Retirarse a destiempo
El comportamiento de Aznar desde que el PP perdió las elecciones proyecta una luz diferente sobre su decisión de renunciar de antemano a un tercer mandato. Los vientos de los sondeos demoscópicos soplaban a su favor cuando el ex presidente ratificó una vieja promesa electoral ante el 14º Congreso de su partido celebrado en enero de 2002: dado que su victoria en las urnas se daba entonces por descontada, ese gesto de desprendimiento contenía cierta grandeza. Los argumentos adelantados por Aznar para justificar el abandono de la política profesional y su retirada a la presidencia de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) del PP no sólo eran encomiables sino también plausibles: el precedente fijaría la pauta no escrita de limitar a ocho años el desempeño del poder ejecutivo, permitiría la oxigenación democrática de las instituciones y evitaría las tentaciones caudillistas.
Las alarmantes transformaciones producidas en el comportamiento de Aznar durante el último año invitan a revisar la historia completa de esa promesa: cumplida al pie de la letra antes de ser convocadas las elecciones, ha sido traicionada después de celebradas. El ex presidente del Gobierno presumió en su día de seguir el ejemplo de Cincinato, el héroe que volvió a empuñar el arado después de salvar a la república romana; sin embargo, las intromisiones de Aznar en la vida interna del PP tras abandonar el poder (desde la regañina al presidente-fundador Fraga por haberle reprochado que no visitase el litoral gallego durante la crisis del Prestige hasta las críticas a Rajoy por apoyar la Constitución europea) están lejos de ajustarse a ese virtuoso paradigma. El vídeo sobre el 11-M producido por la FAES confirma que Aznar no se resigna a presidir esa macrofundación sino que pretende dictar la línea del PP.
Para explicar ese cambio de modelo desde el austero Cincinato retirado voluntariamente a su casa hasta el rencoroso Napoleón confinado en Santa Elena no es necesario recurrir a la hipocresía de Aznar. Tras la masacre -tal es el título del panfletario vídeo de FAES- implica oscuramente al PSOE en la preparación y el aprovechamiento del atentado: los trenes de la muerte perseguían que el PP perdiese los comicios y Zapatero se alzase con el poder. A la deslegitimación del resultado del 11-M se une la imputación de un crimen de Estado a un Gobierno democrático; la acusación no es sólo una calumniosa vileza: también constituye un peligroso delirio. Aunque la meta del atentado hubiese sido efectivamente la derrota electoral del PP, la conclusión deducida por el infame vídeo de esa premisa -el seguro éxito del objetivo perseguido- carece de sostén lógico: como recuerda Rogelio Alonso en la obra colectiva Madrid 11-M (Editorial Trotta, 2005), las repercusiones de los atentados sobre las elecciones no siempre coinciden con las intenciones de los terroristas y en ocasiones producen incluso efectos contrarios a los deseados.
El gesto de renuncia de Aznar a un tercer mandato fue sincero porque daba erróneamente como seguro el futuro político de España previsto por su propio libreto: el PP ganaría las elecciones del 14-M y la presidencia de Rajoy garantizaría a su antecesor y padrino el disfrute, no ya del gobierno, pero sí del poder, entendido como capacidad para dirigir la función desde el fondo del escenario y para disponer de oportunidades de enriquecimiento personal. Los acontecimientos, sin embargo, no respetaron el guión de Aznar e incumplieron la condición sine qua non que daba sentido a su retirada previa: desde esa perspectiva, el ex presidente del Gobierno no abandonó voluntariamente el poder sino que sólo renunció -como el pretendiente despechado- a la blanca mano de Doña Leonor. Tampoco podrá consolarse Aznar con el engaño piadoso de que no llegó a ser vencido personalmente en las urnas. El PP fue derrotado el 14-M por los errores de su presidente: tanto por la manipulación informativa del 11-M como por la imprudencia de convocar al día siguiente sin consultar a nadie una multitudinaria manifestación mientras los terroristas andaban sueltos por Madrid dispuestos a inmolarse con Goma 2 -siete de ellos lo harían el 3 de abril en Leganés- en un atentado suicida para provocar una masacre. ¿No habría cosechado Aznar una derrota más estrepitosa que Rajoy si hubiese encabezado las listas del PP?
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