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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Consecuencias imprevistas

Timothy Garton Ash

Es posible que Osama Bin Laden haya iniciado una revolución democrática en Oriente Próximo? Una de las escasas leyes de la historia que tienen validez universal es la ley de las consecuencias imprevistas. Las repercusiones de lo que hacen los hombres y las mujeres no suelen ser las que pretendían; a veces son exactamente las contrarias. Si ocurriese en este caso sería difícil imaginar un ejemplo más agradable.

Supongamos que Al Qaeda no hubiera destruido las Torres Gemelas en Nueva York. ¿Estaría Oriente Próximo en este estado de agitación? ¿Habría manifestantes a favor de la independencia libanesa en la que la gente llama ya "plaza de la liberación" de Beirut? ¿Tendríamos un punto de partida serio para el Estado palestino, elecciones en Irak (con todos sus defectos) e incluso brotes diminutos de reforma democrática en Egipto y Arabia Saudí? ¿Y sería la democratización de Oriente Próximo una preocupación fundamental de los políticos estadounidenses y europeos?

Lo que está ocurriendo en Beirut no es consecuencia de la invasión de Irak ni justifica dicha invasión, pero sí tiene algo que ver con la política estadounidense
El que Francia y EE UU se hayan aliado en el asunto de Líbano y Siria es un signo esperanzador. La próxima vez hay que buscar una declaración de la UE y EE UU
La condición necesaria, pero no suficiente, para cualquier política exterior europea es que Gran Bretaña y Francia estén de acuerdo

Poder militar

Nunca podremos saber con certeza "qué habría ocurrido si...". Pero sí sabemos en qué consistía la política exterior de George W. Bush antes del 11 de septiembre de 2001: fortalecer el poder militar estadounidense, pero evitando los enredos que había tenido Clinton en el extranjero; concentrarse en las relaciones con las grandes potencias, sobre todo la rivalidad con China. Entonces se hablaba muy poco de extender la democracia. La promoción de la democracia era jerga clintoniana, salvo por unos cuantos neoconservadores que todavía no gozaban de la confianza del presidente. Y sabemos también cómo estaba Oriente Próximo antes del 11-S: fétidas dictaduras árabes, toleradas o incluso apoyadas por Occidente debido al petróleo, la pereza y el miedo; una situación política de punto muerto y un baño de sangre constante entre Israel y los palestinos.

Decir esto no significa que George W. Bush haya tenido razón siempre. No significa que la guerra de Irak fuera justa. Hay un mensaje triunfalista que llega de Washington y al que debemos resistirnos no porque venga de Washington, sino porque está equivocado y es contraproducente. Véase, por ejemplo, lo que la vicesecretaria de Estado de política internacional, Paula Dobriansky, dijo el lunes: "Como señaló el presidente en Bratislava la semana pasada, ha habido una revolución rosa en Georgia, una revolución naranja en Ucrania y, lo más reciente de todo, una revolución púrpura en Irak. En Líbano estamos viendo cómo cobra impulso una revolución del cedro que está uniendo a los ciudadanos de ese país por la causa de la verdadera democracia y la libertad de influencias extranjeras".

Algo parece fuera de lugar. ¿Una revolución púrpura en Irak? ¿Púrpura, como el color de la sangre? Existe una diferencia fundamental entre una revolución democrática pacífica, auténtica y engendrada por el pueblo de un país, y una revolución impuesta, o propulsada, por una invasión y ocupación militar. Por supuesto, en el primer caso, se puede y se debe fomentar desde el exterior. Esa ayuda puede extenderse incluso al nombre que se le dé a la revolución. Václav Havel siempre insistió en que el término revolución de terciopelo lo había inventado un periodista extranjero presente en Praga en 1989. Seguramente ocurrió lo mismo con la revolución naranja en Ucrania, aunque esas cosas son prácticamente imposibles de aclarar después de ocurridas. Ahora bien, el problema surge cuando la etiqueta asignada al poder popular libanés -revolución del cedro- es idea de una alta funcionaria estadounidense que, a continuación, habla de "libertad de influencias extranjeras".

