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Columna
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18-A

La suerte está echada o, por decirlo como César: "Alea jacta est", que es lo mismo, pero en cesáreo. Ahora que, si queremos ponernos solemnemente cursis, podemos soltar "ha hablado el pueblo", y añadirle como apostilla aquella frase de Alcuino de York tan manida de "Vox populi, vox Dei". Bueno, pongamos que el pueblo ha hablado y que es como si hubiese hablado Dios, pero ¿qué ha dicho? Les juro que no tengo ni idea, pero me parece un poco fuerte preguntárselo a usted, querido lector que está en condiciones óptimas para saberlo, no en balde tiene en sus manos un periódico que le habrá informado con pelos, señales, quesitos, barras y sesudos comentarios. En cambio, quien esto escribe no puede tener ese periódico en las manos, porque, al formar parte de él, le es anterior como el huevo a la gallina o viceversa. Hombre, podría haber jugado a las adivinanzas o haberme puesto en plan Rappel. Claro que, en tal caso, hubiera preferido dirigir los pronósticos al Euromillón o la Primitiva, ya que siempre es más seguro un paraíso fiscal que todos los que pueda prometer pongamos por caso el famoso silogismo de autogobierno infinito, bienestar infinito. Finalmente, hubiera podido hacer la de Gorgias, ya se sabe, aquel filósofo que se jactaba de defender con igual rigor una cosa y su contraria, y me hubiera bastado para ello con escribir tres columnas: una donde se analizara lo más probable y las otras dos donde se recogerían las improbabilidades de signo contrario, por no decir los milagros.

Porque ésa es otra. Ahora que se han callado, no nos acordamos casi de lo mucho que gritaron los sondeos, que no serán ni el pueblo ni Dios, pero hay que ver lo creído que se lo tienen. Los hubo para todos los gustos, de modo que alguno habrá dado en el clavo. Pero ¿cuál? Tampoco hay que recurrir al arte de la demoscopia, ese estetoscopio de la marabunta, para saber que todos los candidatos habrán hallado motivos de satisfacción: quién porque mejoró, quién porque ni siquiera pensaba que pudiera estar, quién porque perdió, pero no tanto, quién porque lo perdió todo, pero no le importa. Ni hay que rascarse la cabeza para saber lo mucho que los candidatos se disputaron el voto del señor Cayo, pero ¿y qué? Lo que se espera de un estilita, o sea, de quienes hacemos malabarismos en las columnas, es que, pase lo que pase, lo analice; vamos, que perore sobre las negociaciones que empiezan hoy, quizá a las 8.00. Cierto, ahí las combinaciones no son muchas y el techo dependerá de quien tenga que negociar, pero permítanme que no entre en detalles. Tengo el día melancólico y barrunto que lo imposible no habrá sucedido y que volveré a desayunar más de lo mismo, aunque trataré de ponerle fibra, para que, al menos, no se me resientan los intestinos, el intestino perezoso que llaman, y que me temo habrá ido de par con el estómago agradecido para que algunos no podamos tener ni una alegría.

Si estaré melancólico que me he echado en brazos de Paulo Coelho, ese Salomonazo que lo mismo vale para un roto que para un descosido y que trata de consolarme con su voz insinuante y empalagosa: "Cada uno tiene una leyenda personal por cumplir, y punto final. No importa si los demás te apoyan, te critican, no te hacen caso o te toleran; tú haces aquello porque es tu destino en este mundo, es la fuente de toda alegría". Como ve, sufrido lector, las palabras de Coelho quieren darle sentido a lo de abandonad toda esperanza, pero, no sé por qué, sólo consiguen melancolizarle a uno más. Ha llegado el 18-A dejando sobre la arena unas palabras que sólo borrará, acaso, la siguiente marea. Hasta entonces, quisiera contarte un cuento, Margarita: "Era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha del día y un rebaño de elefantes. Un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como tú", o sea, como el Estatuto, pero en psicodélico. No se depriman, amigos lectores, Dios aprieta pero no ahoga. ¿O será el pueblo con su voz?

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