"Un tal Blázquez" que aprendió el euskera
"Un tal Blázquez", dijo el nacionalista Xavier Arzalluz en septiembre de 1995. "Ese tal Blázquez", reiteró con igual desprecio, en junio de 2002, el conservador Juan José Lucas, ex ministro de Presidencia en un Gobierno de Aznar. Pese a su suavidad de formas, el obispo Ricardo Blázquez Pérez, nacido en Villanueva del Campillo, Ávila, en 1942, se ha visto mezclado en agrias diatribas, que soportó en impresionante silencio. La primera fue cuando, hace 10 años, el Papa lo envió a la diócesis de Bilbao, procedente de la de Palencia. Blázquez no sabía euskera, lógicamente, pero, sobre todo, era un castellano viejo, de la provincia de Ávila. Los nacionalistas vascos, como en el pasado los catalanes con su famoso volem bisbes catalans (queremos obispos catalanes) contra el cardenal Marcelo González, en 1967, tomaron el nombramiento como una ofensa romana y, pese al tradicional sello democristiano del PNV, arremetieron sin piedad contra el prelado. "El tal Blázquez no será bienvenido", dijeron. Blázquez, días más tarde, prometió aprender el euskera. Pero el PNV volvió a la carga, esa vez mediante su portavoz parlamentario, Iñaki Anasagasti. "Loro viejo no aprende a hablar", dijo. Se tomaron la llegada de Blázquez como "una actuación política" de la jerarquía eclesiástica contra el nacionalismo, y la pretensión de acorralar al prelado de San Sebastián, José María Setién. No andaban errados en lo segundo -Setién fue obligado a dimitir poco más tarde, por presunta enfermedad-, pero sí en lo primero: Blázquez aprendió el idioma, se integró en la diócesis y hoy es respetado por su trato conciliador y el alejamiento, casi siempre, de las disputas partidistas, consciente de ejercer en una sociedad "muy tensa", según sus palabras. No extraña que el Gobierno socialista recibiera su elección con satisfacción.
Queda por decir que la diatriba del ex ministro del PP -"ese tal Blazquez"- se la ganó a pulso, a juicio de la derecha, por haber estampado su firma -y autoría- en la famosa pastoral de los cuatro prelados vascos contra la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna. Se titulaba Preparar la paz y fue publicada el 29 de mayo de 2002. El ex presidente Aznar llamó "inmorales" a sus autores, metiendo en el mismo saco a cuanto prelado no censurara públicamente el documento. Y el ex ministro Piqué convocó a Exteriores al nuncio del Papa para protestar. Pero Roma avaló, resistente, la actuación de sus prelados, y no hubo nada, salvo que la enemistad de la derecha se volvió ya permanente.
Es evidente que los numerosos prelados nacionalistas de la Conferencia Episcopal apostaron ayer por Blázquez y maquinaron antes para frenar a Rouco, por excesivamente antinacionalista. Pero sería terriblemente injusto tachar al nuevo presidente de la CEE de nacionalista e, incluso, "proetarra", como un destemplado comentarista dijo ayer, demudado por el resultado de las elecciones. Son múltiples las ocasiones en que el obispo de Bilbao ha manifestado su condena del terrorismo. Por ejemplo, hace cuatro años, con ocasión del 50º aniversario de la diócesis vizcaína, pidió perdón públicamente a las víctimas. "Nos han faltado suficientes gestos de cercanía y de defensa pública", dijo. También se esforzó en apartar a su iglesia del rifirrafe político. "Nuestra diócesis vive en una sociedad muy tensa, que vive los problemas con intensidad. Es una sociedad muy viva en la que he tenido la necesidad de estar muy bien informado, conocer matices, escuchar a unos y otros. Ser obispo en el País Vasco exige mucha atención y requiere que no sólo sean dos ojos los que vean, sino cuatro o seis", ha dicho. Contó con el apoyo de su obispo auxiliar, Carmelo Echenagusia, que le ayudó a aprender euskera. "Yo le enseñaré euskera, y el a mí, teología", comentó Echenagusia.
Aludía este prelado a otra de las facetas del nuevo presidente de la CEE: su magisterio teológico. Blázquez se doctoró en teología en la imponente Universidad Pontificia Gregoriana de Roma y ha sido profesor durante años de la Pontificia de Salamanca, de la que ahora es gran canciller y donde coincidió, durante años, con el cardenal Rouco, con el obispo José María Setién y con el arzobispo Fernando Sebastián. Éste era entonces el rector.
Autor de varios e importantes libros de teología, Blázquez es un defensor acérrimo de la ortodoxia eclesiástica y presidió durante años la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, nombre actual del Santo Oficio de la Inquisición. Algunos teólogos no guardan buen recuerdo de alguna de sus actuaciones. Pero, al menos, le reconocen que guardó siempre las buenas formas de la caridad para explicar sus polémicas decisiones doctrinales.
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