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GEOLOGÍA | El macizo Atlántida es conocido como la Ciudad Perdida

Una zona submarina del Atlántico puede albergar datos sobre el origen de la vida

En un punto del océano Atlántico, casi a medio camino entre Europa y América, se alza en el fondo del mar una particular montaña bautizada, en honor de la mítica isla desaparecida, con el nombre de macizo Atlántida. Sobre ella se puede ver un misterioso bosque de blancas chimeneas, de hasta 60 metros de altura, de las que emanan fluidos a altas temperaturas. Se trata de la Ciudad Perdida, un territorio hasta ahora desconocido y de características nunca vistas, habitado por criaturas también poco comunes y que fue descubierto por azar en diciembre de 2000. Es uno de los espectaculares escenarios escogidos por el director James Cameron para su nuevo documental submarino Aliens of the deep, filmado en IMAX 3-D y estrenado recientemente en EE UU; un escenario a relativa poca profundidad, entre 750 y 900 metros, en el que los procesos geológicos, biológicos y químicos están íntimamente entrelazados.

Tres años después de haberlo detectado por primera vez, Deborah Kelley y su equipo de la Universidad de Washington regresaron para examinar más de cerca el nuevo mundo suboceánico. Y, según sugiere el artículo publicado ahora en Science, ha resultado ser una auténtica joya que, en opinión de su descubridora, podrá aportar información sobre los inicios de la vida en el planeta.

Las de la Ciudad Perdida no son las primeras chimeneas o respiraderos hidrotermales que se encuentran en las profundidades marinas. A finales de los años setenta se descubrieron las llamadas fumarolas negras, que expulsan una mezcla hirviente y oscura de minerales. Sin embargo, el bosque blanco descubierto por Kelley y su equipo pertenece a otro tipo de formación, sus características e incluso sus formas difieren mucho de lo que se conocía hasta el momento.

Casi todo lo que rodea a la Ciudad Perdida es especial, empezando por su localización, alejada 15.000 metros de las zonas donde se han encontrado las agrupaciones de respiraderos negros. El origen de las emanaciones de sus chimeneas blancas también es diferente, y se debe a la propia composición del macizo Atlántida.

La mayor parte del suelo oceánico está constituido por rocas volcánicas de basalto pero la montaña que alberga a la Ciudad Perdida está hecha de un material verde muy denso denominado peridotita que no se encuentra normalmente en la superficie de la Tierra, sino en las capas más profundas que forman el manto. De modo que mientras que los oscuros humos de los respiraderos negros surgen del magma incandescente de las profundidades terrestres y lo hacen a altas temperaturas (200 a 400 grados centígrados), los fluidos blancos de Lost City son el fruto de reacciones químicas entre la peridotita y el agua salada. Esta reacción subacuática libera una gran cantidad de energía en forma de calor que impulsa la mezcla casi hirviente (a una temperatura entre 40 y 90 grados centígrados) a través de los orificios de la roca que más tarde se solidificarán creando las chimeneas de carbonato.

Los investigadores calculan que esta ciudad mantiene su actividad hidrotermal desde hace al menos 30.000 años y que puede continuar durante miles de siglos. De hecho, en el corazón de Lost City se encuentra un imponente monolito blanco de más de 60 metros de altura que ha recibido el nombre de la divinidad griega del mar, Poseidón, y cuya boca de alrededor de cuatro metros de diámetro sigue escupiendo materiales a las aguas.

Las características de los fluidos de Poseidón y del resto de los respiraderos aportan otra particularidad de la Ciudad Perdida. Su ambiente es extremadamente alcalino -Kelley lo compara con los productos de sosa que se emplean como desatascadores- por contraste con el medio ácido de las fumarolas negras. Además no hay dióxido de carbono, que es la principal fuente de energía para los organismos descubiertos en otras formaciones similares, sino que abundan el metano y el hidrógeno.

Por todo ello, los investigadores no preveían encontrar muchos habitantes en este ambiente extremo y, aunque la cantidad no es muy grande, sí lo es la variedad tanto alrededor como en el interior de las chimeneas, comparable con otros ambientes extremos submarinos. "En el interior de las cavidades y los sistemas de canales de los respiraderos activos se encuentra una cantidad asombrosamente alta de biomasa" afirma Antje Boetius, del Instituto Max Planck (Alemania), en un comentario en Science. Las criaturas que habitan este mundo submarino van desde microbios hasta minúsculos invertebrados como gambas y cangrejos, en su mayor parte adaptados para vivir fundamentalmente del hidrógeno, y también el metano. Entre los microorganismos, las archaea superan a las bacterias.

Lost City es por ahora una hermosa rareza, pero podría ser tan sólo la primera de una serie de ciudades blancas bajo el océano. Kelley y Boetius subrayan que existen numerosas zonas con peridotita donde se podrían estar produciendo las mismas reacciones que han creado chimeneas blancas como Poseidón, y parece muy probable que en regiones todavía inexploradas haya otras ciudades de columnas blancas.

Boca parásita de un metro de altura en una chimenea de 30 metros en la Ciudad Perdida.
Boca parásita de un metro de altura en una chimenea de 30 metros en la Ciudad Perdida.UNIVERSIDAD DE WASHINGTON

10.000 metros de profundidad

La vida a 10.000 metros de profundidad, donde la presión es más de mil veces superior a la de la superficie, dista mucho de ser fácil, pero unos científicos japoneses han comprobado que hay criaturas capaces de sobrevivir en tales condiciones en el lugar más profundo de los océanos: la Fosa Mariana, en el Pacífico. Se trata de organismos microscópicos muy abundantes en aguas más superficiales llamados foraminíferos. Los investigadores explican en la revista Science que los análisis de ADN sugieren que son una forma primitiva de organismos de la era Precámbrica (4.500 a 500 millones de años atrás). Los foraminíferos de las grandes profundidades han evolucionado para adaptarse a las condiciones de presión extrema, de falta de luz y escasez de ciertos compuestos. Por la falta de calcio han perdido el caparazón duro que presentan sus congéneres.

En cuanto a la adaptación, un equipo de investigadores italianos ha analizado el genoma de uno de los habitantes de las profundidades, la Photobacterium profundum, buscando los posibles cambios genéticos relacionados con la vida en el fondo del océano. Sus resultados, publicados también en Science, indican que estos organismos han activado y desactivado genes en función del entorno para sacar el máximo rendimiento a su metabolismo. Por ejemplo, han desaparecido algunos fragmentos de ADN que dependen de la luz para activarse. La llegada de alimento depende sobre todo de lo que cae desde la superficie así que han incorporado a su genoma los elementos necesarios para responder rápidamente ante los cambios que pueden favorecer su crecimiento.

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