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Columna
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Alma negra

Manuel Vicent

La mayoría de la gente curiosa, que se congrega alrededor del Windsor, piensa que sólo es un edificio quemado; en cambio, para quienes tienen ya los ojos preparados, esa gran carbonera es una instalación de arte, un montaje expresionista de vanguardia, que ha creado el fuego en una noche de inspiración. El artista alemán Anselm Kiefer realiza actualmente un trabajo semejante, aunque de dimensiones muy manejables, con destino a los museos y a algunos coleccionistas sensibles. Parte de su obra se compone de muros chamuscados por los bombardeos, a los que intenta rescatar del horror incorporando en ellos una belleza patética. Unir la estética con el espanto no es nada fácil. Se trata de una ardua labor del espíritu que a Kiefer le habrá llevado largos años de búsqueda interior; pero aquí ha bastado un cortocircuito, un cigarrillo mal apagado o el bidón de gasolina de cualquier incendiario que ni siquiera es artista, para convertir el insulso edificio Windsor en una obra maestra del vanguardismo salvaje. Estos días los amantes del arte tienen dos magníficas opciones en Madrid. En el museo Thyssen se puede ver la exposición de los expresionistas alemanes, Heckel, Kirchner, Mueller, Nolde, Pechstein, Schmidt-Rottluff, quienes a principios del siglo XX, en la ciudad de Dresde, comenzaron a pintar desnudos de mujeres descoyuntadas, tipos macilentos, espejos que reflejaban lechos desolados, edificios y escaparates quebrantados, paisajes acuchillados por los colores. Los nazis quemaron esas pinturas por considerarlas un arte degenerado, pero aquellos artistas no habían hecho sino captar en sus lienzos la destrucción que iba a llegar. Dresde, cuna de su inspiración, fue bombardeado hasta las raíces durante la guerra y los cuadros que se libraron de las llamas hoy nos subyugan por el magnetismo de su exquisita y diabólica decadencia. El arte nunca es inocente. Lo que se ha salvado del edificio Windsor es su alma, que ya era negra, y que ahora extrae los reflejos más refinados del oro sucio cuando la puesta de sol la vuelve a incendiar cada tarde. Después de visitar la exposición de los expresionistas alemanes en el museo Thyssen, la contemplación de la carbonera del Windsor supone un ejercicio complementario, aun más espiritual. Si uno fija la mirada en la luz de antracita que despiden sus escombros, sentirá que esa belleza tenebrosa le pertenece. La obra de Kiefer no es nada frente al esplendor de un alma negra que el fuego ha purificado.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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