Dos bocanadas grises y campanadas tardías
Miles de fieles se congregan bajo las ventanas de la basílica de San Pedro tras el anuncio del nuevo pontífice
"Joseph, cardinal, Ratzinger". Un grito de emoción acoge el anuncio del cardenal Jorge Medina Estévez. Un grito que sale al unísono de miles de gargantas, porque son miles de personas las congregadas bajo el balcón de las Bendiciones de la basílica de San Pedro en el Vaticano. La fumata blanca había llegado de improviso. Diez minutos antes de las seis de la tarde. "Es tan emocionante", decía Rebbeca, una estudiante norteamericana, católica y devota del fallecido Karol Wojtyla, que esperaba desde el lunes alguna señal de la chimenea colocada oportunamente sobre el tejado de la Capilla Sixtina. Después de dos bocanadas medio grises, allí estaba el humo, claramente blanco, ascendiendo por el cielo turbio de Roma.
"Ya hay Papa", gritaba la gente, en los pequeños círculos, en torno al obelisco, pero los aplausos eran contenidos. Las miradas estaban prendidas de la gran campana. ¿Sonaría al fin? Pasaron otros cuatro, cinco, seis minutos, antes de que el sonido inequívoco, rotundo, ancestral del campanone de San Pedro confirmara la realidad: "Habemus Papam".
"Lo sabía, sabía", grita una monja filipina, agitando un papel con el nombre del ex guardián del dogma, del cardenal alemán que ha sido durante 24 años el brazo derecho de Juan Pablo II. La emoción va unida a un sentimiento de incredulidad en esta inmensa plaza repleta en unos momentos de romanos de a pie, que han dejado las tareas cotidianas para venir hasta aquí, al pie del balcón de las Bendiciones, en torno al que ha girado la vida de esta Ciudad Eterna durante tantos siglos.
Tras el anuncio del cardenal Medina, se produjo una especie de conmoción general en la ciudad. Las campanas de centenares de iglesias sonaron al unísono. Los peatones cambiaron de rumbo como siguiendo una consigna secreta, y enfilaron de golpe un mismo camino. Hacia Piazza San Pietro. Escolares de Vicenza, en visita turística con dos maestras, dieron la vuelta en plena plaza de Venecia acosada por las multitudes y el tráfico, rumbo al Vaticano. Congregaciones enteras de religiosas, curas polacos con banderas y pancartas, en recuerdo del "Gran Karol", jubilados y turistas, empleados y policías. Miles y miles de personas se pusieron en marcha camino del lugar donde en unos minutos se anunciaría la gran noticia.
"Iba a recoger a mi hermana al Largo Argentina cuando he oído las campanas. ¡Oh Dios!, he pensado, 'tenemos Papa', y me he venido corriendo". La señora Franca, 56 años, dice que no está ni triste ni contenta. "Esperaba un Papa del Tercer Mundo, no un europeo. Pero...", se encoge de hombros. "Es un hombre mayor, y será un Papa de transición, dicen. Al menos ya le conocemos". A su lado, una señora con gafas oscuras reclama silencio. "Va a dar la bendición, no lo oyen".
"Perdonen, ¿han oído el nombre? ¿Cómo se va a llamar?", pregunta una religiosa que viste hábito beige y toca blanca. "Benedicto XVI", responde uno de los policías que patrullan la plaza. La gente aplaude, luego, en silencio, escucha la bendición Urbi et Orbi. Asombra, conmociona casi, ver a miles de personas convocadas espontáneamente, por un penacho de humo blanco, y el repique de las campanas. Pero Roma es así, cuartel general del catolicismo, pero también la vieja ciudad de los Papas, los verdaderos soberanos de este universo particular que no acaba de acompasarse totalmente con el mundo moderno.
Incluso los que discrepan están aquí esta tarde. Stefano, un romano en los sesenta, es de los que no parecen satisfechos con el anuncio del cardenal Medina. No ha gritado, no ha aplaudido. Está inmóvil sujetando la bicicleta en la que circulaba por la ciudad hasta hace unos pocos minutos. "No soy creyente, no me malinterprete, pero este hombre, es un mal para la Iglesia, un mal para la humanidad". Aplauden nerviosísimos, en cambio, los tres sacerdotes de Eritrea que han venido corriendo, en un suspiro, desde la Vía Gregorio VI para ver de cerca al nuevo Papa. "Estamos muy contentos", dicen en italiano. No lo parecen tanto Úrsula y su marido, que han venido expresamente también, desde vía Boezio, por donde paseaban, dice él, con los dos niños pequeños. "Es como el Papa Juan Pablo II. Ha sido su hombre de confianza en todos estos años. Creía que habría alguna novedad, qué se yo". Úrsula, en cambio, alta y rubia como una verdadera alemana, sonríe confiada. "La Iglesia le necesita. Será bueno para todos".
Eso cree también Ángel, sacerdote colombiano de 24 años, que estudia Teología en Roma. "Un Papa tiene que ser reflejo de Jesucristo, del Evangelio. Eso es lo único importante", dice. Muchos de los que aplauden con los ojos brillantes son fieles o religiosos latinoamericanos, como Daniel Medina, un sacerdote que estudia en Roma y ha estado también por la mañana, contemplando de cerca la fumata negra, junto a un grupo de compatriotas.
¿Esperaba un Papa de América Latina, quizás? "La nacionalidad no importa. Es sólo un aspecto que cada uno aporta, y que enriquece al conjunto, pero Juan Pablo II nos enseñó a estar unidos, a ser una sola y verdadera Iglesia. Pero una vez elegido el Papa la nacionalidad no cuenta porque se integra en su carisma. De forma que es el Papa de todos". Y a tenor de los gritos y los aplausos puede que Daniel Medina tenga razón.
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