Derechas
Uno de los elementos de más interés en la historia contemporánea y en el análisis de la política diaria es ver cómo las situaciones se repiten en el plazo de un relativo breve lapso de tiempo. Pero más que repetirse situaciones exactas, lo que vuelve reiteradamente son los vicios tradicionales de las respectivas posiciones ideológicas. El socialismo, por ejemplo, se caracteriza por querer jugar siempre más de un papel, el que le toca y el de la derecha, sobre todo cuando gobierna. Las derechas, en cambio, tienen un irrefrenable deseo de lanzarse al ruedo público -tanto si gobiernan como si no-, como si de peligrosos radicales se trataran.
Esta situación de inversión de papeles ya fue publicitada por Agustí Calvet, Gaziel, durante los duros días de la Segunda República. En un artículo publicado en el periódico Ahora el primero de diciembre de 1932, escribía: "Los partidarios de la revolución social hacen de conservadores y muchos conservadores actúan como anarquistas auténticos". Este juicio es bien cierto en el caso del País Valenciano, donde energúmenos de la derecha más provincial arremeten sin piedad, curiosamente desde despachos oficiales, no sólo contra sus adversarios ideológicos, sino contra todo el sistema del que forman parte, atacando con saña radical tanto la dignidad de la lengua como a las instituciones que la defienden, sean estas universidades o la Acadèmia de la Llengua, o los intereses económicos reales de un país articulados en, sin ir más lejos, una euroregión.
Un comportamiento igualmente repetitivo de las derechas se ha producido al celebrarse el primer aniversario de las elecciones del 14 de marzo y a raíz de la actuación de la comisión creada para investigar el atentado de Madrid del día once. La actuación del Partido Popular en este aspecto viene perfectamente retratada por el clarividente Gaziel en otro artículo titulado El vicio de las derechas y publicado en el invierno de 1933. Un párrafo del mismo es tan absolutamente eficaz para describir la actitud de la derecha española ante el 11-M y el 14-M, que nos vemos en el deber de reproducirlo: "Ante este fenómeno, nuevo para nuestras derechas, sus viciados componentes sólo pueden adoptar tres actitudes. Unos -los más activos hasta ahora- se empeñan catastróficamente en lo imposible: en reconstruir la abatida pirámide. Otros -los más numerosos- no salen de su estupor. Éstos son los suicidas. Y finalmente algunos -los cuerdos- se disponen a batirse por lo suyo, como cualquier hijo de vecino, en pleno erial hispano y sin querer acordarse de la mole faraónica que se hundió para siempre. Éstos son los únicos que en su día triunfarán". Este párrafo muestra perfectamente las tres actitudes que en 1933 tenían las derechas españolas ante la República. La pirámide de aquel tiempo era la Monarquía de Alfonso XIII, pero ahora el ciclópeo edificio derruido es otro: el gobierno de José María Aznar, el 14-M, el tradicionalismo de la sociedad, el estado central omnipotente, el monolingüismo...
Realmente da igual. Lo que es ilustrativo es el vicio de las derechas de este país de negarse a admitir los cambios y de dividir sus fuerzas entre aquellos que no olvidan y se esfuerzan en reeditar lo imposible -el vídeo de la FAES sobre el 11-M es un buen ejemplo-, entre los que no reaccionan, groguis todavía por el golpe recibido, y los que de verdad trabajan. Como en un problema de física, los tres vectores actúan en direcciones opuestas y mientras lo hagan, la izquierda seguirá en el poder. A la derecha le cuesta demasiado superar sus traumas, ya sea en 1933 o en 2005. Cuanto antes acepte que perdió las elecciones del 14-M y que la sociedad está cambiando y antes se dedique a recuperar la confianza del elector, tanto mejor será para sus intereses y también para los de todo el país. Negocio abominable es no querer adaptarse a la realidad. Pero más preocupante es, todavía, incurrir en los mismos vicios que hace setenta años sin haber aprendido nada de sus terribles consecuencias.
Josep Vicent Boira. Universitat de València.
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