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Los supervivientes de Indonesia huyen a las montañas por miedo a nuevos seísmos

La poderosa comunidad china de la isla de Nias es la más afectada por el terremoto

Cinco días después de que la tierra temblara con una magnitud de 8,7 en la escala de Richter, los habitantes de la capital de la isla de Nias piden a gritos que recuperen a sus familiares de entre los escombros, mientras los equipos de rescate -compuestos por el Ejército indonesio, de Singapur y voluntarios- alegan falta de medios para buscar a los supervivientes. Ayer, brigadas de rescate húngaras, noruegas y francesas se repartieron el mapa de Nias para buscar a sobrevivientes, en una desesperada cuenta atrás.

Tras la fase de rescate, vendrá la atención médica y la distribución de comida y agua, según el plan diseñado por la ONU. Mientras, cientos de supervivientes temerosos de un nuevo seísmo, se resisten a bajar de las colinas, donde permanecen desde el pasado lunes, alimentándose con los frutos del bosque.

Steven Wijaya, de 26 años, presencia abatido desde la cima de una montaña de hierros y pedazos de muro que hace cuatro días era su casa, los trabajos de los equipos de rescate. Bajo sus pies, están sepultados su padre, su madre y dos de sus tres hermanas. "Puede que aún estén vivos", dice. A pesar de que los vecinos aseguran que han visto una luz roja moviéndose entre los escombros, los rescatadores han tardado tres días en presentarse en casa de Wijaya. "Dicen que no tenían el equipo necesario", explica este joven ingeniero electrónico. Ahora, efectivos del Ejército de Singapur -las únicas tropas extranjeras que están participando en el socorro en la capital- desmontan pieza a pieza su casa.

Wijaya pertenece a la comunidad china de Nias, la más afectada por el seísmo y el motor económico de la capital. El barrio chino, que albergaba gran parte de los comercios y almacenes de comida de la ciudad, se ha venido abajo. "La economía está paralizada. Las calles están rotas, los puentes también. No hay agua y los tendidos eléctricos no funcionan; y lo más importante, los empresarios, en especial los chinos, han perdido sus establecimientos", asegura el jefe de los servicios sociales de la provincia, Silvestre Lase. "Pedimos que otras provincias y otros países acudan en nuestra ayuda".

Al cuñado de Emerensiana, una mujer de origen chino que regentaba un comercio de videocasetes, le han encontrado aplastado bajo los restos de su casa hace dos días. "Pero todavía no han venido a sacarlo", apunta esta comerciante mientras inhala un bálsamo de eucalipto para intentar mitigar el olor a muerto que inunda todo el barrio. Pocos metros más allá, un joven, también de origen chino, clavetea entre sollozos un ataúd. Se encuentra frente a la sede de una asociación china a donde trasladarían 55 nuevos féretros que llegaron ayer al puerto de Gunungsitoli.

Mientras, los militares indonesios, encargados de las labores de rescate, no parecen darse por aludidos ante la desesperación de las víctimas, a pesar de los numerosos avisos que reciben asegurando que se han escuchado voces bajos los escombros. Es frecuente ver a estos soldados en grandes grupos fumando y viendo pasar el día ante la mirada resignada de los vecinos.

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Aferrados a la colina

Lase se refugia estos días en la casa de unos familiares en una colina, a pocos kilómetros de Gunungsitoli. Allí, cientos de personas se resisten a dormir en la ciudad, atemorizados por los rumores que circulan por la isla y que advierten de la llegada inminente de un terremoto de proporciones bíblicas. Al monte se accede por una escarpada carretera, surcada como las del resto de la isla por profundas grietas. La vegetación es exuberante y los refugiados se agrupan en claros de la selva. Llevan sin comida y sin agua cuatro días y sobreviven a base de plátanos y agua de algunos pozos de la zona.

Durante el día, la mayoría de los pobladores del campamento improvisado son mujeres -los hombres han bajado a la ciudad en busca de víveres-. Los pocos que quedan son los que hablan. "Tenemos miedo de que venga un nuevo terremoto", confiesa Nehe, conductor de un bicitaxi de tres ruedas, que vive con su mujer y sus seis hijos en la colina.

"Alguien me dijo que el próximo terremoto va a ser más fuerte y que la isla se va a hundir y va a quedar sumergida". ¿Quién suministra esta información? "Todo el mundo lo dice", responde. "Los rumores nos tienen muy confundidos, lo único que podría acabar con nuestro pánico es que el Gobierno nos dijera que no va a haber más terremotos", argumenta Julymanzalukhu, otro refugiado. Las mujeres sólo tienen palabras para pedir alimentos. Muchas llevan a sus bebés amarrados al cuerpo con una tela. "Necesitamos comida", gritan varias al unísono, a la vez que una de ellas muestra un par de plátanos verdes y rechonchos que cogen de la selva y de los que se alimentan.

Una mujer recoge ayer sus pertenencias en su casa destruida por el terremoto en la isla de Nias.
Una mujer recoge ayer sus pertenencias en su casa destruida por el terremoto en la isla de Nias.REUTERS

32.000 desplazados

En la isla de Nias son al menos 20.000 las personas que han sido desplazadas como consecuencia del seísmo del pasado lunes, según comunicó ayer Elisabeth Byrs, portavoz de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU.

Byrs añadió que al menos 12.000 personas han sido desplazadas en la vecina isla de Simeuleu, donde el 80% de los edificios ha sido dañado o destruido. "Pueblos enteros han sido destruidos", subrayó Byrs. La destrucción de buena parte de las infraestructuras impide los esfuerzos de los equipos de rescate.

En la isla de Nias, los que han perdido sus casas expresan su desesperación y piden al Gobierno indonesio una respuesta que no acaba de llegar de manera efectiva. "No sabemos adónde ir. No tenemos comida. Un vaso de agua es todo lo que me he llevado hoy a la boca", se queja Bernhart Lase, un profesor de inglés de 36 años que se ha quedado sin techo. "No sabemos qué va a ser de nosotros. Nadie nos dice nada. El presidente [indonesio, Susilo Bambang Yudhoyono] vino a Nias y se fue corriendo sin decirnos nada", añade desesperado.

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