El bosque y el ausente
Este fin de semana han concluido las conmemoraciones del primer aniversario del 11-M. En el madrileño parque del Retiro se ha plantado el Bosque de los Ausentes con 192 cipreses y olivos en recuerdo de quienes perdieron su vida hace un año en la masacre de aquel día. Entre nosotros, para brindarnos su solidaridad, han estado los expertos convocados por la fundación FRIDE a unas jornadas de estudio sobre la forma de responder a la amenaza terrorista. De sus trabajos ha salido la Agenda de Madrid con propuestas que buscan impulsar la cooperación sin arrasar los derechos civiles, es decir, preservando la democracia cuya destrucción supondría la victoria al terrorismo. Aquí tenemos bien aprendido que "en la lucha contra el terrorismo no hay atajos", los procedimientos deben ser respetuosos con la ley y la ley debe estar en consonancia con los principios y garantías que proclamamos.
Ni prisiones como Abu Ghraib, ni bases de internamiento como Guantánamo, ni envío de presos para ser interrogados bajo tortura en sus países de origen son, en modo alguno, aceptables entre nosotros. Las convenciones de Ginebra para casos de guerra han de ser respetadas y la nueva figura de los "enemigos combatientes" frente a los cuales valdría todo, que han acuñado los equipos de la Administración Bush, resulta de imposible aceptación en España y en la UE. Por eso, porque tenemos bien averiguado que esos procedimientos cuando no se denuncian acaban siendo incorporados a la propia conducta, es preciso que manifestemos al respecto la más abierta oposición a nuestros amigos y aliados de los Estados Unidos como primera prueba de la lealtad que les debemos. Como dicen las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas no cabe disimular estos comportamientos desviados, que tan gravemente quebrantan los deberes morales más básicos.
Sin proponer a nuestro país como modelo de nada, se impone reconocer que después de haber padecido un atentado como el del 11-M aquí nadie ha propuesto la adopción de leyes especiales antiterroristas, de las que hemos tenido en el pasado experiencias sobre su inutilidad. La ciudadanía, sin reflejos xenófobos, la policía y los jueces se han puesto a la tarea de esclarecer lo sucedido con resultados muy superiores a los obtenidos por la hiperpotencia que figura como líder del mundo occidental tras el derribo de las Torres Gemelas y de un ala del Pentágono el 11 de septiembre de 2001. Aquí, las nacionalidades diversas de los implicados para nada han inducido proyectos de bombardeo sobre montañas o desiertos más o menos próximos o lejanos.
Desde primera hora el juez Juan del Olmo ha puesto en marcha una instrucción ejemplar del caso auxiliado por la policía judicial. Nuestro Congreso de los Diputados ha formado una comisión de investigación para escuchar a los responsables policiales y políticos de entonces y formular las recomendaciones pertinentes. En su seno se han producido algunas disensiones. Unas, propias de la diferente coloración política de los comisionados. Otras, derivadas del sectarismo obediente al pasado aznarista o del seguidismo a la línea marcada por Jota Pedro y los confidentes a su disposición. Por su parte, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha estado pendiente para asignar mayores efectivos policiales y de la Guardia Civil a las tareas antiterroristas vinculadas con la yihad islámica y demás redes concomitantes. Ha reforzado los dispositivos del Centro Nacional de Inteligencia y ha tomado otras medidas en el ámbito penitenciario. Ha modificado el reglamento de transporte, tenencia y uso de explosivos y ha impulsado la cooperación internacional en el contexto de la UE y en el de los países árabes de manera muy especial.
Mientras, las asociaciones de víctimas se han sumado a las conmemoraciones de forma diversa pero sólo ha habido dos notas discordantes de mayor consideración. De una parte, el desaire intentado con la equivocación del destinatario de la nota de solidaridad de la Administración Bush, que nunca debió remitirse a la embajada norteamericana en Madrid sino al Gobierno español. De otra, el ex presidente José María Aznar, quien desde Monterrey (México) se asomaba para decir: "No he estado en los actos porque no me invitaron". Podría aceptarse la incomparecencia del ausente si al abandonar La Moncloa hubiera optado por la discreción, pero es que desde el día siguiente de su mudanza ha sido un tábano para el Gobierno de España en cuantas capitales ha visitado con invitaciones pagadas. Lo del Retiro era gratis.
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