_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Distinción

Hace unos días el editor Jorge Herralde fue nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico. Una distinción justa donde las haya, porque después de Sherlock Holmes nadie ha hecho tanto por el Imperio Británico como Jorge Herralde. La ceremonia la ofició el señor embajador, desplazado expresamente a Barcelona. Una ceremonia sobria, cordial, elegante y un punto excéntrica, como corresponde al acto de nombrar a alguien oficial sin tropa de un Imperio inexistente. Esto, claro está, no importa, porque se trata de una metáfora, es decir, de un hecho literario.

En España no existe una distinción que implique un reconocimiento semejante. Por descontado, en España hay muchas condecoraciones, pero van destinadas a ciudadanos españoles y por lo general se conceden con ocasión de una hazaña militar, o para premiar el conjunto de una obra casi a título póstumo, aunque no faltan las de alcance más amplio, como la medalla al Mérito Filatélico, que recompensa "la labor de fomento y difusión de la filatelia", una distinción sin valor económico, pero muy preciada porque con ella se liga una barbaridad.

Lo más parecido que tenemos a la distinción británica es la Orden de Isabel la Católica. Fue creada en 1815 por Fernando VII, un rey conocido por el sobrenombre de El Deseado cuando accedió al trono y, más tarde, por el de El Narizotas. La orden tenía por objeto premiar "la lealtad acrisolada a España" y "la prestación de servicios excepcionales a favor de la prosperidad de los territorios americanos y ultramarinos". El problema está en la interpretación de esta cláusula. Mientras el Imperio Británico, que se toma muy en serio a sí mismo, no ha vacilado en conceder su distinción a los Beatles o a Beckham, junto a Borges o Agatha Christie, los sucesivos gobiernos españoles han repartido la nuestra entre altos dignatarios extranjeros, algunos tan señalados como Sadam Husein, que la recibió de las manos trémulas de Franco en 1974. Da la impresión de que se la hemos ido dando a quien nos hacía un poco de caso o, en años de carestía, a quien nos aguantaba. En un país prevalece el espíritu de la ley, y en el otro, la letra. O, dicho de otro modo, lo que para los británicos es algo literario, para nosotros es sólo literal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_