Señores Chirac, Bush y Schröder: gracias
Aslán Masjádov, presidente de Chechenia elegido bajo control internacional, ha muerto. Asesinado. El plan de las autoridades rusas ha tenido éxito: ahora están solas frente a Shamil Basáyev, líder extremista adiestrado por ellas y muchas veces protegido por ellas, de Budienovsk a Daguestán. El señor Putin, el agente soviético que pasa sus vacaciones en compañía de los señores Schröder y Berlusconi, se encuentra frente a sí mismo, frente a un terrorista que aún no tiene su temple, pero que sí tiene ya su crueldad. La masacre va a poder continuar y los atentados podrán reiniciarse. Aslán Masjádov acababa de decretar un alto el fuego unilateral y proclamar que representaba los valores de Occidente y no los del islamismo radical. Este alto el fuego de un mes había sido respetado por el conjunto de los boeviki [combatientes chechenos]. Masjádov había demostrado su fuerza. Era el momento de matarle. Para impedir que el espíritu de las revoluciones permanentes, que nuestro amigo el zar aborrece, alcanzase el Cáucaso norte.
Defensores de derechos humanos le acusan de estar implicado en desapariciones
Ningún dirigente occidental se atrevió a pedir al Kremlin que negociase con el único líder legítimo de un pueblo mártir y heroico. Acuérdense del comandante Masud en Afganistán. Había resistido a los rusos y, más tarde, a los islamistas; fue abandonado por las democracias y asesinado, en beneficio de Bin Laden. Y otra vez, ninguno de nuestros representantes contradecía a Vladímir Putin cuando éste asimilaba la resistencia militar de los independentistas chechenos al terrorismo internacional. Por el contrario, Chirac y Schröder proclamaron al amo del Kremlin arcángel de la paz en atención a sus simpatías hacia Sadam Husein. Era un cheque en blanco, y el aborto del KGB acaba de hacerlo efectivo. Desprovistos de moral, nuestros dirigentes manifiestan además una notable estupidez política. ¿Qué dirigente va a poder calmar ahora a esos miles de torturados que sólo sueñan con la venganza? ¿Qué líder va a ser capaz de negociar si los rusos se dan cuenta un día de la locura asesina que llevan dentro? ¿Cómo encontrar en esta joven generación que sólo ha conocido la guerra y la opresión a un hombre de la talla y, sobre todo, de la templanza de Masjádov? Chechenia se hundirá todavía más en el horror. No se hundirá sola.
¿Quién retenía a los combatientes locos de dolor para que no hicieran saltar por los aires una central nuclear en Rusia? ¿Unos servicios secretos corruptos? Evidentemente, no. ¿Quién contenía la influencia de Basáyev, este ex agente del GRU (servicios especiales del Ejército ruso) dentro de la resistencia chechena? ¿Quién, si no Aslán Masjádov? Un Yasir Arafat moribundo tuvo derecho a todos los honores de Francia y de Europa. El presidente checheno, que nunca instó al asesinato de civiles, ha muerto solo, igual que luchó. Abandonado por el mundo, aislado en sus montañas rebeldes, viendo cómo se masacraba a su pueblo ante la indiferencia generalizada, Masjádov condenó sin paliativos la toma de rehenes del teatro de Moscú y el horror de Beslán, ofreciéndose a desplazarse allí para prohibir la masacre de inocentes. Al igual que estigmatizó desde el primer momento los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Héroe independentista, propuso un plan de paz antiterrorista que dejaba para más tarde la cuestión de la independencia. En nombre de la paz. Este plan preveía la desmilitarización bajo control internacional de todos los combatientes. La ONU, la UE, la OSCE, la OTAN y todos los demás "chismes" supuestamente encaminados a preservar la paz de los pueblos y garantizar la autodeterminación de las naciones ni siquiera se dignaron a discutir este plan, que ya tenía tres años de antigüedad y que fue reiterado sin cesar. A pesar de los "campos de filtración", de las operaciones de limpieza, de las violaciones y los robos; a pesar de la muerte de casi una cuarta parte de la población (imagínense en Italia o en Francia una sangría de entre 10 y 15 millones de individuos), a pesar del exilio de tantos civiles atemorizados, Chechenia resiste, tanto frente a la barbarie de los rusos como frente a las sirenas del fanatismo religioso.
¿Por qué tanto encarnizamiento contra un pueblo de (en otro tiempo) un millón de personas? ¿Por qué tan poca compasión? La obstinación de Moscú no se debe ni a motivos estratégicos ni a simples intereses energéticos. La razón principal de tres siglos de guerra colonial y de crueldad rusa en el Cáucaso es pedagógica, los grandes poetas rusos ya la habían descubierto. Se trata de dar ejemplo y de enseñar a los propios rusos el precio de no obedecer los ucases. En 1818, el general Ermolov dio a Nicolás I la clave de este combate: "Este pueblo checheno inspira con su ejemplo un espíritu de rebelión y de amor a la libertad hasta en los súbditos más afectos a Su Majestad". Putin ha traducido a términos de suboficial soviético las lecciones del imperialismo zarista: "Hay que matar hasta en los retretes" a estos eternos rebeldes. Y sí, Aslán Masjádov tenía sangre en las manos, al igual que todos los miembros de la resistencia de Francia o de otros lugares. Luchaba contra un enemigo armado y guiado por impulsos genocidas. En la actualidad, no es bueno ser miembro de la resistencia, uno de verdad.
Aslán Masjádov también ha muerto por nuestras incapacidades léxicas. Hablamos de genocidio a voz en grito salvo cuando se produce un verdadero genocidio, como en Ruanda en 1994. Calificamos de "miembros de la resistencia" a los salafistas o a los sadamistas que degüellan a los agentes electorales y a los simples votantes en Irak. Pero nos negamos a denominar así a los luchadores por la libertad que no aceptan la desaparición de su pueblo. Al negarse a calificarle como lo que era, un presidente y un patriota, los dirigentes occidentales consintieron de antemano su asesinato.
Me tenía aprecio. Durante mis peregrinaciones por Chechenia (en junio de 2000) no pudimos hablar, ya que en tres ocasiones nuestras entrevistas fueron interrumpidas por las bombas. Le hice llegar mis preguntas, y me respondió por cinta una carta muy extensa en la que denunciaba el islamismo y en la que concluía que "nunca en una Chechenia libre una mujer chechena estaría obligada a llevar el velo".
Al final de su último relato, Hadji Murat, Tolstói describe, a modo de testamento literario y político, una escena alucinante: a un zar indolente le traen la cabeza cortada de un noble jefe checheno. Aslán Masjádov murió ayer en el pueblo de Tolstói, Yurt. Chechenia ha perdido a su De Gaulle. Nosotros hemos perdido todavía un poco más: nuestro honor.
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