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Columna
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Los viejos amantes

Tenía la tez clara y los ojos oscuros con unos párpados soñadores que le daban un aire vagamente ensimismado y distante. Cuando se paseaba por los cafés de la orilla izquierda del Sena con aquellos jerseys largos de cuello vuelto y pantalones de chico suscitaba todo tipo de comentarios de admiración a su paso y tras ella, inevitablemente, iban disparándose los flashes de los fotógrafos. Juliette Gréco era la musa indiscutible de Saint-Germaine-des-Prés, el sueño imposible de escritores, pintores, poetas y músicos de jazz. Jean-Paul Sartre decía que tenía en la garganta millones de poemas que todavía no habían sido escritos. Miles Davis cuenta en su autobiografía que cuando la conoció en abril de 1949 en el número 33 de la calle Dauphine, en una cave llamada Tabou, frecuentada por los existencialistas, se enamoró perdidamente de ella. "Creo que fue la primera mujer que amé de verdad y la separación casi me partió el alma y me precipitó en el pozo sin fondo de la heroína". Aquella muchacha delgada que modelaba las palabras con un susurro de voz je suis comme je suis (soy como soy) representaba el ideal de la mujer libre, que se asume a sí misma, inteligente, orgullosa, inconformista... No es difícil imaginar el impacto que causó con 22 años cuando cantó por primera vez en el teatro Olympia. Logró el milagro de hacerse popular con un repertorio sacado de la más refinada intelectualidad parisina. Interpretaba letras de Marguerite Duras, de Louis Aragon, de Brassens, de Leo Ferré, de Jacques Brel Ne me quitte pas... Trabajó en el teatro y en el cine y su fama pronto empezó a traspasar fronteras hasta convertirse en un mito. Cuando en nuestro país las señoras decentes todavía dormían con la cabeza coronada de bigudíes, Juliette Gréco encarnaba esa nueva sensualidad provocadora y deliciosamente confusa que inventaron los franceses a medio camino entre la inteligencia y los misterios del cuerpo.

Pero a pesar del éxito nunca olvidó su pasado. Aún ahora cada vez que entona los acordes de C'etait un train de nuit, cuenta que revive la noche de septiembre de 1943 cuando fue detenida por la Gestapo junto a su hermana Charlotte y a su madre, que era activista de la Resistencia. Pasó dos años largos en un campo de concentración y salió cuando acababa de cumplir 16, pesando apenas treinta kilos. Supongo que hay cosas que no se pueden ni se deben olvidar.Tampoco el éxito resulta fácil de digerir, le costó un intento de suicidio y dos matrimonios perdidos, pero a pesar de las huellas que la vida le ha ido dejando, Juliette Gréco ha conseguido sobrevivir a todo y, a sus 78 años, continúa siendo la muchacha izquierdista y enigmática que siempre fue, porque como decía Juan Carlos Onetti, las mujeres bellas atraviesan adolescentes el curso del tiempo. Este mes de marzo actuó en Madrid, en el Auditorio Nacional, con un vestido negro largo con escote de pico y toda la fuerza expresiva de sus manos. La acompañó al piano Gérard Jouannest, que fue pianista de Jacques Brel y que es el hombre con quien vive desde hace años en una casa rodeada de árboles. Quizá iba destinada a él la chanson des vieux amants, que acaso representa su propia verdad y que encierra uno de los versos más hermosos que dos personas que han vivido y se han querido mucho pueden decirse al cabo de los años: "Nos ha hecho falta mucho talento para ser viejos sin ser adultos".

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