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Chesterton y la doble conspiración

En el breve relato de Gilbert Keith Chesterton titulado El hombre que se llamó Jueves, una tenebrosa organización terrorista azotaba al mundo con graves atentados. Otra potente organización de policía antiterrorista internacional combatía a la anterior bajo la dirección de un misterioso jefe, que por razones de extrema seguridad mantenía oculta su identidad, y al que nadie había visto la cara jamás. Al final del relato, aquel máximo dirigente policial resultaba ser también el cerebro rector de la organización criminal a la que supuestamente combatía.

Pasando de la ironía literaria a la tragedia real, la contumaz obstinación de algunos en seguir afirmando -pasado ya un año- que todo lo ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 obedeció a una minuciosa planificación de acontecimientos sucesivos que, produciéndose a lo largo de aquellos tres días y medio, acabaría desembocando en la derrota gubernamental del día 14, constituye -en el más benévolo de los casos- una obcecación de primera magnitud. Tal logro, tal capacidad para prever y controlar acontecimientos situados en ambas vertientes, la terrorista y la gubernamental, sólo hubiera estado al alcance de una mente con capacidad de decisión sobre ambas áreas a la vez. En otras palabras: sólo un personaje como aquel siniestro protagonista de Chesterton, con su doble capacidad conspirativa, hubiera sido capaz de prever y planificar, antes del día 11, la serie de sucesos, realmente inimaginables a priori, que se desarrollaron en la realidad.

En efecto, una vez descartada para nuestro doloroso 11-M, por su evidente inverosimilitud, la hipótesis chestertoniana -coincidencia de ambas mentes, criminal y policial, en un solo cerebro-, tratemos de imaginar, situándonos en aquellos días y semanas anteriores a la fecha fatídica, una mente criminal dispuesta a conseguir un resultado adverso al Gobierno en la cita electoral del 14 de marzo mediante una serie de simultáneos y terribles golpes terroristas. Esa mente, capaz de "planificar no sólo lo ocurrido el día 11, sino también lo sucedido en los días 12, 13 y 14" -según la definió literalmente ante la comisión investigadora del Parlamento quien ejercía en aquellas fechas la más alta autoridad ejecutiva de la nación-, una mente capaz de elaborar y cumplir tal planificación, aparte de su carácter desalmado, tendría que tener unas capacidades tan inverosímiles y tan absolutamente prodigiosas como para haber previsto lo que nadie hubiera podido prever: la serie de inauditas reacciones que, en aquellas críticas jornadas, el Gobierno iba a protagonizar.

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En efecto, ¿cómo iba a imaginar aquella mente planificadora que el propio presidente iba a dirigirse a los más importantes medios de comunicación para asegurarles que fue ETA la autora de los atentados, cuando ya existían muy serias dudas al respecto, logrando que las portadas que iban a decir "atentado terrorista" dijeran "atentado de ETA"? ¿Cómo podía imaginar a priori aquella mente perversa, por grande que fuera su olfato e intuición, que la ministra de Asuntos Exteriores iba a dirigirse a las embajadas y principales consulados de España en el mundo instándoles a sostener firmemente la autoría de ETA, cuando ya circulaba en los medios la reivindicación de Al Qaeda en Londres y otros datos que apuntaban en esta dirección? ¿Qué mente malvada, por grande que fuera su capacidad premonitoria, podía prever, con anterioridad al día 11, que nuestra representación en la ONU recibiría la orden de presionar al Consejo de Seguridad para conseguir un comunicado de condena a ETA, no como organización terrorista genéricamente merecedora de toda clase de condenas, sino formulando una condena concreta por aquellos terribles atentados, es decir, precisamente por aquellos que no había cometido? ¿Quién podía imaginar que nuestro representante en la principal organización internacional se empleara tan a fondo en aquel esfuerzo, digno de mejor causa, hasta el extremo de vencer las grandes reticencias de Rusia, Alemania y Francia, que no veían nada clara tal autoría, pero que transigieron ante la contundencia y la absoluta certeza del representante español, y acabaron firmando el comunicado en cuestión? ¿Qué mente, por muy poderosa que fuese, podía adivinar, en un supuesto plan trazado antes del fatídico día 11, que la diplomacia española caería en las fechas siguientes en un penoso ridículo por su obcecación en forzar aquella posición y aquel comunicado, cuyo errático contenido se manifestaría muy poco después, cuando se hizo ya inocultable la falsedad de tal imputación?

