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Columna
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Pregón

El pregón taurino, con su solemnidad y sus intervenciones precedidas de gratos y sonrientes pasodobles, lo pronunció este año Andrés Amorós, con tanta claridad como erudición y salpicado de muy bellas citas. Comenzó con el nacimiento de la fiesta de los toros en el humanismo clásico, de un mito poblado de fuerzas misteriosas que ha acabado llegando a Sevilla, lugar al que prodigó muchos elogios citando a poetas sevillanos como Fernando de Herrera y Machado. Es un verdadero amante de esta ciudad, a la que tuvo muy presente en su discurso nombrando las calles en las que nacieron los toreros. Afirmó que todos participamos en la fiesta de los toros que comenzó como un rito religioso y ahora es una comunión popular nada menos que con la belleza. Y que hay dos tipos de toreo, a gusto de la sensibilidad artística del consumidor; se trata de elegir entre ellos tal como se puede hacer entre Platón y Aristóteles. Belmonte debía ser platónico porque decía que el arte no llega cuando queremos, sino que hay que saber esperar como si fuera un regalo divino; y los sevillanos, por lo visto, lo sabemos.

Contó anécdotas graciosas como que en El Café de París se comía, se fumaba y se peinaba a lo Espartero; y que Curro Cuchares brindó un toro a Napoleón III "por vus, por la mujer de vus y por todos los vusillos". También dijo una frase muy bonita: que Manolo Vázquez puso de frente el toreo que estaba de perfil. Y tuvo que hablar, cómo no, de las polémicas surgidas por la mayor sensibilidad que hay hacia la muerte del toro y porque las corridas nos alejan del progreso de Europa y del mundo civilizado. Su opinión es que si se suprimen las corridas se extingue la especie del toro bravo, y que la fiesta nace de la razón ilustrada, con una arquitectura de plazas perfectamente adecuadas a su cometido -no es la primera vez que lo oigo- y con apoyo literario y de la crítica. Añadió que Tierno Galván afirmó que la fiesta de toros era lo que más había educado al pueblo español, que Valle-Inclán dijo que era la única educación que teníamos, y que García Lorca la llamó la fiesta más culta del mundo; además de contar con aficionados como Goya, Picasso, Alberti, Machado, Góngora, Eisenstein, Orson Wells y Miguel Hernández, con cuyo soneto Como el toro he nacido para el luto, terminó el discurso. ¿Quién se atreve a oponerse?

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