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Riccardo Muti se va de la Scala ante la "hostilidad" de los músicos

El director se hizo cargo del teatro milanés en 1986

El espíritu centrado que, según algunos, le llevó a ocupar un auténtico lugar de poder en el mundo de la ópera se ha descalabrado y ha llevado a Riccardo Muti a un callejón sin salida como director de la Scala de Milán. El músico, que entró en el teatro milanés, templo de la ópera mundial, en 1986, presentó ayer su dimisión por carta dirigida a Gabriele Albertini, presidente del Consejo de Administración de la Fundación Teatro Scala, y al resto de la junta. Muti explicaba su decisión "por la hostilidad manifestada de forma evidente por las personas con las que he trabajado durante casi 20 años", según informa la agencia Efe.

Han sido meses horribilis para el todopoderoso Muti, de 61 años. Huelgas, enfrentamientos, desacuerdos, luchas de poder, en fin, esas cosas que anuncian el deterioro, el ocaso de una época y la incertidumbre de algo nuevo. El tiempo pasa factura y 19 años, con mano de hierro, al frente de un teatro, más si éste es uno de los centros de referencia mundiales, son muchos. Después de que se reinaugurara la Scala en diciembre pasado con Europa reconocida, el mismo título recobrado de Antonio Salieri con que se abrió el teatro en 1778, Muti no ha tenido un momento de tranquilidad tras su enfrentamiento abierto con el superintendente, Carlo Fontana, de quien forzó el cese en febrero pasado tras 14 años en el cargo.

Esa última demostración autoritaria fue la gota que colmó el vaso. Fontana, muy apreciado por el personal del teatro, fue sustituido por Mauro Meli el 24 de febrero en mitad de las protestas que ya habían comenzado a mostrar los trabajadores de un teatro ahogado sobre todo por deudas y muchas tormentas en el horizonte con un déficit que en 2003 ascendió a 9,8 millones de euros, que pasó a 12 millones en 2004 y que puede aumentar a 18 en este ejercicio.

Pero Muti aduce otras razones para su marcha: "hostilidad". Casi odio podría decirse después de que los 700 empleados le pidieran su marcha el 16 de marzo, incluidos todos los profesores de la orquesta, una formación que ha forjado él a batutazo limpio desde que se hizo cargo del teatro. Contra eso, poco se puede hacer y Muti, en su carta de dimisión, lo reconoce. "Esto hace imposible proseguir con una colaboración que tendría que estar basada en la armonía y la confianza", se lee. "Hacer música juntos no es solamente un trabajo de grupo, ya que necesita estima, pasión y entendimiento".

Y justamente eso es lo que no encuentra por ninguna parte Muti en lo que puede denominarse tranquilamente la guerra de la Scala, una lucha para el que de poco le ha valido al director el apoyo de las autoridades locales, y cuando se habla de estas autoridades en Milán hay que citar al primer ministro Berlusconi, directamente.

Se va Muti y termina el referente de una época llena de luces y sombras en el que para muchos es el teatro de ópera más importante del mundo. El director napolitano sustituyó a Claudio Abbado en 1986. Si Abbado era un referente de la izquierda más chic en Milán, Muti llegó con fama de centrista pragmático, tras un paso exitoso por el Maggio Musicale Fiorentino, la Orquesta Philarmonia y la Sinfónica de Filadelfia.

Pero esa moderación ha degenerado en una situación de autoritarismo claustrofóbico para muchos en los últimos tiempos y le ha colgado encima una fama terrible en el mundillo. Tampoco engañó mucho al llegar. Si Abbado miraba entonces -ahora también- radicalmente al futuro, Muti llegaba con prioridades del pasado y la intención de resucitar "los tiempos de Karajan", y también "crear a mi alrededor un grupo de músicos jóvenes como hizo Toscanini". Son esos mismos que ahora le han dado con la puerta en las narices y le han colocado en una situación muy comprometida a escala mundial, y nunca mejor dicho.

Riccardo Muti, en el centro de la imagen.
Riccardo Muti, en el centro de la imagen.REUTERS
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