Raras aficiones
Sin duda muchos personajes de esta novela no están muy alejados de aquellos dos trastornados que protagonizaban la segunda película del escritor barcelonés, nacido "en los años sesenta", Óscar Aibar, Platillos volantes, un hombre mayor y un joven que se suicidan arrojándose a las vías del tren creyendo que así se reunirán con los seres superiores que observan la Tierra. Ana, la protagonista, es un ser inadaptado que se halla en una perpetua confusión, convive con terribles traumas que descubriremos poco a poco y sufre en el transcurso de la narración desengaño tras desengaño. Su desasosiego se muestra con una metáfora populachera: "Se sentía como la primera rebanada del pan de molde. Todo el mundo la tocaba pero nadie se quedaba con ella". Y padece, además, otra tortura. En los momentos malos no puede evitar practicar lo que expresa el título de la novela: masticar delicadamente y con mucha dedicación barritas de tiza.
LOS COMEDORES DE TIZA
Óscar Aibar
Caballo de Troya
Madrid, 2004
262 páginas. 12 euros
El narrador, alguien que se relaciona con la chica pero que sólo podremos identificar al final, es un sujeto que se ha preocupado por conocer con detalle la vida de Ana y los problemas de esa gente que, como ella, tiene la extraña costumbre de mascar tiza y, al mismo tiempo, como sabelotodo que es, habla con conocimiento de causa de otras costumbres alimenticias, algunas de ellas bastante más repugnantes. De la misma manera que el argumento de la película antes citada se basaba en un suceso real ocurrido en Terrassa en 1972, los acontecimientos de la novela tienen su fundamento en la existencia real de esas personas, comedores de materia no comestible, siempre relacionados en la novela con la anorexia y la bulimia, la drogadicción y el alcoholismo. Lo que le interesa a Aibar es mostrar su simpatía por esas existencias conflictivas y explicarlas al lector con claridad. Estas rarezas mantienen durante un trecho el interés de la lectura, con algunas escenas destacables (la del árbol desde el que ella vigila la casa de su ex amante, por ejemplo), pero cuando hay que dar un sentido a todo el material, cuando hay que ofrecer algo que haga más consistentes a los personajes y hay que lograr que no decaiga el interés por conocer el desenlace, la narración se diluye, la historia se ramifica demasiado y los acontecimientos tienen significados redundantes. Al final, a pesar del dramatismo de la mayor parte de las situaciones, casi casi nos parece haber asistido al desarrollo de una novela rosa.
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