Los consejos de Küng al cónclave
Estimados cardenales: tras el extremadamente largo pontificado de Juan Pablo II, os váis a reunir para elegir un nuevo Papa. Se trata de un momento determinante para la Iglesia católica del siglo XXI, comparable a la convocatoria del Concilio Vaticano II en el XX.
Junto con mi ex compañero de Tubinga Joseph Ratzinger, ahora prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, probablemente sea el último teólogo del Concilio que se mantiene todavía plenamente activo. Hace 45 años, en 1960, escribí un libro, Concilio y unión de los cristianos, que orientó a muchos de los que participaron en él. En consecuencia, espero, queridos hermanos, como teólogo desde hace mucho tiempo en activo, que a pesar de todas las críticas vertidas contra las políticas del difunto Papa siempre ha permanecido leal a su Iglesia, poder compartir con vosotros algunas reflexiones. Pienso que podrían ser importantes para la próxima elección.
Elegid un Papa que permita la ordenación de las mujeres, que respete el derecho de los sacerdotes a casarse, que no excluya permanentemente a los divorciados de la eucaristía
Desde el Vaticano II, ni siquiera la Iglesia católica romana puede considerarse por encima de las demás, "la Iglesia que proporciona la salvación", la única Iglesia verdadera de Jesús
En el Vaticano II establecimos una distinción entre los problemas externos de la Iglesia y sus problemas internos. Probablemente los católicos compartan en su mayoría mi opinión de que debería mantenerse la línea de Juan Pablo II respecto al mundo en general. También el siguiente Papa debería, desde luego, defender los derechos humanos, promover la paz mundial y establecer puentes con otras religiones. ¿Pero cómo están las cosas dentro de la Iglesia?
Las conversaciones sinceras con sacerdotes y fieles de vuestras diócesis os habrán hecho daros cuenta de que el estado interno de la Iglesia es peor que hace treinta años. Una y otra vez ha sido posible señalar una contradicción entre el compromiso del Papa con el mundo exterior y la falta de compromiso con los derechos humanos, la paz y el diálogo dentro de la comunidad eclesiástica. Por supuesto, la participación en el mundo exterior es más fácil, dado que uno puede hablar a la conciencia de los demás, mientras que el compromiso con la Iglesia, que exige autocrítica y una búsqueda de conciencias, puede tener consecuencias incómodas. El siguiente Papa sólo podrá convencer a los fieles si empieza la reforma por sí mismo y los que le rodean. "La reforma en la cabeza y en los miembros" fue una exigencia ya planteada a finales de la Edad Media.
¿Pero qué tipo de Papa necesita nuestra Iglesia en este momento? Ciertamente, vuestros pensamientos están centrados en esta pregunta. Resumiré todos los requisitos en cinco criterios. No son aleatorios. Se basan en el Nuevo Testamento, en la gran tradición católica y en el Concilio Vaticano II.
UN PAPA EN SINTONÍA CON EL EVANGELIO.
La actual situación es grave: en la mayoría de los países se da un rápido descenso no sólo de ordenaciones sacerdotales, sino de identificación de la generación más joven y de las mujeres con la Iglesia, y de hecho, de la influencia de la Iglesia en el público en general. En este momento necesitamos un Papa guiado básicamente por las exigencias del evangelio de Jesucristo, y, en consecuencia, centrado en las necesidades de los hombres y las mujeres actuales. Nadie quiere volver a la Iglesia papal medieval, en la que un monarca papal, gobernando de manera teocrática, pensaba que disponía de absoluto dominio sobre las iglesias apostólicas del Este y sobre las iglesias de Occidente, y de hecho sobre la conciencia de hombres y mujeres, y que incluso podía dictar la moral a los Gobiernos mundanos.
A pesar de todo lo que dijo y viajó, el papa Wojtyla no consiguió imponer sus puntos de vista rigurosos, especialmente en materia de moral sexual y matrimonial. A ellos se opusieron los católicos y los Parlamentos nacionales por abrumadora mayoría (por ejemplo, en Polonia). Las declaraciones y sanciones disciplinarias del Vaticano, las presiones abiertas u ocultas, no consiguieron prácticamente nada. Por el contrario, la campaña de evangelización provocó ansiedad respecto al imperialismo espiritual de Roma y contribuyó a que se rechazase la mención de Dios e incluso del cristianismo como factor cultural en el preámbulo de la Constitución europea.