Sólo un cerebro como el concebido por Chesterton para su personaje, con capacidad de decisión y ejecución sobre ambos planos, hubiera podido ser autor de aquellas explosiones criminales y de aquellas increíbles decisiones gubernamentales. Ninguna mente situada sólo en la vertiente criminal, al diseñar un plan para aquellos tres días y medio, hubiera podido incluir en su diseño previo todos estos espectaculares desaciertos del Gobierno, con los que absolutamente nadie podía contar a priori, y que iban a exasperar a millones de españoles haciéndoles llegar a la manifestación del viernes 12 y a la jornada del sábado 13 con aquel imperioso "¿Quién-ha-sido?" como grito central, y haciendo que muchos ciudadanos que no hubieran acudido a las urnas lo hicieran, manifestando con su voto su protesta contra la muy desacertada gestión de una crisis de tan dramática gravedad.

Ningún cerebro planificador hubiera podido prever tan extravagante secuencia de decisiones e incluirlas en su plan para llegar a este resultado, salvo un cerebro de pura ficción, que jugase con aquella enorme ventaja de ser, al mismo tiempo, autor de tales decisiones y de las de la organización criminal.

Descartados, pues, Chesterton y su cerebro ambivalente, que nadie nos venga diciendo que la secuencia de hechos producidos en aquellos tres días y medio fue controlada y planeada a priori, paso a paso, por un misterioso y omnisciente "autor intelectual" que buscaba un determinado resultado electoral a través de la serie de actuaciones que, bajo su supuesto control, se iban a producir a lo largo de aquellas críticas fechas. En las últimas semanas los sondeos electorales reducían cada vez más el margen favorable al PP, e incluso algún sondeo, como el publicado por La Vanguardia, pronosticaba ya la victoria del PSOE. Esta victoria resultaba posible, sin necesidad de ningún acontecimiento perturbador. Pero nadie, absolutamente nadie, hubiera podido prever aquellas -y otras- actuaciones con las que, contra todo pronóstico, el propio Gobierno se puso la soga al cuello a partir de la tragedia del día 11. Incluso sin ponerse tal soga, podía perfectamente perder. Pero con aquella soga que él mismo se fabricó, perdió sin remisión.

Otra penosa actitud, profundamente dañina para nuestra sociedad, es la de afirmar, con venenosa contumacia, que "se desea cerrar el caso sin llegar a la verdad". Que "no se desea investigar". Que "no se está investigando". Una cosa es asumir posturas partidistas -quienes nunca hemos pertenecido a ningún partido estamos habituados a verlas, oírlas y soportarlas, asumiéndolas como inevitables en el juego político y parlamentario-, y otra cosa muy distinta es encajar una afirmación tan indigna, tan agresivamente insultante en el doble plano siguiente.

En primer lugar, al decir que no se investiga y que se desea cerrar el asunto sin llegar a la verdad, se insulta directa y gravemente, para empezar, a la fiscal Olga Sánchez y al juez Juan del Olmo, dos funcionarios admirables que desde hace un año, desde aquel traumático momento en que ambos visitaron los vagones recién destripados en Téllez y Atocha, se han dedicado en cuerpo y alma, incluso con detrimento de su descanso y su vida privada, a trabajar incansablemente al servicio de esa investigación. Con toda independencia de que se cierre o se mantenga la comisión de investigación parlamentaria, hay otra investigación imparable que nadie puede detener: la de la Audiencia Nacional, con su indagación policial, fiscal y judicial. Tal como afirma la fiscal citada: "Yo no sé cuál es la verdad que los políticos quieren. Pero sí sé lo que hacemos nosotros: cumplir nuestra tarea, que es averiguar quién lo hizo, para aplicarle el peso de la ley".

En segundo lugar, se insulta también, y muy gravemente, a la inteligencia de los españoles, tomándonos por unos descerebrados capaces de comulgar con una rueda de molino tan burda y tan pestilente como la de asumir que nuestros policías son tan inmensamente ineptos y corruptos, nuestros fiscales tan incapaces y nuestros jueces tan prevaricadores como para no estar dispuestos a esclarecer y sancionar con justicia aquel horror. Para quienes cínicamente afirman que "no se desea investigar hasta llegar a la verdad", esta frase tiene un significado muy concreto. Para ellos, "hasta llegar a la verdad" significa "hasta que se descubra una decisiva implicación etarra". Esto es lo que ellos siguen deseando y necesitando. Todo lo que no sea eso, no es "llegar a la verdad". Dado que esa "verdad" tan inmensamente falsa no se descubrirá jamás (no se ha descubierto el menor indicio válido en tal sentido en un año de intensa investigación), podrán continuar esgrimiendo su espantapájaros per in sécula seculórum amén. Podrán hacerlo y lo harán, pero al hacerlo demostrarán hasta qué punto anteponen sus intereses sectarios -la deslegitimación de un resultado electoral nunca asimilado-, aunque ello implique emponzoñar a la sociedad española, induciéndola al descrédito de aquellas instituciones que más digna y eficazmente la defienden, en una lucha de características nuevas, enorme amplitud y extraordinaria dificultad.

Hoy, Chesterton escribiría otro irónico relato titulado La mentira que se castigó un domingo.

Prudencio García es investigador y consultor internacional del INACS.

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