Un libro documenta los vestigios de la arquitectura templaria en el sur de Cataluña
Desde que el rey francés Felipe V planeó la eliminación del Orden de los Templarios hace 700 años bajo la acusación de herejía, los rastros del paso por el sur de Cataluña de los monjes caballeros han ido cayendo en el olvido. El libro L'arquitectura àuria dels Templers. Terra Alta i Ribera d'Ebre, de Josep Gironès, publicado por la Diputación de Tarragona, aspira a combatir esta tendencia. La obra recorre no sólo el castillo de Miravet, foco del dominio templario en la zona y uno de sus últimos bastiones, sino ermitas y edificios que muestran aún las formas y proporciones usadas por los templarios.
Esta orden dominó desde el siglo XII hasta el XIV un territorio que abarcaba desde Tortosa hasta el norte de Castellón, y que por el interior alcanzaba a Mequinenza y Monzón. Gironès defiende que, desde que se instalaron los templarios en la zona, numerosos pueblos de la Ribera d'Ebre y la Terra Alta alcanzaron su esplendor tras la reconquista a los sarracenos. Los templarios construyeron ermitas y levantaron pueblos y pedanías con sentido de defensa militar. Algunos de los antiguos núcleos, hoy deshabitados, de Batea (Terra Alta) conservan aún restos de fortificaciones junto a ermitas del mismo periodo. Su estilo, austero y siguiendo modelos clásicos, se mezcló con elementos árabes.
Aún hoy es fácil observar en pueblos como La Fatarella -de donde es Gironès- muros o piedras con elementos templarios. La calle de Prades, por ejemplo, está aún decorada con una piedra en la que figura un relieve de la cruz templaria, y el pueblo conserva alguno de los rostros de piedra, de mirada misteriosa, con los que los templarios decoraban sus estancias.
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