Con vuestra gran experiencia sabréis que los bien organizados viajes papales no han podido ocultar que no todo marcha bien en la Iglesia. Las filas sacerdotales están disminuyendo, y hay pocos recién llegados para llenarlas; pronto, el mundo de habla germana no será la única zona en la que casi dos tercios de las parroquias carecen de párroco ordenado o de celebraciones eucarísticas habituales. El clero célibe está desapareciendo, y su credibilidad se ha visto profundamente sacudida por los escándalos de pedofilia que se extienden desde EE UU a Austria.
La primera gran petición que os planteo la hago en nombre de muchos: elegid un Papa que no se aferre al derecho medieval de la Iglesia, sino que siga la brújula del evangelio, con las puntas dirigidas hacia la libertad, la misericordia y la bondad afectuosa en el tratamiento de todos los problemas pendientes. Para ganarse la confianza de los fieles, el próximo Papa no sólo debe constituir una autoridad formal, jurídica e institucional, sino también una autoridad personal, pertinente y carismática.
En una palabra, queridos hermanos, elegid un Papa en sintonía con el evangelio, que sencillamente actúe como actuó el mismo Señor, de quien se dice "yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan, 14, 6).
UN OBISPO COLEGIAL.
Estamos muy lejos del siglo XIX, cuando en Roma pensaban que debían protegerse del liberalismo moderno y del socialismo mediante la centralización y la burocratización. En aquella época se intentó restablecer el paradigma medieval y contrarreformista de la Iglesia frente a la modernidad. Recuerdo muy claramente las múltiples conversaciones que mantuve con teólogos y obispos durante el Concilio Vaticano II. Estaban de acuerdo en que el centralismo, el legalismo y el triunfalismo eran giros equivocados. Todo esto debía quedar superado en el Concilio.
Con vuestra gran experiencia, sabéis que a menudo se han producido en las pasadas décadas ofensas contra el espíritu de colegialidad. A menudo se ha obligado a los obispos a hacer cumplir la línea impuesta por el Vaticano, a expensas de la credibilidad que deberían ofrecer a sus sacerdotes y fieles.
De ahí mi segunda gran petición: elegid un Papa
- que restaure la colegialidad del obispo de Roma con los otros obispos, que existió en la Iglesia de los primeros siglos y que fue solemnemente confirmada por el Concilio Vaticano II;
- que no considere a la Iglesia como un aparato de poder unilateral, que excluye el diálogo y la democracia, sino como una comunidad de fe, como el pueblo de Dios, con el Papa y los obispos a su servicio;
- que, por consiguiente, no considere los oficios de la Iglesia como una "norma sagrada" (= jerarquía), sino como servicio (= diaconía) a hombres y mujeres;
- que no se presente como único gobernante, sino como obispo principal incorporado al Colegio Episcopal, al servicio de todo el ecumene;
- que no espere de los obispos obediencia ciega y una aplicación de la línea que él imponga, sino que los considere "buenos pastores" con responsabilidad propia, en asociación con el Papa, que se identifican principalmente con los fieles de su diócesis y de su país en el espíritu de Jesús. En una palabra, queridos hermanos, elegid un obispo compañero colegial. Porque, "uno solo es vuestro maestro, y vosotros todos sois hermanos" (Mateo, 23, 8).
UN PASTOR BIEN DISPUESTO HACIA LAS MUJERES.
Reverendos cardenales, desde el Concilio Vaticano II sois perfectamente conscientes de que un gobierno eficaz de la Iglesia no puede tratar a la mitad de la humanidad, su mitad femenina, como miembros de segunda clase de la Iglesia, que deben someterse calladamente a los hombres. Felizmente, han terminado los días del patriarcado, cuando las mujeres aceptaban en silencio que eran los hombres los encargados de definir su naturaleza y su función en la Iglesia. Hoy, las cristianas están alcanzando la mayoría de edad, están definiendo por sí mismas su función, también en la Iglesia. La Iglesia actual ya no puede legitimar la dominación de los hombres y la supresión de las mujeres, ni siquiera en nombre de Dios Padre y de Jesús hecho hombre.
