Callejón sin aparente salida
Desde 2001 las elecciones vascas se han convertido en un callejón sin salida. Formalmente se desarrollan como si fueran unas elecciones democráticas más, pero materialmente no lo son. Y no lo son porque falta el marco de referencia compartido por todos los partidos que compiten electoralmente, sin el cual la democracia deja de ser posible.
No es verdad que en democracia se puede discutir todo. Se puede discutir casi todo, pero no todo. La democracia es, ante todo, acuerdo sobre determinados principios que no pueden ser siquiera sometidos a discusión. Es la indiscutibilidad de esos pocos principios lo que nos permite discutir políticamente todo lo demás. Si esto se olvida, la competición electoral deja de tener naturaleza política, para convertirse en algo distinto.
Esto es lo que ocurrió en 2001 y es lo que está ocurriendo, aunque de manera distinta, en 2005. El marco de referencia constitucional-estatutario, que es el que da sentido político a todas las elecciones autonómicas que se celebran en España, fue abandonado de manera expresa en el País Vasco en 2001 y no ha podido ser sustituido por otro desde entonces, ya que el único que se ha propuesto como alternativa, el conocido como plan Ibarretxe, está muy lejos de ser aceptado por todos o, al menos, por una mayoría muy amplia, como el marco de referencia indiscutible a partir del cual los ciudadanos mediante el ejercicio del derecho de sufragio pueden arbitrar la competición política.
Mientras no se alcance un acuerdo sobre el marco de referencia que dé sentido a la competición electoral, los ciudadanos vascos no podrán salir del callejón sin salida en que se encuentran. Únicamente una mayoría abrumadora a favor de una determinada opción electoral podría sacar a la política vasca de esa situación. Y esa es una alternativa sencillamente inimaginable.
Por eso no entendí que quienes se autocalificaban de manera abusiva de constitucionalistas plantearan las elecciones de 2001 en los términos en que lo hicieron y por eso mismo no entiendo que los nacionalistas vascos estén planteando las de 2005 como lo están haciendo. Lo primero que hay que exigirle a una norma constitucional, y norma constitucional es tanto la Constitución como el Estatuto, es que tenga una función integradora. Si no la tiene, de Constitución o de Estatuto tendrá el nombre pero nada más. Es lo que le ocurrió a la Constitución de Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros, que dejaba fuera del texto constitucional a todos los que no lo interpretaran exactamente igual que ellos lo hacían. Y es lo que le está ocurriendo al Estatuto del lehendakari Ibarretxe, que deja fuera a casi la mitad de la población vasca y que encuentra el rechazo casi unánime de la población española.
Cuanto más se profundice en esa dirección, más difícil será salir del callejón sin salida. Hasta el momento, únicamente el PSOE parece haberse movido de la posición que mantuvo en las elecciones de 2001. Ha abandonado de manera clara e inequívoca cualquier posición frentista y se manifiesta dispuesto a explorar vías alternativas a las que se han explorado hasta ahora. Por el contrario, tanto el PP como el PNV/EA, parece que se mantienen en las mismas trincheras de la pasada legislatura. O salen de ellas o se prolongará la situación de parálisis política e institucional en que lleva desde hace casi siete años el sistema político vasco.
Esto es lo que está básicamente en juego en las elecciones de mañana. O la política vasca se mantiene en el callejón sin salida o intenta salir de él con un pacto susceptible de ser aceptado como indiscutible por una mayoría muy amplia, que no puede ser menor que la que estuvo en el origen del Estatuto de Gernika. Desgraciadamente, no parece fácil que ocurra esto último.
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