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Cosas que no se explican sobre Turquía

Francisco Veiga

Hace ya cierto tiempo, un articulista afirmó en esta misma sección que todo estaba dicho en el debate sobre la candidatura turca a la Unión Europea. Muy al contrario, casi nada realmente significativo se ha mencionado hasta ahora. Artículo sobre artículo, han ido predominado las consideraciones tópicas y negativas, hasta el punto de que en Asuntos Exteriores andaban algo preocupados por el ascenso de las opiniones contrarias al ingreso de Turquía en las encuestas. Reacción comprensible, dado que el Gobierno español es uno de los más favorables a la candidatura de Ankara y desde el ministerio se trabaja activamente en la exploración realista de las posibilidades positivas que ofrece.

En todo este debate sobre la candidatura turca a la UE a veces parece como si, sobre el consenso soterrado de abrirle las puertas a ese país, se agitara desordenadamente un manto de hojarasca a base de juicios de valor anacrónicos, consideraciones ornamentales y falsos impedimentos. En realidad, el misterio se aclara bastante si nos paramos a considerar el proceso negociador desde el otro lado: el de los países miembros. Qué casualidad, los que más se oponen a la entrada de Turquía son aquellos que ahora mismo tienen ultraderechas fuertes o en crecimiento: Alemania, Francia, Holanda, Austria. Cabe pensar que los gobiernos de esos países o algunos de sus responsables políticos, no tan opuestos en realidad a la candidatura turca, intentan atajar el aprovechamiento político que pudieran sacar esas opciones radicales de todo el asunto. Por otra parte, no deja de ser una ironía que mientras algunos progresistas aprovechan el rechazo a la candidatura turca para dar salida a escondidos sentimientos xenófobos en general y antimusulmanes más en particular, el Partido de la Justicia y el Derecho haya sido admitido en el Partido Popular Europeo. Por lo tanto, un partido islamista que al final ha resultado ser realmente islamo-demócrata y conservador. Una paradoja sólo aparente si se atiende a la historia de Turquía, porque mucho antes de Kemal Atatürk, fue el mismo sultanato, en tiempos del Imperio Otomano, el que se lanzó a una política modernizadora que logró cuadrar el círculo entre la laicización del Estado y el mantenimiento de las esencias musulmanas. Eso en los años centrales del siglo XIX, cuando en el mundo árabe ni siquiera se había iniciado el debate sobre la compatibilidad entre islam y modernidad.

De todas formas, resulta más alarmante el hecho de que los planteamientos contrarios a la candidatura turca vengan respaldados por una cada vez más clara oposición a la posibilidad de que en un futuro, incluso lejano, pueda aparecer en la UE un eje mediterráneo que agruparía a España, Portugal, Italia, Grecia y Turquía, y que a buen seguro contaría con el apoyo transversal de Gran Bretaña. Eje cuya fuerza quizá no se mediría tanto en peso económico -aunque el tiempo ya dirá- como en el político. Resultaría alarmante constatar que el eje franco-alemán existente esté reaccionando de forma tan bronca a la posibilidad de que algún día perdiera parte de su poder en la actual UE, pero las cifras que arrojan los sondeos de rechazo a Turquía en esos países parecen indicarlo. O sacamos la conclusión de que la ciudadanía franco-alemana es más consciente y madura que la mediterránea con respecto a un supuesto "problema turco" o aquí hay gato encerrado.

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¿Se ha mencionado a Grecia en ese supuesto eje mediterráneo? Por supuesto: no es ningún secreto que Atenas está muy interesada en las posibilidades que ofrece la candidatura turca. De un lado, porque sería una forma de terminar con la carrera de armamentos entre ambos países, una pesada e interminable hipoteca que lastra el desarrollo económico griego. Por otra parte, la integración turca en la UE señalaría el "regreso" de los griegos al ámbito financiero y comercial turco, que tan bien conocían y tan beneficioso les resultó hasta 1923. Aparte de todo ello, los planes de desarrollo y explotación conjunto de los recursos naturales y el turismo del Egeo no pueden sino aportar ventajas.

Por lo tanto, quizá no estaría tan mal que en una Europa realmente unida y plural existieran menos liderazgos y más ejes transversales con capacidad de dialogar y consensuar esfuerzos. Pero, hoy por hoy, ese debate no debería planear sobre las negociaciones de ingreso de Turquía en la UE. Lo principal es considerar que el proyecto, aunque caro y costoso, quién lo duda, valdrá la pena. Se insiste mucho en los beneficiosos aspectos geoestratégicos que supondría la adhesión de Turquía, un socio de confianza con el que podremos asomarnos a escenarios en los que Europa está llamada a tener peso y presencia: Asia Central y Próximo Oriente. Una superpotencia económica y demográfica como es la UE, con experiencia, ideas y soluciones propias, no puede permanecer al margen de regiones en las que otros están jugando fuerte. Si es cierto que China, Brasil y la India serán superpotencias a su vez en el 2040 o antes, los europeos tendrán que levantar las narices de sus cotidianas miserias nacionalistas y afrontar el desafío con imaginación y audacia. Porque, además, hay consideraciones económicas importantes que no suelen abordarse en el debate que nos ocupa. Turquía no es sólo un mercado importante al que de paso se le perdona la vida integrándola en la UE. Es un aliado potencial de gran calado en la estrategia económica europea del siglo XXI.

Por lo tanto, dejar fuera a Turquía tendría un castigo para los europeos: los beneficios y ventajas que se perderían. Sería legítimo hablar de un periodo de sacrificios comunitarios, tan impopulares; pero a pesar de la crecida factura inicial, para cuando Turquía accediera al club, posiblemente ya ni siquiera resultarían necesarios. Lo demás, con perdón de crédulos y fabuladores, son cuentos. Ni Turquía se va a volver integrista a golpe de pito si se queda fuera de la UE, ni nos van a invadir hordas de trabajadores empobrecidos si entra; en realidad, ni tan siquiera el país cuenta con "más de 70 millones" de habitantes, por citar un dato erróneo interesadamente repetido hasta la saciedad. Lo que sí puede pasar, caso de que la negociación se vaya al traste, es que a Europa le cueste mucho más cara la factura del petróleo procedente del Caspio, que en buena medida pasará por territorio turco, vía países del Cáucaso. De ahí el interés occidental por Georgia y las "revoluciones de colores" en la zona o las presiones para que Ankara establezca las mejores relaciones posibles con Armenia. ¿Entienden ahora la insistencia del ministro de Asuntos Exteriores francés, Michel Barnier, en que los turcos salden la vieja deuda histórica del genocidio armenio? Curiosamente, nadie les reclama a los kurdos el mismo paso, olvidando el entusiasmo que demostraron sus milicias auxiliares en ayudar a las tropas otomanas en aquella matanza.

El último rumor que circula es que todo este asunto de la revolución naranja ucraniana está sirviendo para que en Bruselas algunos proyecten puentear la candidatura de Ankara con la de Kiev, haciendo pasar por su territorio los oleoductos procedentes del Caspio, un proyecto, éste sí, bastante caro y arriesgado. Si eso es cierto, el peligro que se cierne sobre la UE es considerable, porque significaría que el eje centroeuropeo está ciertamente alarmado y dispuesto a ampliar caiga quien caiga con tal de conservar posiciones hegemónicas.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental y Turquía, UAB, y autor de La trampa balcánica y de Slobo. Una biografía no autorizada de Slobodan Milosevic.

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