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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Por celebrar que no quede

Nada menos que una decena de actos programados en loor del presidente Camps preparan los populeros valencianos para celebrar la primavera entre abril y mayo, un alarde hiperactividad para un inane aniversario

Salvavidas

Allá que va Bush bis, interrumpiendo sus vacaciones para salvar una vida que no quiere ser salvada, la de Terri Schiavo, que no podría sobrevivir desconectada de la máquina que la mantiene y que desea dejar de hacerlo. El presidente norteamericano es, por lo demás, firme partidario de la pena de muerte, y no le tiembla el pulso cuando se trata de liquidar por las bravas a unos cuantos centenares de miles de iraquís para salvar el mundo, aunque sus muchachos mueran también por miles en lo que queda de esa guerra o en cualquier otro conflicto humanitario. Es como esos curiosos personajes que son tan contrarios a la interrupción del embarazo y tan defensores de la vida que no vacilan en asesinar a unos cuantos médicos que no piensan exactamente como ellos. El derecho a morir de esta mujer parece fuera de toda duda, y todo indica que lo ha pactado con su marido. A saber qué se cree Bush que es para entrometerse en un asunto privado y de mucho desconsuelo, pero mejor si empieza a tomarse en serio el derecho a la vida de todos a los que ha llevado a la muerte.

Celebración campista

Nada menos que "ocho o diez actos" prepara el pepé valenciano para conmemorar los dos años de Gobierno del presidente Camps, con la traca final de la presencia de Mariano Rajoy (que va a caer en el estrabismo sin remedio de las subidas de crispación que padece últimamente), y cualquiera diría que el número de actos convocados supera en mucho las actuaciones a celebrar. A fin de cuentas, la queja melancólica como sistema nunca ha sido una buena política en sentido positivo, como tampoco tiene contenido alguno la alarma perpetua sobre unos presuntos enemigos que, envidiosos como son, tratan de birlarnos lo que tenemos, sobre todo porque los aludidos es que ni saben de qué diablos va el asunto. Así las cosas, se tratará más bien de celebrar la presencia de Rajoy contra Zaplana. Pero para eso no es preciso dar la matraca desde el 2 de abril al 21 de mayo.

Sartre sin tabaco

Stalin eliminó a Trotsky de las fotos, después de matarlo en Coyoacán, y Consuelo Ciscar tuvo la ocurrencia de colar de matute a Zaplana en una foto de campanario con Llorenç Barber, pero nadie hasta ahora se había atrevido a publicar una foto de Jean Paul Sartre sin su cigarrillo ardiendo entre los dedos. Ahora lo han, en París, en un poster que conmemora algo, tal vez el Día Mundial sin Tabaco. ¿Se falsifica así algo? Sí. Una imagen que no hay por qué retocar. Sartre fumaba sin parar, era adicto al alcohol, a la anfetamina y a Simone de Beauvoir, sustancias peligrosas todas ellas, y de esa mezcla salió una de las prosas francesas más brillantes del siglo veinte. ¿Por qué amañarlo ahora?

Cero en cultura

Sería exagerado atribuir al Ayuntamiento de Rita Barberá un interés desmedido por la cultura, exceptuando la música clásica y por conveniencias heredadas. ¿Ha creado este Ayuntamiento alguna infraestructura cultural en la ciudad? Ninguna, que se sepa, salvo la que se acumula año tras año, junto con la basura en las calles, como resumen de las fiestas falleras. Así que no es descabellado solicitar, exigir más bien, que las ruinas actuales del antiguo teatro de la Princesa (ella) sean adecentadas para acoger una especie de Escuela de las Artes Escénicas, algo así como un instituto de los oficios escénicos que tanta falta hace. En Barcelona depende de la Diputación, y es de mucha fama. Aquí no estaría mal, aunque se debiera a la intervención, por una vez, del Ayuntamiento.

Memoria de las estatuas

No hay duda de que, por desgracia, el general Franco forma parte de la memoria histórica de España, de ahí que se le levantaran estatuas en las plazas con palomas cuando monopolizaba el poder después de ganar una guerra atroz que él mismo provocó. Los contrarios a la desaparición de esas tristes reliquias del pasado pueden argumentar cuanto quieran que a fin de cuentas forman parte del paisaje urbano y que a nadie debe molestar su presencia. Pero eso, más que memoria histórica, supone olvidar interesadamente el dolor, la tristeza y la humillación que la Dictadura supuso para muchos millones de españoles, y que Franco, ni siquiera desde un estricto punto de vista de caridad cristiana, fue cualquier cosa excepto merecedor de perpetuar su broncínea y algo retocada presencia ecuestre en una democracia que no lo tiene precisamente por uno de sus benefactores. El general liquidó sin miramientos un esperanzador proceso democrático, del que todavía se recuerda su alegría. Justo es que, en correspondencia, la democracia desdeñe de su obra incluso las estatuas que, sin misericordia alguna, lo eternizan en las calles.

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