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Columna
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El número

Lo que importa es el número. En la llamada fiesta de la democracia, lo que importa de veras, lo único insoslayable y capital es el número. Definitivamente. Deberíamos todos reflexionar sobre los números que nos asedian desde el primer momento, desde que descubrimos nuestros dedos y manos (que son dos), es decir, desde el niño que juega en una calle naïf de Barrio Sésamo y 15 años después, cuando tiene 18, se encuentra con una urna en un colegio donde debe votar quién le gobernará los siguientes cuatro años.

Todo es número al fin y en el principio. Hasta la poesía no deja de ser, en sustancia, más que un arte numérico. El mal poeta cuenta con los dedos las sílabas y perpetra un soneto de juzgado de guardia o unos alejandrinos que descarrilan como trenes. El buen poeta aspira endecasílabos y espira alejandrinos como quien bebe agua. El poeta respira como dice el Libro de Alexandre: "A sílabas contadas, que es gran maestría". Luego todo se puede romper, pero el número sigue ahí adentro, trabajando invisible como un virus. La magia de los versos se convierte en un asunto donde manda el número. Ahí están las vanguardias y los poetas de ahora y un espléndido libro titulado Los lazos del número, de Eli Tolaretxipi, que podría servirnos para reflexionar un día como hoy, presidido por la sombra alargada del número.

La ideología es un número (un 0,7%, por ejemplo) y la patria, al final, es un 49 sobre un 51 o al revés, puro número frío o caliente, todo depende de cómo nos lo sirvan los políticos. El presidente norteamericano se sienta en la poltrona del Tío Sam por unos pocos números contados infinidad de veces. Pío Baroja escribió en alguna parte que la democracia no era en realidad más que un "absolutismo del número". No es bueno que lo sea y, sin embargo, uno sospecha que aún, en los albores del tercer milenio, no ha dejado de serlo del todo en ningún país.

El voto es obviamente sustancial, pero su sacralización nos suena demasiado a milonga y a trágala. Eso de que se nos convierta, cada cuatro años, en reinas por un día está muy bien, pero nos sabe a poco a muchos ciudadanos. Como sanción resulta limitada. La democracia participativa todavía es un sueño o una broma, y el voto y el berrinche, de momento, resultan poca cosa en un sistema tan manifiestamente mejorable. Mal asunto que casi todo se reduzca a la captación de mayorías mediante los procedimientos habituales y lugares comunes y verdades a medias. Al final sólo valen los votos contados, fruto de nuestro buen o mal sentido. Podría ser peor, mucho peor, lo sé. También mejor. Por eso iré a votar como un buen número. Luego vendrán las cifras a imponer su razón misteriosa.

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