Lo que está ocurriendo en las calles de Beirut no es consecuencia de la invasión de Irak ni justifica dicha invasión a posteriori. Pero, desde luego, sí tiene algo que ver con la política estadounidense. La verdad es que, desde la conmoción del 11 de septiembre de 2001, Washington ha avanzado a tientas, a base de errores y aciertos, hasta una posición estratégica con la que los demócratas de Europa y el mundo árabe podrían perfectamente colaborar, si así lo desean. Un momento central de esa evolución se produjo cuando nos dimos cuenta, en Irak, de que Estados Unidos podía ganar cualquier guerra sin ayuda, pero no la paz posterior; y que la democracia no iba a producirse de la noche a la mañana, a punta de pistola. Si los europeos no defendemos la vía larga y pacífica hacia la democracia, ¿qué es lo que defendemos?

Pero resulta que, en el camino a Damasco, está ocurriendo una cosa sorprendente: EE UU y Francia caminan del brazo. En la conferencia de Londres sobre Palestina, organizada por Tony Blair, los ministros de Exteriores francés y estadounidense aparecieron conjuntamente para exigir "la retirada inmediata de Líbano de todas las fuerzas militares y de inteligencia sirias". Mientras tanto, los manifestantes en Beirut alzaban pancartas que decían "independance". No con e, en inglés, sino con a, en otra lengua. Porque, en Líbano, la libertad habla francés.

Y la Francia de Jacques Chirac -ese amigo de dictadores, desde Bagdad hasta Pekín- ha respondido hablando en nombre de la libertad. O, por lo menos, el presidente ha dejado a su ministro de Exteriores que lo hiciera. Un dirigente de la oposición libanesa, Camille Chamoun, del Partido de Liberación Nacional, ha comentado: "El mundo libre está ayudando verdaderamente a Líbano a recuperar su soberanía". ¡El mundo libre! ¿Cuándo es la última vez que han oído esa expresión, no en Washington, sino a alguien que está sobre el terreno, en el mundo árabe?

El cedro de Líbano

Desde luego, no debemos engañarnos y creer que los próximos pasos van a ser fáciles. Los manifestantes que ondeaban esas banderas con el cedro de Líbano eran principalmente cristianos maronitas, drusos y algunos musulmanes suníes. Hasta el momento, los miembros de la mayor comunidad del país, los musulmanes chiíes, han permanecido más bien alejados de las manifestaciones en contra de Siria. Además, tienen el problema de Hezbolá, tanto un partido político como una milicia, que Washington considera una organización terrorista. El pasado de políticos como Camille Chamoun y Walid Jumblatt está lleno de altibajos. No son precisamente Havel. Aparte de que, en cualquier caso, no existen garantías de que los sirios vayan a retirarse rápida ni pacíficamente. Y éste no es más que un pequeño rincón del rompecabezas de Oriente Próximo.

Ahora bien, ocurra lo que ocurra en Líbano y Siria, el hecho de que Francia y Estados Unidos se hayan aliado en la causa de la libertad es un signo esperanzador. La próxima vez debemos buscar una declaración conjunta de Europa y EE UU, en vez de sólo francoamericana o angloamericana. Si triangulamos las enseñanzas de Bagdad, Bush en Bruselas la semana pasada, y los acontecimientos de Beirut, lo que obtenemos es la necesidad imperiosa de que Europa haga sus propias propuestas para extender la libertad en Oriente Próximo. No basta con decir que Irak fue la manera equivocada de hacer las cosas, debemos sugerir la manera acertada.

Ésta es una prioridad para toda la UE. El papel de Estados Unidos es único, pero también lo son sus desventajas. Desde el punto de vista institucional, todo esto significa aprobar el tratado de la Constitución europea y dar los poderes necesarios al futuro ministro de Exteriores de la UE, Javier Solana. Desde el punto de vista político, la situación plantea exigencias especiales a dos países europeos, Gran Bretaña y Francia. Son las dos antiguas potencias coloniales en la región, son las que tienen más experiencia en la zona, sus lenguas aparecen en las pancartas que llevan los manifestantes y las hablan los políticos de la región.

La condición necesaria, aunque no suficiente, para cualquier política exterior europea es que Gran Bretaña y Francia estén de acuerdo. Líbano y Palestina son buenos lugares para empezar a discutir lo que, con el tiempo, debería ser un amplio compromiso histórico entre Londres y París. Ésa sería otra consecuencia imprevista y positiva de Osama Bin Laden.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Manifestación antisiria en Beirut el pasado 1 de marzo.
Manifestación antisiria en Beirut el pasado 1 de marzo.REUTERS

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