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Columna
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Zoología

"Se busca perrita. Perdida en Antequera en octubre de 2003. Color canela. Rabo cortado". Leo este anuncio -al pie de una foto de la perrita en cuestión- en una revista fechada en marzo de 2005. El dueño de la perrita extraviada lleva año y medio buscándola, y de pronto uno se conmueve, porque hay un factor entrañable en esa búsqueda tenaz y desesperada, en esa falta de resignación ante una pérdida que, analizada sin apasionamiento, tiene toda la pinta de ser irreversible, aunque el dueño de la perrita descaminada esté en su derecho de confiar más de la cuenta en la providencia. Pero, dado que a nadie le gusta conmoverse así como así, y menos aún por un motivo canino, recurre uno de inmediato a un pensamiento paralelo: esa perrita se alimentaba de pollos y de gallinas, así fuesen pollos y gallinas convertidos en pienso, que suele ser el destino trágico de muchas aves. Y entonces se conmueve uno con el recuerdo de la cantidad de pollos y de gallinas que hay que sacrificar para que una perrita se alimente de forma sana a lo largo de su perra vida. "Pobres pollos, desdichadas gallinas", se dice uno, con el corazón encogido, porque el corazón tiene tendencia al melodrama. Para poner remedio a esa conmoción, molesta como todas las conmociones, piensa uno en lo arrogantes, lo disolutos y lo libertinos que suelen ser los pollos y en lo chifladas que suelen estar las gallinas, sin duda porque nadie que tenga que poner un huevo a diario puede mantenerse en sus cabales. Gracias a esta meditación, en fin, se le pasa a uno la pena.

...Pero una nueva pena se impone, porque los pensamientos sombríos tienen la mala costumbre de entrelazarse: ¿cuántos gusanos puede comerse un pollo o una gallina a lo largo de su existencia? La primera respuesta que se nos ocurre es optimista, aunque parta de un dato pesimista: ninguno, porque las gallinas y los pollos modernos viven en cautividad, como segismundos con alas, como condes de Montecristo emplumados, entre rejas y con la luz siempre encendida, comiendo harinas compuestas que a veces están elaboradas con despojos de otros animales, lo que convierte a esas desgraciadas aves de corral en seres carnívoros y quién sabe si caníbales, lo que es ya el colmo: vienes al mundo con la misión de cacarear, de poner huevos y de ser guisado al chilindrón o a la jardinera, y acabas convertido en un monstruo cautivo que come carne de vaca, pongamos por caso.

Ahora bien, un pollo o una gallina en libertad puede cargarse a millones de lombrices, gusanos y similares, ya que, en estado salvaje e indómito, tanto el pollo como la gallina se pasan el día removiendo la tierra con el pico, porque tienen el restaurante bajo tierra. Llegados a este punto, una nueva pena se nos instala en el ánimo: "Oh desventuradas lombrices, oh infortunados gusanos e insectos en general", gime uno entonces.

En medio de esta concatenación de pesares, Stephen Hawking ha declarado que nunca llegará a entender el universo. No quiero ni decirles lo que lo entiendo yo. Y no digamos las aves, que ni siquiera saben con certeza si existió antes el huevo o la gallina.

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