Karol Wojtyla, con su gran veneración por María, admirada por algunas católicas tradicionales, se enfrentó al enérgico rechazo de millones de mujeres modernas. Esto se debió, por una parte, a que consideraba que el uso de anticonceptivos las hacía formar parte de la "cultura de la muerte", y, por otra, a que declaró que su sexo era inadecuado para desempeñar cargos directivos. Incluso proclamó que ésa era la voluntad de Dios y una doctrina infalible. Bajo su pontificado, cada vez menos mujeres aceptaban que los hombres que ejercían el poder las trataran como meros objetos, que les dieran órdenes.
Por consiguiente, la tercera gran petición que os hago, en nombre de los incontables hombres y mujeres de nuestra Iglesia, es que elijáis un Papa
- que rechace el sexismo y el patriarcalismo de la Iglesia y la división de sus miembros en dos clases;
- que garantice el derecho de los teólogos a expresar libremente sus puntos de vista;
- que evite emitir veredictos moralizadores sobre problemas complejos como la contracepción, el aborto y la sexualidad;
- que respete el derecho de los sacerdotes a casarse, un derecho que claramente está garantizado en el Nuevo Testamento y en la Iglesia del primer milenio, y que reconsidere la prohibición discriminatoria del matrimonio para los sacerdotes, que no se impuso hasta el siglo XI;
- que no excluya de manera despiadada y permanente a los divorciados que han vuelto a casarse de tomar parte en la Eucaristía;
- que permita la ordenación de mujeres, algo que, a la luz del Nuevo Testamento, es urgentemente necesario ante la diferente situación actual;
- que corrija la perniciosa encíclica Humanae vitae, promulgada por Pablo VI sobre la píldora, que ha alejado a muchas católicas de su Iglesia; y que reconozca explícitamente la responsabilidad personal de los cónyuges en el control de la natalidad y en el número de hijos que tiene cada pareja;
- que, en consecuencia, se tome en serio los diferentes capacidades, llamadas y carismas en la Iglesia, los cuales son importantes para construir una comunidad de hombres y mujeres en comunión.
En una palabra, queridos hermanos, elegid un Papa bien dispuesto hacia las mujeres. Porque "ya no hay hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas, 3, 28).
UN MEDIADOR ECUMÉNICO.
Reverendos cardenales, incluso aquellos de vosotros que procedéis de países con mayoría católica, entenderéis que desde el Concilio Vaticano II ni siquiera la Iglesia católica romana puede considerarse por encima de las demás, "la Iglesia que proporciona la salvación", la única Iglesia verdadera de Jesús. Y ciertamente, seguro que conocéis católicos que ya no pueden aceptar que las Iglesias deban apartarse unas de otras por ciertas diferencias doctrinales y que los cristianos deban discriminarse entre sí, hasta llegar al plano de la familia, por pertenecer a confesiones diferentes.
Para muchos cristianos no hay ahora lugar para
- una arrogancia confesional sobre el ministerio que considere inválidas las acciones ministeriales de los sacerdotes protestantes o anglicanos (hombres y mujeres, y sobre todo en la eucaristía); que considere una transgresión el matrimonio que una a dos religiones; que considere una ofensa religiosa la participación activa en una eucaristía protestante, y que quiera prohibir estrictamente las celebraciones ecuménicas dominicales;
- un rechazo confesional de la confraternidad que ya no entiende ni acepta la gran mayoría de los cristianos, tanto católicos como protestantes, y que de hecho les parece una ofensa contra el espíritu de Jesús. Porque se sabe que Jesús invitó a todos a su mesa, incluidos aquellos que habían sido excluidos de la sociedad devota.
Durante su largo pontificado, Juan Pablo II realizó continuos gestos de buena voluntad. Y demostró que es posible aprobar una Declaración conjunta sobre la Doctrina de la Justificación entre católicos y luteranos. Pero a muchos les decepcionó que las palabras y los gestos ecuménicos no fueran seguidos de verdaderas acciones ecuménicas. Por el contrario, debido a la continua afirmación de poder por parte de Roma, las relaciones con el Consejo Mundial de Iglesias dieron poco fruto, y las relaciones con la Iglesia ortodoxa rusa se vieron afectadas por los esfuerzos de misión de los católicos romanos.
