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Columna
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La verdad

La verdad no es fotogénica. Y a lo peor por eso, como decía el gran Vicente Núñez, mentimos con la verdad en la mano de la forma más natural del mundo. La verdad es que nuestro sistema se basa en la mentira, y que sin la mentira poco habría que hacer y que decir. No le pidáis a un médico que os diga la verdad, ni a un periodista que os la cuente con pelos y señales. No hay señales ni pelos que rascar. Todo miente. Una radiografía miente y el papel, en cuanto se le imprimen cuatro letras, miente más que habla. Los católicos hablan (nadie se queda fuera de este embuste) de mentiras piadosas. Porque donde se vive bien y acogedoramente (vuelvo a Vicente Núñez) es en el error.

La verdad no es fotogénica. Y a lo peor por eso los políticos huyen en general de ella como de la peste, y más aún en tiempo de elecciones. En tiempo de elecciones lo que manda es la fotografía. El arte fotográfico, la ampliación, el retoque. Esos carteles con las caras sonrientes de los candidatos soportando el obsceno primer plano. Hay algo pornográfico, de película X dirigida por oscuros asesores de imagen, en cualquier campaña electoral. Está claro que todo ese montaje y esa puesta en escena es mentira, pero está claro que debe ser así, se supone que debe ser así, igual que el cine X. Nadie folla así en casa. Nadie posa así en casa. Nadie dice esas cosas que se dicen en los frontones, los polideportivos y los teatros en el salón de casa. Nadie se cree todo lo que dice delante de un micrófono. Lo único que crece en la campaña es el tamaño de las fotografías. La verdad, más que nunca ahora mismo, en tiempo electoral, es un lugar lejano, una utopía. ¿Dónde está la verdad del 3% cuya revelación amagó Maragall? ¿Y en el país de los vascos? Patxi López ha dicho que no ha dicho nada. La verdad por detrás, como una sombra dentro de una sombra. El sistema es así, funciona así.

La verdad no es fotogénica. ¿Quién va a querer sacarse una fotografía acompañado de esa señora horrible, de ese tipo espantoso? No sólo los políticos. Nadie les va a pedir que no nos mientan. Porque nosotros mismos no queremos saber muchas cosas. ¿Cuánta verdad necesita el hombre?, se preguntaba en un reciente ensayo Rüdiger Safranski. No toda la verdad. Sócrates y San Agustín, antesdeayer, le daban vueltas a esta misma historia. Pero nuestros políticos no pretenden privarnos de las grandes verdades, con su visión del mundo y su pathos histórico y filosófico, sino ocultarnos otras más insípidas y de andar por casa. Con aquellas, con las grandes verdades, todavía se llenan algunos la boca (y otros los bolsillos). De lo que nos protegen no es de las peligrosas verdades trascendentes que amenazan la libertad de cada uno (es decir, la de todos), sino de otras verdades más pedestres, de tamaño menor. Han conseguido convertir en misterio sagrado la mordida política: la santísima trinidad en tres por ciento.

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