Emblemas de caos
Dice Harold Bloom en su testamental Shakespeare que la originalidad del escritor inglés está en su necesidad. "Nadie más", dice, "nos da tanto del mundo que la mayoría de nosotros consideramos real. Todos nosotros fuimos, hasta un grado escandaloso, pragmáticamente reinventados por él". Y recomienda para su lectura "sumergirse en el texto, permitir que la comprensión se expanda desde lo que uno lee hacia cualquier contexto que se presente como pertinente". Curiosa y paradójica se presenta la celebración mundial del libro, el 23 de abril, el mismo día en que parece que murieron Shakespeare y Cervantes, cuando, por una parte, el bardo inglés insinúa para sus lectores realidades prácticas, poéticas y humanas, mientras el hidalgo manchego podría ser el trasunto de cualquier viejo loco víctima de su rechazo a la aceptación de la "ardua realidad".
EMMA KAY
Galería Toni Tàpies
Consell de Cent, 282 Barcelona
Hasta el 30 de abril
En el contexto de estas dos polaridades universales debemos situar la exposición de Emma Kay (Londres, 1964), perfectamente programada en el marco de la celebración de los cuatrocientos años de la publicación del Quijote, aunque sólo sea por la estética que presenta la sala dirigida por Toni Tàpies, con espacios perfectamente vacíos, sólo ocupados en sus paredes por páginas blancas sobre las que leemos impresos párrafos y resúmenes de comedias de Shakespeare, artículos de las leyes de Inglaterra, referencias bíblicas o listas enteras de los objetos que aparecen descritos en las páginas de algunas de las grandes obras de la literatura universal, como La interpretación de los sueños, Robinson Crusoe, Veinte mil lenguas de viaje submarino, Guerra y paz y una última, hecha ex profeso para la que es su primera exposición en Barcelona, The Quixot from memory.
El trabajo de Kay se centra en la naturaleza subjetiva del conocimiento y en cómo percibimos, recordamos y tenemos acceso colectivo o individualmente a él. Así, Kay parte de una selección de las obras seminales de la literatura o del conocimiento universal y las reelabora a través de su memoria, las reescribe, remitiéndose a los originales y confiando únicamente en su capacidad retentiva. El resultado son unos textos transcritos como si fueran sacados directamente del libro en los cuales una ficción, llamémosle, de segunda mano, se mezcla con la realidad, con el resultado de un hipertexto parecido a esa pequeña biblioteca universal que Borges describe en La muerte y la brújula, en la que los sueños o la memoria sólo pueden compensar una imposible vida de acción.
La lectura es siempre una suerte de reescritura y el viaje, una fantasmagoría, la imagen distorsionada de nuestras experiencias en el mundo. Un mapamundi trazado a mano por Kay completa esta exposición, como una vindicación del falso mundo en el que aparecen países, capitales e islas como verosímiles. Ideas, bibliotecas y países, podemos transmutarlo todo, es el emblema, maravilloso, emblema, del caos.
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