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Columna
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¿Fin de ciclo?

Josep Ramoneda

Por primera vez, en el País Vasco se van a realizar unas elecciones en un clima de convicción general de que ETA está derrotada o, si se prefiere, amortizada (en expresión de Zubizarreta). Ni dirigentes políticos ni analistas insisten demasiado en este hecho, quizás por el temor a los últimos estertores -que los habrá- de una organización terrorista a la deriva. Pero lo que sorprende más es que este factor no parece que vaya a incidir de modo determinante en el comportamiento electoral de la ciudadanía. O, por lo menos, esto parece desprenderse del estado de resignación general que se aprecia en los partidos políticos, que parecen convencidos de que acabará imponiéndose la aversión al riesgo de los electores. A lo sumo podría darse un retorno a los equilibrios políticos del pasado, cuando nacionalistas y socialistas iban de la mano.

Se cerraría, de este modo, un ciclo de desencuentros que empezó con la ruptura del pacto de Ajuria Enea y el rechazo del plan Ardanza. Se abrió entonces, con las fuerzas reactivas del PP y del PNV apretando cada una por su lado, un periodo de fuerte confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas, agudizada por la traición del PNV que tejió su pacto de Lizarra con ETA a espaldas de los demás partidos democráticos. El punto culminante de este ciclo fueron las elecciones de hace cuatro años, en que una campaña durísima sacó de casa a todos los votantes posibles y dio la victoria por corto margen al sector nacionalista, frustrando la alternancia. La salida del Gobierno del PP y el talante sin fronteras de Zapatero han ido rebajando las tensiones, permitiendo a los socialistas vascos volver a situarse en el centro del espacio político, como único puente posible entre las dos aguas. Pero el ciclo de confrontación no ha sido estéril: ha permitido la derrota de ETA. Precisamente porque ETA está contra las cuerdas el PSE puede ahora volver a mirar al PNV.

Todos los expertos coinciden que es en las fronteras de la bolsa electoral socialista donde se juegan los cambios que puedan dar las urnas. La mayoría de los indecisos tienen al PSE como una de sus opciones. Algunos votantes tradicionalmente nacionalistas, deseosos de que el plan Ibarretxe naufrague definitivamente y contagiados por el buen rollo de Zapatero, están dudando entre la abstención -estación previa al cambio de voto cuando las fronteras ideológicas son muy fuertes- y el paso de la barrera para hacer crecer al partido socialista, como opción capaz de serenar y cambiar las cosas. El poder de la religión nacionalista es fuerte y el miedo a la culpa impedirá a algunos, en el último momento, abandonar la casa del padre; otros se atreverán a arriesgarse a la pena de purgatorio con la abstención; y sólo los más osados darán el salto. En la otra frontera, el PSE puede recoger voto PP. En el País Vasco, entre los electores no nacionalistas, se da un trasvase casi natural a favor del partido que manda en Madrid, quizás porque es un modo de sentirse protegido. Pero María San Gil está haciendo una campaña muy sobria, diciendo las cosas que decía Mayor Oreja pero sin ofender, y a la hora de la verdad puede resistir mejor de lo que algunos pronósticos indicaban.

Dando por descontado que el mundo abertzale en su mayoría seguirá la consigna de Batasuna, de los pequeños detalles -una cierta desmovilización del voto nacionalista, una mayor fluidez de la esperada en el trasvase de votos en las fronteras del PSE, o una mayor dispersión del voto radical- dependerá que todo quede igual y, por tanto, el reencuentro entre nacionalistas y socialistas sea optativo, o que el PNV no tenga más remedio que ir al encuentro de los socialistas para seguir gobernando. Cualquier otra hipótesis sería extremadamente peligrosa para Zapatero, porque significaría mayoría absoluta nacionalista -es decir, un camino sin retorno- y/o el PP pisándole los talones -es decir, un serio aviso para el futuro-.

Deja esta campaña electoral, sin embargo, un mal regusto: la incapacidad de los partidos democráticos para cumplir su promesa de dejar la cuestión terrorista al margen de la batalla política. El PP con su presión al PSOE le ha hecho la campaña a la nueva franquicia de Batasuna. Y al mismo tiempo se ha puesto de manifiesto que legislar ad hoc en democracia acostumbra a ser inútil: se hizo una ley para que Batasuna no estuviera en las elecciones y con ella vino la trampa.

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