Amor del muchacho por la dama y la hija
La novelilla y la película a la que dio origen, de éxito mundial, son de la década prodigiosa de los sesenta; tiempos de hippies y las comunas, la revolución sexual, París, los Beatles... Quizá en este joven graduado de hace 43 años que tiene siempre la mochila dispuesta para escapar haya un reflejo de aquella nueva personalidad, pero en una burguesía media podría producirse un hijo tonto, como en esta versión. Lo que recuerdo de la película no era eso: era, más bien, un muchacho entre la provocación de una mujer madura y la hija de esa mujer. Lo que veo ahora en el teatro es más bien un pobre ingenuo, por debajo de la edad que representa y de su graduación, por debajo de las revoluciones morales de su época, casi violado por una mujer relativamente mayor, de la que quiere huir: sobre todo, para precipitarse en los brazos de la hija de esta dama con un amor verdadero: es decir, el que a veces conduce a la gente hasta el matrimonio. Se comprende la duda viendo a Ángela Molina y a su hija Olivia. Son, incluso, dos buenas actrices, que es algo difícil de ver en los escenarios. Ángela Molina arrastra desde el principio de su vida artística una especie de misterio que sale de su voz, de su cara o de su estirpe, y puede seguir mostrando una larga espalda y unas piernas de primera categoría, y, además, decir su papel con calidad.
El graduado
Novela de Charles Webb, adaptación teatral de Terry Johnson, traducción de Juan Cavestany. Música de Simon y Garfunkel. Intérpretes: Ángela Molina, Juan Díaz, Olivia Molina, Chema de Miguel, Lola Casamayor, Alfonso Torregrosa, Toni Martínez, Marta Malone, Eva Álvarez, Javier Paez y Pablo Viña. Trajes de Ángela Molina, escenografía y vestuario de Rob Howell. Dirección: Andrés Lima. Teatro Coliseum.
Personaje abultado
Es cierto que ese papel y el de su hija en la obra y en la vida son los más normales, tal como vemos aquí la obra, y el de quien debería ser el protagonista, el graduado famoso, está abultado. Ah, las características de Juan Díaz, actor joven, son en el género masculino lo que las de ellas en el femenino: "Está muy bueno", decían las espectadoras. Pero el personaje está abultado, su candor es excesivo -incluso para un chico rico de Estados Unidos, y de entonces- y necesita por ello exagerar las características, para que funcione el choque entre su presunta inocencia con la experta dama casada. Eso sí lo consigue esta versión, con gran contento del público que llena el teatro Coliseum.
Puede que el efecto más hondo se pierda. Puede que la psicología de los personajes quede reducida a su efecto erótico, más que a la situación de la sociedad en que se produjo. Pero el efecto en esta sociedad de ahora, en España, es suficiente, y se añade al montaje, que es casi como el de un musical de los que ahora están de moda, incluso con los elegantes trajes de Ángela Molina y la escenografía múltiple para los distintos ambientes en que se desarrolla la comedia. Supongo que es Andrés Lima, tan capaz, el que ha hecho esta inclinación hacia el público: tiene éxito.
Babelia
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