De ahí mi cuarta gran solicitud, hecha también en nombre de muchos amigos de otras Iglesias cristianas: elegid un Papa
- que asuma como propios los resultados de las comisiones de diálogo ecuménico y que los ponga enérgicamente en práctica;
- que por fin reconozca los ministerios protestante y anglicano, como desde hace tiempo recomiendan las comisiones ecuménicas y como ya se practica en muchos lugares;
- que revoque los repudios que datan de la Reforma y la excomunión de Martín Lutero;
- que acepte y fomente la hospitalidad eucarística y las diversas formas de colaboración pragmática que desde hace tiempo se practican con discreción en muchos grupos y comunidades.
En una palabra, queridos hermanos, elegid para Papa a un mediador ecuménico. Porque el evangelio de Juan dice de todos los creyentes "ruego para que todos sean uno" (Juan, 17, 21).
UN GARANTE DE LA LIBERTAD Y DE LA APERTURA EN LA IGLESIA.
Como mínimo desde el Concilio Vaticano II, ha pasado la época en la que podíamos considerar a nuestra fe cristiana la única religión legítima en la Tierra, y de hecho podíamos difamar la fe de otros y considerarla producto de la ignorancia, la autojustificación y el pecado. Dos cosas son incompatibles con el espíritu de Jesús de Nazareth, que mostró simpatía, incluso amor, hacia muchos no judíos:
- el colonialismo europeo, que en nombre de Cristo destruyó completa y deliberadamente otras religiones y culturas, sobre todo en Latinoamérica y África;
- el imperialismo romano, que intentó controlar las Iglesias cristianas establecidas desde hacía tiempo (apostólicas) y las jóvenes, forzándolas a acatar una ley eclesiástica que, en muchos aspectos, era cuestionable y estaba estrechamente regulada por la liturgia, en lugar de apoyar a la Iglesia a la hora de mantenerse, administrarse y expandirse.
En muchos de sus viajes, Juan Pablo II mantuvo encuentros periódicos con los representantes de otras religiones. Las oraciones por la paz de Asís, que inició en 1986 y 2002, fueron importantes señales de esto. No obstante, permitió una declaración doctrinal que aprobaba la afirmación de que los no cristianos viven "objetivamente en una situación muy defectuosa". Esto ofendió a muchos no cristianos y perjudicó en gran medida a la credibilidad del Papa. Como consecuencia de ello, aparte de sus declaraciones sobre el judaísmo y el Holocausto, no avanzó en el diálogo crítico y autocrítico con las religiones del mundo de una manera digna de mención.
Por ello, la quinta gran petición que os hago, para alcanzar un mundo mejor y más pacífico, es: elegid un Papa
- que a pesar de todas sus reivindicaciones de verdad no reivindique el monopolio de la verdad;
- que no sólo desee instruir a las demás religiones, sino también aprender de ellas; de sus tradiciones estéticas, espirituales, litúrgicas, éticas, teológicas y filosóficas, sin confusiones sincréticas de ningún tipo;
- que conceda a las Iglesias nacionales, regionales y locales una autoridad adecuada, de forma que puedan adaptar su estilo de vida y organización bajo su propia responsabilidad;
- que se tome en serio incluso las cuestiones más incómodas (como las relacionadas con la explosión demográfica, el control de la natalidad y la infalibilidad de la Iglesia) y que las responda;
- que de esta manera no represente la primacía absolutista del derecho romano, sino una primacía pastoral de servicio (según el modelo de Juan XXIII), renovada a la luz del evangelio y comprometida con la verdad.
En una palabra, queridos hermanos, elegid a un garante de la libertad y de la apertura en la Iglesia. Porque, "donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad" (II Corintios, 3, 17).
CONCLUSIÓN.
En contraste con la época de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, en buena parte de la Iglesia actual prevalecen el pesimismo y el derrotismo. Eso me llena de profunda preocupación, dado que toda mi vida como teólogo he trabajado para que los fieles puedan mantener la esperanza en nuestra Iglesia a pesar de las grandes desilusiones. Ahora, por supuesto, depende de vosotros el fortalecer las esperanzas de los fieles y sacar a la Iglesia de la crisis de esperanza, eligiendo a un nuevo Papa. Hay muchísimas personas, dentro y fuera de la Iglesia católica, que esperan que se supere la paralización de las reformas, que se discutan abiertamente los problemas estructurales que se sufren desde hace mucho tiempo, y que -bien el nuevo Papa en persona, el Sínodo Episcopal o finalmente un Concilio Vaticano III- encuentren una solución.
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