña". Esa fue la frase que el poeta, y empleado de una compañía publicitaria, pensó para el famoso y nuevo refresco en las primeras décadas del pasado siglo; no les gustó a los prosaicos ejecutivos de la bebida que conquistó el mundo.
Al que no veo participando en campañas publicitarias es al admirado, con perdón, premio Cervantes, Rafael Sánchez Ferlosio. Y no porque no sea capaz de acertar con una frase, con un eslogan, con un lema, sino porque no está por la labor de vender su talento ni a dios ni al diablo. Ni aunque fuera el mismísimo "diablo enamorado" de Cazotte -felizmente rescatado por Siruela-, su inteligente pesimismo vital se lo impide. Y sin embargo es capaz de encontrar un probable emblema para un hipotético blasón tan eficaz como ese que una vez escribió:"Ladro pero no muerdo". Que siga ladrando muchos libros.
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