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Reportaje:NACIONAL

Líbano quiere saber quién es

Será Líbano el primer país árabe en el que se produzca una ruptura democrática? Las manifestaciones de las semanas pasadas, exigiendo la retirada del contingente sirio -que ya se está llevando a cabo-, y las contramanifestaciones defendiendo la preservación de algún papel político de Damasco en el país, aunque no necesariamente la permanencia de sus tropas, constituyen la escenificación de la lucha por definir qué es el Líbano, tierra de encuentro, encrucijada levantina de todo lo que es el mundo árabe como fe religiosa, como antropología, como destino.

En la última fase de la existencia del imperio otomano, lo que hoy es Líbano -unos 10.000 kilómetros cuadrados- formaba parte de la provincia de Siria del Sur, en la que también estaba integrado el territorio de Israel-Palestina.El gobierno local se hallaba repartido en los llamados millets, esferas de poder fuertemente autónomas, que se organizaban en torno a una comunidad religiosa. Así, había un millet cristiano, básicamente en el Líbano interior, la montaña; otro judío; otro druso, generalmente considerado este sentimiento religioso como una herejía del islam; y a los que se sumaban las comunidades musulmanas de suníes y chiíes. Según el historiador franco-libanés Georges C. Corm, el arreglo constituía un prodigio de representatividad cuasi democrática para la época, cuyo modelo cabría haber aplicado con éxito en el conflicto árabe-israelí.

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Desaparecido el imperio otomano, como consecuencia de la Gran Guerra, en 1919, Francia recibe de la Sociedad de Naciones el Mandato sobre Líbano, y al trazar las fronteras del nuevo Estado, para que éste tenga salida al mar hace una amalgama de costa y montaña, lo que convierte a Beirut en capital y en compatriotas a cristianos y una rica variedad de versiones de lo islámico. El propio sistema de los millet da paso a una ciudadanía más o menos liberal-democrática. Pero como sucedáneo del sistema desaparecido, y para afinar la convivencia entre musulmanes y cristianos, el gran pacto nacional de 1943 acuerda un reparto de cargos institucionales entre maronitas, suníes, chiíes y drusos, amén de cuotas de escaños para cada comunidad. Ese pacto ha sido revisado por los acuerdos de Taif, Arabia Saudí, en 1989, mejorando la parte global musulmana, pero sin llegar a eliminar una cierta ventaja de la que gozan los maronitas.

En ese contexto es en el que la Siria de Asad, el padre, supo instalarse por mandato de la Liga Árabe como poder estabilizador, para que el país no recayera en la espiral de guerra civil de los años setenta y ochenta, así como de árbitro entre facciones, con las que se aliaba, cambiando de caballo, según las circunstancias. Esos acuerdos, por otra parte, ya preveían la retirada militar siria, aunque no como ahora bajo presión norteamericana, sino negociada entre los Gobiernos de Beirut y Damasco, lo que permite incluso al presidente sirio, Asad, el hijo, salvar la cara de que el presidente norteamericano Bush -también hijo- a él no le manda.

El sobresalto emancipatorio de lo que parece una mayoría de la sociedad libanesa parece que debería hacer cuentas con ese pasado, aún hoy bastante otomano, para plantearse la cuestión de si cabe el voto descomunitarizado.

La constitución de un Líbano verdaderamente soberano -lo que debería excluir su conversión en cliente de Washington o enfeudado de Israel- debería resolver graves contradicciones, como las que encierra la propia resolución 1559 de la ONU, que, si bien exige la retirada siria, también pide el desarme de Hezbolá, la guerrilla chií que se atribuye el éxito de haber expulsado a los soldados israelíes del sur del país -año 2000-, y que, además, es hoy tanto un gran partido político como una floreciente sociedad de socorros mutuos.

Si es verdad que la mayoría de libaneses quiere la retirada de Damasco, también una mayoría apoya a Hezbolá, como vigorosa expresión de sentimiento patriótico, y el hecho de que EE UU -pero no la UE- tenga al movimiento en su lista de organizaciones terroristas, probablemente aún contribuye a mejorar esa imagen. Cabe, por tanto, que en esa posible ruptura democrática, la transformación de Hezbolá sólo en partido político, acabara con una de esas contradicciones.

Líbano es una nación árabe, pero con características que sólo hallamos en el país antaño de los cedros, como ese cristianismo originario, puesto que no procede ni de la mission civilisatrice de Francia, ni del American College protestante de Beirut, fenómenos todos ellos del siglo XIX, sino que sobrevivió a la expansión del islam en la zona; o la fuerte proporción de drusos; o el crecimiento espectacular del chiísmo, lo que extiende lazos orgánicos pero no de servidumbre hasta Teherán.

Un Líbano soberano y democrático, si esa es la receta del día, sería un poderoso agente de cambio de ese presunto nuevo Oriente Próximo, del que Bush se cree padre putativo.

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