'Bonnie y Clyde'
EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 8,95 euros, el filme de Arthur Penn
Cuando por casualidad Clyde Barrow (Warren Beatty) y Bonnie Parker (Faye Dunaway) se encuentran por primera vez sufren un mutuo flechazo. Pero la ardorosa Bonnie no puede despertar la necesaria inflamación erótica en Clyde para consumar el acto, cosa que ella pretende ya a los pocos momentos de conocer al chico de su vida -y de su muerte-. Así que Bonnie se contenta con acariciar subrepticiamente el cañón de la pistola de Clyde. Esta metáfora, bastante burda si se cuenta por escrito, y que serviría de irrisión a cualquier cinéfilo de medio pelo, es en esta película una imagen deliberadamente primitiva e inocente, como si la estuviéramos contemplando por vez primera. Y a lo largo de la cinta, uno no sabe de qué asombrarse más, si de que Bonnie le sea fiel a Clyde a pesar de que el muchacho sólo esté dotado para atracar bancos, o de que la ferocidad del relato funcione con la misma inocencia que un romance de ciegos español, o una balada irlandesa.
Cuando los alumnos de la Escuela de Cine de finales de los sesenta vimos por primera vez la película, nos dividimos en dos bandos -como siempre, por otra parte-; el uno pensaba que la película era una invitación a una violencia gratuita y gratificante, una especie de narcisismo de la violencia, y el otro pensaba en la película como una historia que tenía sentido dentro de una sociedad en sí misma violenta, despiadada, justificada por la brutalidad de los años de la Depresión -en la película se ve el terrible desahucio de una familia por un banco, y precisamente son bancos los que la pareja Bonnie y Clyde despojan-.
La habilidad del director y sus guionistas, que me gusta recordar aquí, David Newman y Robert Benton, no hace fácil una reducción moralista de la película, o remontarla a unos principios éticos. Así que aquellos dos bandos de la Escuela de Cine no tenían nada fácil saber en qué extremo del espectro poner la película. Aunque sí hubo un alumno que dijo estar de acuerdo con ambas posiciones. Luego llegaría a ser director general de cine, pero eso ya es otra historia.
El director da a los históricos Bonnie Parker y Clyde Barrow un tratamiento distinto al que otros directores solían dar a sus personajes en las películas de gánsteres. Aquí son niños malos, un tanto inocentes en su maldad infantil. Habitualmente los directores tienen buen cuidado en separar el bien del mal, aunque el espectador pueda encariñarse con un buen malo de película. Pero la perversa inocencia que el director Arthur Penn proporciona a la pareja de asesinos, el humor y simpatía con los que envuelve sus terroríficas acciones, causan al espectador el escalofrío que da la perplejidad ante el mal que no persigue ninguna utilidad, el mal por sí mismo. Como los niños cuando maltratan a otro niño o a algún animalillo sólo por divertirse. Así que cuando llega el momento de ajustar las cuentas a la pareja asesina -por ley inevitable del cine y de la policía local- cualquier castigo a los dos niños malos nos parece excesivo.
La historia de los Bonnie y Clyde reales ya había conocido al menos otra versión cinematográfica -The Bonnie Parker story, de William Witney, filme serie B de 1958-, pero ésta de Arthur Penn rebasaba todos los niveles de violencia conocidos y más o menos aceptados. En muchos países la película fue censurada, cortándose las escenas más violentas. En España se cortaron, en cambio, las eróticas. Precisamente la película lo que más perversamente muestra es lo ereccional de la violencia, el erotismo de la muerte y la sangre, eso que hace que, al fin, el impotente Clyde logre consumar su frío amor por la compañera de sus fechorías.
Creo recordar -espero no estar inventándomelo- que el director justificaba la brutalidad de algunas escenas de la película declarando que la historia de Estados Unidos era la historia de un país construido a punta de pistola, un país de colonos matando indios o mexicanos o españoles para ensanchar sus fronteras o hacerse un rancho. Así que, como se ve, la película vendría a ser pionera del antiamericanismo que nos invade.
El autor de El Zurdo y de La jauría humana revela, pese a que por algunos aspectos sus filmes se podrían confundir con los meramente de acción, su buen trabajo con los actores. Arthur Penn cursó arte dramático y literatura y tuvo una intensa actividad como director de escena. Sin duda ello le ha permitido ahondar en el comportamiento de esos seres violentos que pueblan sus mejores películas, y que les dan los rasgos más potentes del cine norteamericano, entre la lucidez y la violencia irracional.
Este texto se incluye en el libro-DVD de Bonnie y Clyde, que mañana pone a la venta EL PAÍS por 8,95 euros.
Un Ford cosido a balazos
Bonnie y Clyde se realizó en 1967. Sus principales intérpretes fueron Warren Beatty, Faye Dunaway, Gene Hackman, Gene Wilder, Michael J. Pollard, Estelle Parson y Dub Taylor.
Producción, Warren Beatty. Dirección, Arthur Penn. Guión, David Newman y Robert Benton. Fotografía, Burnett Guffey. Música, Charles Strouse.
Con un sólido guión de David Newman y Robert Benton, el director Arthur Penn realizó una de las películas de mayor éxito de su filmografía, la intensa y violenta vida de Bonnie Parker y Clyde Barrow, dos atracadores que se convirtieron en leyendas populares y que cayeron abatidos por la policía el 23 de mayo de 1934.
Stelle Parson consiguió el Oscar a la mejor actriz secundaria en 1968.
El automóvil Ford original de la huida de Bonnie y Clyde, cosido a balazos, se exhibe en Primm, una pequeña localidad cerca de Las Vegas.
Babelia
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