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El Beaubourg reconoce la grandeza del documental español

El festival de París dedica sendas retrospectivasa Víctor Erice y Basilio Martín Patino

En 1979, bajo la doble inspiración de Jean Rouch y Joris Ivens, el parisiense Beaubourg, es decir, el Centro Georges Pompidou, puso en marcha un festival internacional dedicado a los filmes de inspiración etnográfica y sociológica. En 27 ediciones el certamen se ha convertido en una referencia obligada para el cine documental. Dirigido por Marie-Pierre Duhamel-Müller, este año la atención se centra en el documental español. En la sección a competición figura El cielo gira (2004), de Mercedes Álvarez, y la retrospectiva ofrece un panorama muy atractivo de la manera en que los cineastas españoles se han enfrentado a la realidad sin ayuda de las muletas de la ficción. Víctor Erice y Basilio Martín Patino son protagonistas de retrospectivas completas de su obra.

Todo empieza -y no podía ser de otra forma- con los filmes de Fructuós Gelabert, de 1897 y 1902, inspirados en los Lumière, para proseguir luego con Jiménez Caballero, el Buñuel de Las Hurdes (1933) y Carlos Velo. La guerra supone ese corte tantas veces referido, pero Edgar Neville -Duende y misterio del flamenco (1952)- o el experimental José Val del Omar reanudan el hilo perdido mientras Velo, desde México, rueda Torero (1956). Jacinto Esteva, con Alrededor de las salinas, se interroga, en 1962, no sólo sobre la realidad que muestra sino sobre la manera de hacerlo, y deconstruye los mecanismos narrativos propios del documental clásico. Basilio Martín Patino, desde la clandestinidad, filma Queridísimos verdugos (1973) en la misma época en que Pere Portabella, también al margen de la industria y la censura, inventa Cuadecuc (1970). Antes, casi como una irritada protesta ante la hoguera de ciertos mitos hispanos, Manuel Summers ha rodado Juguetes rotos, en 1966, evocación de la fama pasada de un cantante, un torero, un futbolista y un boxeador a los que el franquismo oculta después de haberlos exprimido todo lo posible.

La revisión crítica del pasado la emprenden Jaime Chávarri con El desencanto (1975), con la familia Panero como protagonista, o Ventura Pons con Ocaña, retrat intermitent (1977), una defensa de la heterodoxia. Algunos quieren volver al lugar del crimen: Joaquín Jordà en Veinte años no es nada (2004) reúne de nuevo a los trabajadores que autogestionaron la empresa Numax en una huelga y ocupación que él mismo filmó en 1979; en De Salamanca a ninguna parte (2002), Chema de la Peña revisita las famosas conversaciones de 1955 para saber en qué quedaron sus sueños; en El cerco (2001), Ricardo Iscar y Nacho Martín se interesan por el trabajo de la pesca del atún 70 años después de que Velo lo hiciera en la mítica Almadrabas. El pasado, su rastro poético, es el tema de Tren de sombras (1996), de José Luis Guerin, mientras que en Tiurana (1999), de Albornà y Pujol, ese pasado es contado justo antes de que sea engullido por las aguas de un pantano.

Manuel Huerga se inventó una biografía de Gaudí (1988) siguiendo el ejemplo del Zelig de Woody Allen, mientras Carlos Rodríguez y Manuel Coronado, con Animación en la sala de espera (1981), nos han legado un retrato potente, a través de unos enfermos, de cómo una sociedad oprime a los más frágiles. El paso del tiempo, cómo filmar el tiempo, es el gran tema de El sol del membrillo (1992), de Víctor Erice.

Basilio Martín Patino.
Basilio Martín Patino.LUIS MAGÁN
Víctor Erice.
Víctor Erice.BERNARDO PÉREZ

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