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El Metropolitan de Nueva York recorre el complejo universo de Max Ernst

Casi 200 obras componen la mayor exposición del artista en EE UU desde su muerte

El surrealismo se ha apoderado de la primavera artística estadounidense. Tras la retrospectiva que el Philadelphia Museum of Art le ha dedicado a Salvador Dalí en su centenario y tras la reciente inauguración en la National Academy of Arts de Nueva York de la muestra Surrealism USA, le ha llegado el turno a Max Ernst, uno de los fundadores de un movimiento que revolucionó el mundo del arte y las letras a mediados de los años veinte y a quien el Metropolitan Museum of Art dedica la mayor retrospectiva de las últimas tres décadas en suelo estadounidense.

Casi doscientas obras de Ernst, que también fue uno de los protagonistas del movimiento dadaísta, muestran hasta el 10 de julio la trayectoria artística de este creador clave en el desarrollo de las vanguardias del siglo XX y cuya influencia se dejó sentir, entre otros, en creadores como Tanguy, Magritte o el propio Dalí, cuya musa, Gala, también fue amante suya antes de conocer al español.

Ernst (Brühl, Alemania, 1891-París, 1976), ávido lector, estudioso de filosofía, psicología y literatura, comenzó a pintar en su adolescencia animado por su padre. Su participación como soldado en la I Guerra Mundial marcó decisivamente sus primeros trabajos, que, tras una aproximación al expresionismo, se volcaron en el dadá, el movimiento que fundara Tristan Tzara en Zúrich en 1916 y del que Ernst creó una sucursal en Colonia en 1919.

Sus originales collages, una de sus principales y más celebradas armas creativas, fueron inmediatamente repudiados por el establishment académico de la época, y aclamados por los poetas y escritores franceses André Breton, Louis Aragon y Paul Eluard, que vieron en ellos el reflejo plástico de sus experimentos con el lenguaje.

En 1921, Breton organizó una exposición en París con aquellas obras, que ahora pueden verse en el Metropolitan, y que convulsionaron el entorno artístico parisino. Fue ahí donde Ernst conoció a Gala y a su primer marido, Eluard, con quienes entabló una relación amorosa que duró tres años y que les llevó a viajar a los tres juntos por el sureste asiático, según documenta el libro recientemente publicado en Estados Unidos por el historiador de arte Robert McNab Ghost ships: a surrealist love triangle.

De aquellos viajes Ernst dejó constancia una década más tarde en obras como The entire city o The petrified city, expuestas ahora Nueva York, pero antes de rememorar aquellos episodios, el artista se volcó en lo que en 1924 André Breton definió para la posteridad como surrealismo a través del Primer manifiesto surrealista.

La evocación de sueños y alucinaciones, la combinación de ilusión e irracionalidad a través del matrimonio entre objetos aparentemente disonantes se convirtieron en el alfabeto visual de aquellos artistas plásticos que decidieron abrazar un movimiento concebido como forma literaria, pero en el que los pintores vieron una puerta abierta a la expresión que se prolongó hasta la década de los cincuenta. En plena efervescencia creativa, Ernst inventó las técnicas del grattage, el frottage o la decalcomanía, con las que se intentaba traducir al mundo del arte la escritura automática de los surrealistas.

'Novelas-collage'

Las turbulencias políticas de los años veinte y treinta también politizaron las vanguardias, y por consiguiente, la obra de Ernst, quien dejó constancia de la sombra del fascismo en cuadros como The fireside angel (1937). Durante esa década, el artista se embarcó en proyectos ambiciosos como las novelas-collage La femme 100 têtes o Une semaine de bonté, recuperadas para esta exposición.

Huyendo de la amenaza nazi, en 1941 Ernst se estableció en Estados Unidos, donde su agitada vida amorosa le llevó a casarse primero con su mentora estadounidense, la rica y legendaria coleccionista Peggy Guggenheim, y después con la artista Dorothea Tanning. A mediados de los cincuenta, decidió regresar a Europa, donde siguió trabajando hasta el final de sus días, volviendo a sus raíces dadaístas. El artista murió el 1 de abril de 1976, un día antes de su 85º cumpleaños.

<i>La Virgen castigando al Niño Jesús ante tres testigos</i> (Breton, Eluard y el artista) (1926), de Ernst. 

/ MUSEUM LUDWIG KÖLN / ARS NEW YORK
La Virgen castigando al Niño Jesús ante tres testigos (Breton, Eluard y el artista) (1926), de Ernst. / MUSEUM LUDWIG KÖLN / ARS NEW YORKADAGP PARÍS

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