A vista de parapente
El autor ofrece la visión aérea de Loja y observa vestigios de todos los pueblos que habitaron Andalucía
Algunas personas tienden a guardar en lugar predilecto de su memoria las obras de arte que han visto. No pretendo establecer una falsa oposición pero mi propia sensibilidad sitúa los paisajes en el lugar más destacado. Igual que con los museos, hay incontables observatorios; del modo que con las obras de arte, muchos están disponibles sólo para privilegiados. Por ejemplo, a los espeleólogos, submarinistas o montañeros les están reservadas cumbres de belleza. A quienes practican el vuelo libre les es posible acariciar lo que hasta hace pocos años sólo había sido accesible a los pájaros. Incluso quedando en tierra, los escenarios que se eligen para despegar y aterrizar en parapente, suelen ser una maravilla.
Quien vuela o contempla a quien lo hace, recorre la geografía andaluza con unos ojos particulares. Visita pueblos con independencia de su inserción en los circuitos turísticos. Accede a sitios con las ventajas e inconvenientes de los que no están preparados para recibir un público masivo.
Viajando en dirección Granada por la autovía A-92 y poco antes de llegar a Loja, se divisa en lo alto, hacia la derecha, un parque eólico. Mucha gente cree que los pilotos de parapente nos arrojamos al vacío, pero eso no es así. El despegue debe ser suave, sutil, y muy cerca de los molinos hay sitio adecuado incluso para principiantes. El amplio aterrizaje está al lado de la pequeña localidad Venta del Rayo. Allí, sobre la antigua carretera de Málaga, está la venta San Rafael, donde se suele beber café, previo al inicio de la jornada. Es frecuente que las copas de celebración de la belleza y la aventura se beban en esa misma venta al caer la tarde.
Cuando el día se presenta bueno, el campo contiguo cobija a la vez pilotos que aterrizan, familias que pasan una tarde de campo y chavales que juegan con un balón o una bicicleta.
A mí me parece que volar es menos peligroso que el tabaco, el alcohol, la vida sedentaria y el móvil o la prisa al volante. En cualquier caso declaro que nadie excepto mi naturaleza me induce a explorar esas sensaciones y que no deseo inducir a nadie. No obstante debo decir que unas horas de aire libre en Venta del Rayo puede ser buena ocasión para una aproximación a ese mundo. También para coincidir con instructores y adquirir la información inicial para acceder o descartar tan brillante aventura. Entre otras, las escuelas de vuelo que allí acuden son Draco, de Granada y Yo Vuelo, de Málaga.
Quien ha volado sólo o en tándem y ha ganado altura, lo ha visto todo. Al frente, la A-92 que se pierde hacia el poniente; a la espalda el sol brillando en Sierra Nevada. Bajo los pies y con sus aristas atenuadas por la distancia, rocas, parca vegetación y a veces algunas cabras montesas. Del otro lado de la autovía, en una hondonada, Loja, cuyo origen como núcleo urbano se pierde hace más de tres milenios. Quien disponga del tiempo necesario para mirar con atención encontrará vestigios de todos los pueblos que amalgamaron Andalucía. Pero por sobre todo notará que esas tierras; esa ciudad, fueron durante dos centurias el escudo final de Al Andalús.
Esa realidad se refleja de modo elocuente en la alcazaba, ubicada en el barrio al que da nombre. En ella destaca un majestuoso torreón principal, alrededor de una cúpula central en forma de media naranja. También es necesario apreciar el aljibe nazarí de tres naves o el sistema de murallas y torres, especialmente la torre ochavada.
Algunos nombres indican el esplendor de aquellos años. Por ejemplo, la ciudad fue en 1313 cuna del ilustre Ibn Al Jatib. La peripecia de ese poeta, biógrafo, historiador, médico, pensador, escritor de prosa, ejemplifica la inestabilidad de su mundo. Autoexiliado en el norte de África, fue asesinado mientras estaba en prisión, en el año 1375. También fue oriunda de Loja la desgraciada princesa Moraima. Su historia llena de exilio y privación es reflejo de un mundo sensible que tocaba su ocaso.
Loja parece dividida entre la sierra áspera y el valle gentil. La primera es dueña de un aire bravío; como si estuviera allí para recordar que en ella encontraron amparo los siete mil hombres de la revuelta popular del pan y el queso de 1861. La segunda, como si todavía quedaran ecos y suspiros de un refinado mundo musulmán acorralado; como si sus senderos nos estuvieran invitando para hablar de primavera.
Bien es cierto que a cualquiera que esté viviendo un romance en su momento de máximo esplendor le vale tanto una tienda de campaña como la mejor habitación. Igual es interesante notar que en Loja hay adecuadas posibilidades de alojamiento e incluso un hotel -La Bobadilla- cinco estrellas lujo.
En la sensibilidad del que ha volado, la emoción y la belleza ocupan un lugar central. Además la alegría por el simple hecho de estar de nuevo pisando tierra firme convierte cualquier bocadillo en un manjar. Eso no es contradictorio con aderezar la experiencia con la gastronomía típica de Loja. La ciudad se presta para hacer una exploración en toda regla por los muchos restaurantes y bares de tapas. Para buscar lo que ha sobrevivido de la cocina tradicional como el escabeche de boquerones, el cuchifrito de chivo, las habas fritas con jamón, la porra o la gran variedad de gazpachos veraniegos. También Loja invita a pensar en los amigos y por eso resulta lógico hacer provisión de sus famosos roscos antes de emprender el regreso.
Si fuera delineante y diseñara paseos perfectos, en uno incluiría vuelo libre al costado de Loja y abundante campo y sierra. También agregaría inmersión en un pasado brillante, exploración de comida tradicional y el hotel que estuviera a mi alcance, eso sí, con la mejor compañía.
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