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Columna
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La diferencia

España era diferente, lo proclamaba en inglés, para que se enterasen los de fuera, un lema del Ministerio de Información y Turismo, un ministerio también diferente, pues no conozco ningún otro Estado que haya creado tan anómala bicefalia, aunque en este caso el invento no carecía de cierta lógica perversa: en el peculiar lenguaje, políticamente infecto, creado por aquel régimen diferente, donde decía Información debía leerse propaganda interior, y donde decía Turismo, propaganda exterior, dos materias graves y delicadas que cabían en la cabeza de buque de don Manuel Fraga Iribarne, y aún le quedaba espacio para estudiar y diseñar su futuro político como demócrata inorgánico cuando la dictadura, a la que había servido y servía como el más disciplinado y leal de los soldados, pasara a la historia universal de la infamia.

En vísperas de la inexorable y anunciada caída del decrépito régimen, don Manuel se licenció de demócrata calzándose un bombín y enarbolando un paraguas en la Embajada de Londres, dorado exilio a la espera de que los renovados gestores del nuevo Estado, viejos colegas, reclamaran otra vez sus inestimables servicios.

España siguió siendo diferente, la pacífica transición hacia un sistema democrático homologable fue más pacífica que en ninguna otra parte, un fenómeno único, aunque no modélico. Salvando las distancias, sobre todo kilométricas, podría decirse que ver hoy a Fraga de presidente autonómico de Galicia es como imaginarse a Joseph Goebbels ejerciendo de lehendakari de Baviera después de la Segunda Guerra Mundial.

De asombrosa, prodigiosa y medrosa puede calificarse la transición de la dictadura, pura y dura, a la monarquía parlamentaria, prefabricada por el extinto déspota, mediante un pacto, fenómeno insólito en una tierra donde se tiende a resolver los conflictos por medios mucho más expeditivos.

De la bondad y la tolerancia, y del miedo también, que mostraron en aquellos momentos clave los auténticos demócratas recién surgidos de las catacumbas da fe la persistencia en lugares públicos e instalaciones militares de símbolos y emblemas del franquismo, estatuas, placas, yugos, flechas y águilas gallináceas, monumentos y banderas preconstitucionales, persistencia especialmente ostensible en Madrid, capital rehén, tatuada a conciencia, mala conciencia, por los vencedores de la incivil contienda.

Que algunos supervivientes no se hayan enterado todavía de que cambiaron las tornas es un lamentable episodio que a estas alturas entraría de lleno en el ámbito psiquiátrico, Alzheimer, demencia senil...

Lo que resulta mucho más preocupante es el visceral rechazo que algunos demócratas de la oposición popular han exhibido ante la retirada, con discreción y nocturnidad, de la ominosa y espantosa estantigua ecuestre del general superlativo. Muy preocupante, porque parece un síntoma, un inquietante virus retroactivo muy extendido en las filas conservadoras, donde cada vez hay más cons que neocons.

Otro síntoma de la misma enfermedad podría detectarse en los últimos discursos y exordios de algunos líderes populares, tan reacios como el primer día a reconocer su derrota electoral, que siguen buscando los tres pies de ETA y la mala pata del PSOE bajo las chilabas del 11-M.

España sigue siendo muy diferente y a la mayor parte de sus ciudadanos nos gustaría que no lo fuera tanto. Para estos conservadores de un pasado basura, irreciclable, la retirada del general de sus cuarteles de los Nuevos Ministerios es una forma de reabrir viejas heridas. Para los demás se trata precisamente de todo lo contrario, de cauterizarlas, de cerrarlas definitivamente después de extirpar las excrecencias, los tumores estatuarios y lapidarios que afean el paisaje físico y moral de pueblos y ciudades.

Me contaron que en aquellos años de la transición, la Unión Soviética buscaba sede para su primera legación en Madrid y que le tenían echado el ojo a un antiguo convento y colegio en la zona de Chamartín. La iniciativa se frustró cuando los futuros inquilinos conocieron la dirección a la que iban a mudarse: "Caídos de la División Azul" semiesquina a Pío XII para más INRI.

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