El narcisismo diferencial
Se agradece la complejidad de ensayos como el de Garton Ash, que confronta las relaciones actuales entre Europa y Estados Unidos, frente al simplicismo de tantos libros provenientes del otro lado del océano. Estos últimos parecen haber tenido como prioridad instalar con éxito máximas publicitarias (choque de civilizaciones, fin de la historia, Europa como Venus y Estados Unidos como Marte...) en democracias mediáticas en las que las ideas fuertes y espectaculares triunfan sobre las moderadas y matizadas.
El autor, profesor de historia, politólogo, periodista británico (y lo de británico no es menor en el enfoque de este libro), ha utilizado como metodología la espiral creciente: va añadiendo contextos desde lo local a lo global, con una finalidad: demostrar la relatividad de las diferencias entre la "vieja Europa" y la nueva América del Norte, multiplicadas, a veces artificialmente, a raíz de la invasión de Irak.
MUNDO LIBRE. EUROPA Y ESTADOS UNIDOS ANTE LA CRISIS DE OCCIDENTE
Timothy Garton Ash
Traducción de Sara Barceló
Tusquets. Barcelona, 2005
367 páginas. 21,50 euros
Esa relatividad es producto, utilizando las palabras de Freud, del "narcisismo de las pequeñas diferencias". Si uno se diluye en lo que separa a una y otra parte de esa familia minoritaria en el mundo que es Occidente, está haciendo geopolítica minimalista. Sólo con salirse de esa dialéctica y viajar al otro lado del Mediterráneo, por ejemplo, a 14 kilómetros del sur de España (que es Europa), todas esas diferencias interoccidentales, que nos parecían tan preocupantes, devienen triviales comparadas con las existentes entre el mundo árabe y el occidental. Aún más podría decirse si el contraste se ejerciese con el Lejano Oriente. Si se tienen en cuenta las condiciones miserables en que vive más de una tercera parte de la humanidad en el Sur pobre, esa hiperbólica reivindicación de una diferencia casi ontológica entre Europa y Estados Unidos no parece sólo artificial, sino de una autoindulgencia criminal.
Pero las diferencias existen, aunque no son nuevas. Lo que caracteriza la historia de Occidente son sus divisiones: entre Roma y Bizancio, entre la Iglesia y el Estado, entre los monarcas y los señores feudales, entre los protestantes y los católicos... y entre los partidarios de la invasión de Irak y los que se opusieron a la misma, etcétera. El autor distingue al menos seis grandes categorías que distancian la forma de ver las cosas entre ambas identidades. Definamos las europeas, por comparación con las estadounidenses: separación entre religión y política; creencia en el poder formativo del Estado para corregir los fallos del mercado; los partidos políticos y los agentes sociales como formaciones que hacen frente a las consecuencias sociopatológicas de la modernización capitalista; mayor justicia social frente a una mirada individualista que legitima las desigualdades; renuncia a la pena de muerte, y la opinión de que domesticar la fuerza del Estado requiere una limitación mutua de la soberanía. Así, los europeos creen no sólo ser diferentes a los americanos, sino mejores. Lo describe uno de los interlocutores de Garton Ash: en Europa es menos probable que te peguen un tiro, lo que está bien; y si te lo dan, te atenderán en un hospital público.
No es ésa la opinión de las éli-
tes americanas (de las élites, porque sólo uno de cada cuatro ciudadanos tiene pasaporte; la mayoría no viaja fuera de sus fronteras), que recuerdan su mejor prensa, sus mejores think tanks, sus mejores universidades: en la actualidad, dicen, las ideas fluyen de Nueva York a París, y de Harvard a Oxford, y no en sentido contrario, y si aún quedan "unos pocos griegos inteligentes [identificando como griegos a todos los europeos] pueden ser contratados para engrosar las universidades, los medios y los think tanks estadounidenses".
Estas descripciones tan generalistas, en muchas ocasiones no sirven para añadir rigor a la discusión. Las dos zonas están trufadas de contradicciones: la Europa de los 25 es un bosque enmarañado y cualquier simplificación va contra la realidad; en Estados Unidos toma forma una frontera imaginaria entre la América azul (progresista) y la América roja (conservadora), de modo que, parafraseando al neocons Robert Kagan (aunque cambiando de sentido sus palabras), bien parece que los republicanos son de Marte y los demócratas de Venus. Siendo estas antinomias explícitas, y las divisiones históricas, algo más ha pasado entre Europa y Estados Unidos en los últimos tiempos: lo que separa el editorial de Le Monde del 12 de septiembre de 2001, tras los atentados terroristas de Nueva York y Washington (Todos somos americanos) del del 15 de febrero de 2003, cuando muchos millones de europeos salieron a la calle simultáneamente para protestar contra el unilateralismo americano y la invasión de Irak. El socialista francés Dominique Strauss-Kahn escribió entonces que ésa era la fecha de nacimiento de la nación europea.
Garton Ash nos advierte a los occidentales sobre ese narcisismo de las pequeñas diferencias, al constatar la cada vez mayor falta de centralidad de Europa ante el ascenso imparable de Asia: a no ser que el crecimiento económico chino se tambalee como resultado de una agitación política, antes de que acabe el primer cuarto de siglo China será una potencia tan grande -unida a Japón, que seguirá siendo grande, y a la India- que carecerá de sentido elaborar una estrategia política para Europa y Estados Unidos, sin tener en cuenta las intenciones y la dinámica asiática. Es probable que al viejo continente, centrado en el Atlántico, que lleva modelando el mundo desde el año 1500, no le queden más de dos décadas de seguir siendo uno de los dos protagonistas de la geoestrategia mundial. Razón por la que parece una tontería que los europeos y Estados Unidos sigan perdiendo el tiempo en disputar entre sí.
Buena cura de humildad.
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