La gran sorpresa de Wojtyla
Los dos grandes 'papables' en el cónclave de 1978 eran Siri y Benelli
Eran las 19.35 horas de la tarde del 16 de octubre de 1978 cuando desde el balcón central de la basílica de San Pedro fue anunciado urbi et orbi (a la ciudad y al mundo) que después de 450 años había sido elegido un Papa no italiano. Se trataba del joven y deportista cardenal polaco de Cracovia, Karol Wojtyla, de 58 años de edad. Logró la mayoría de dos tercios en el octavo escrutinio, con 99 votos sobre 111 votantes. Los periodistas y curiosos que aquella tarde nos hallábamos en la plaza de San Pedro -esperando la fumata bianca que anunciara al sucesor del misteriosamente fallecido, después de sólo 33 días de pontificado, Juan Pablo I- no podíamos entender lo que había pasado en el cónclave. Porque el nombre de Wojtyla no apareció nunca en las listas de los papables fabricadas por la prensa, ni estaba en la mente de los cardenales antes de entrar en el cónclave en la Capilla Sixtina.
"Nunca había oído ese nombre", comentó el cardenal guatemalteco Mario Casariego
Tanto es así que más tarde el cardenal negro Malula diría que en los nueve días de discusión en busca de un sucesor para Juan Pablo I "nunca había oído hablar de Wojtyla". ¿Qué había pasado? Según reconstrucciones posteriores y gracias a indiscreciones de algunos cardenales y de Juan Pablo II podemos saber algunas de las cosas que condujeron, en el secreto de la capilla que pintó Miguel Ángel, a la increíble elección, del todo inesperada, del Papa polaco.
Cuando los cardenales entraron en el cónclave el día 15 de octubre -el futuro Papa casi queda fuera porque había llegado corriendo de un paseo por las montañas de los alrededores de Roma y estaba a punto de pronunciarse el extra omnes, después de lo cual se cierran las puertas y ya nadie puede entrar-, los dos grandes papables eran el entonces cardenal arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, uno de los más notables conservadores del colegio cardenalicio, y Giovanni Benelli, un centrista que había sido sustituto de la Secretaría de Estado con Pablo VI, quien le hizo después arzobispo de Florencia y cardenal para darle la posibilidad de poder un día participar del cónclave. Había sido su hombre de confianza. Benelli era partidario de una cierta descentralización de la curia y de dar mayores poderes a los sínodos de obispos, algo en lo que estaba en contra su contrincante Siri. Llegaron al cónclave enfrentados, cada uno con un buen paquete de votos detrás de sus candidaturas. Comenzaron las votaciones y los cardenales estaban seguros de que uno de los dos acabaría siendo elegido.
Después de los primeros cuatro escrutinios, Siri se quedó en 59 votos, y Benelli, a quien apoyaban los cardenales latinoamericanos y africanos, en 40. Viendo que ninguno de los dos grupos daba un solo voto al otro, comenzaron a aparecer nuevos nombres de italianos, y algunos con el nombre de Wojtyla, algo que extrañó a muchos. El fallecido cardenal guatemalteco Mario Casariego comentaría que él "nunca había oído ese nombre". Pero los seguidores de los dos rivales seguían en sus trece, enrocados en sus respectivos jefes de filas. Y el cónclave se empantanó.
Así, la tarde del día 16, tras una intervención del cardenal arzobispo de Viena, Joseph Koenig, un buen grupo de cardenales centroeuropeos decidió apostar por el joven cardenal polaco, pensando también en que el comunismo se estaba desmoronando y que el cardenal polaco conocía bien aquel mundo. Y la elección fue rápida.
El cardenal primado de Polonia, Stephan Wyzynski, que tenía gran autoridad sobre Wojtyla, le conminó a aceptar. Era una decisión casi milagrosa la elección de un Papa llegado de un país del Este europeo, dominado por el comunismo. El cardenal de Cracovia aceptó. Había conseguido 99 votos. Muchos de los italianos acabaron dándole el suyo. A pesar de la gran sorpresa, se pudo saber después que Wojtyla ya había tenido algún voto (cuatro) en el cónclave de agosto, en el que fue elegido Juan Pablo I. Fue el mismo Wojtyla quien haría más tarde esa confidencia. Por eso, hay quien asegura que el cardenal polaco entró con cierta preocupación en el cónclave de octubre.
Lo que sí sabemos es que había dejado en Cracovia, encima de su despacho, un electrocardiograma que revelaba el perfecto estado de su corazón. Oficialmente, Juan Pablo I había muerto de infarto de miocardio. Una de las preocupaciones de los cardenales era nombrar a un Papa no italiano después de una tradición de cinco siglos. ¿Cómo iban a recibir al Papa polaco los fieles de Roma? Quizás, por ello, el nuevo Papa, quebrando una tradición también de siglos, al salir al balcón de la basílica, en vez de limitarse a dar la bendición a los presentes, quiso hablar. Y lo hizo en italiano, que había aprendido estudiando teología en el Angelicum de Roma, siendo aún un joven sacerdote, donde se doctoró con una tesis sobre la mística de San Juan de la Cruz. Los romanos, comprensivos e incrédulos, lo aplaudieron igualmente.
Veintiséis años más tarde le organizarían el funeral más grandioso de la historia.
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