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Columna
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Víctimas

Hace ya un año que ocurrió. Y no sabría decir si el año ha corrido demasiado rápido o si se detuvo en aquella fecha salvando la alucinación del calendario. Cierto que han pasado muchas cosas desde entonces, cascos al trote en la andadura del tiempo. Pero es igualmente cierto que seguimos en gran medida apostados allí, en aquella fecha dramática. Algunos quisieran detenerla para evitar sus efectos, y otros se ven incriminados por ella y bajo sospecha de beneficiarios. Cierto encanallamiento moral nos hace girar en torno al día fatídico. La política se ve invadida por la culpa, y donde debiera sopesarse la gestión -sus aciertos y desaciertos-, se extiende la sombra del crimen, convirtiendo a los verdaderos asesinos en tunantes. Y de esta purga de conciencia nacional tampoco quedan libres las víctimas. Habló Pilar Manjón, y se montó el revuelo.

Dar la voz a las víctimas no puede significar otra cosa que negarles todo tipo de razón a sus asesinos

Las víctimas del terrorismo fueron ignoradas durante demasiado tiempo. Lastre de las componendas de la transición, eran un residuo del lavado político, el precio a pagar por nuestra confianza en la razón de los irreductibles y por la esperanza en algo que se ha revelado inútil, en que los irreductibles se avinieran a razones. Despojos de la política, que seguía su curso sin apenas fijarse en ellas, las víctimas sólo beneficiaban a sus asesinos. ¡Fíjense si tenemos razón, venían a decir éstos, que estamos rodeados de enemigos! Lejos de tener razón, las víctimas otorgaban razón, y sus asesinos se encargaban bien de ensuciar su memoria y de moldearles el currículo con ese propósito. Piezas mudas de una armazón política -la galaxia de ETA-, reforzaban la clave de bóveda que sostenía toda la política vasca. La única que las tenía en cuenta era ETA, que era la que les daba voz, es decir, la que les hacía significar lo que ella quería que significaran. Expropiárselas era una tarea necesaria para hacer justicia a las víctimas, y esa expropiación se fue haciendo efectiva a medida que sectores cada vez más amplios de la sociedad fueron asumiendo la responsabilidad de ocupar su lugar. Dar la voz a las víctimas no puede significar otra cosa que ocupar su lugar, es decir, negarles todo tipo de razón a sus asesinos, y esto exige una determinación política.

¿Han sido manipuladas las víctimas? Nunca he sido capaz de responder con claridad a esta pregunta. Es cierto que pasaron de no tener razón, sino sólo otorgársela a sus victimarios, a tener siempre razón. Es igualmente cierto que algunas asociaciones de víctimas parecían avalar los planteamientos de una opción política determinada. No veo nada reprochable en ello, sino una decisión tan legítima como cualquier otra, como tampoco veo en ello síntoma de manipulación alguna. La manipulación no es consustancial a la opción de unos u otros colectivos de víctimas, sino al uso que esa opción vaya a hacer de ellas. Y eso puede ocurrir cuando al criterio de aquellas se le otorga un valor absoluto que desautoriza cualquier otro y suplanta el debate político. La resolución de la gangrena terrorista no compete sólo a las víctimas -que podrán tener, por cierto, opiniones distintas al respecto-, compete a la sociedad en su conjunto. Optar por las víctimas no significa otorgarles a estas en exclusiva una voz decisoria, sino arrancarlas de la razón de sus asesinos, negarles a estos todo argumento y concertar una política que haga de su persecución una tarea prioritaria y sin fisuras. No ha ocurrido así en la sociedad vasca, mal que le pese al lehendakari Ibarretxe, de ahí que el presidente Zapatero no fuera injusto el pasado domingo cuando "mezcló" autodeterminación y violencia o cuando nos pidió a los vascos que nos independizáramos de ETA.

Las víctimas, por lo tanto, tienen su razón, aunque no siempre tienen razón. Y es triste que para constatar esta obviedad, o para proclamarla, haya tenido que ocurrir una catástrofe como esta cuyo aniversario celebramos y un nuevo colectivo de víctimas nos haya hablado con una voz distinta. Los insultos y descalificaciones de que ha sido objeto Pilar Manjón -por parte, en muchos casos, de quienes defendían la inefabilidad de la voz de las víctimas- carecen de toda justificación. Es evidente que tampoco ella tiene siempre razón, y le debemos agradecer que nos haya hecho ver que a todos nos ocurre lo mismo. Pero sí la tiene cuando denuncia el oportunismo de los políticos y su ineficacia.

Son ellos los primeros encomendados para luchar contra el terror, para optar por las víctimas. Y su provechosa ineficacia en ningún caso puede ser camuflada por la extensión de la culpa.

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