Un referéndum sin entusiasmo
Que José María Aznar diga que el referéndum por la Constitución europea ha sido un fracaso revela más un deseo que una realidad, y alguien que le quiera debería sugerir al ceñudo ex presidente que calladito está mejor
Cálculos
Buena parte del electorado del PP, y muchos de sus dirigentes, tienen de europeístas lo que Concha Piquer de roquera, ni que la convocatoria por los socialistas del referéndum sobre la Constitución europea les ha pillado con el pie cambiado. Ni contigo ni sin tí tienen mis penas remedio, contigo porque me matas y sin tí porque me muero. Obligados a sumarse a la campaña afirmativa por una coherencia de la que carecen y remisos a hacerlo del todo porque de un resultado de esa clase saldría reforzado el Gobierno Zapatero. Asistimos al espectáculo de que una convocatoria ganada, al margen del preocupante índice de participación pero inapelable en el porcentaje de votantes a favor, sirve de pretexto para que los dos partidos mayoritarios se vuelvan a tirar los trastos a la cabeza.
La mirada inmóvil
Impresiona verlos de cerca y no a través de excelentes instantáneas en papel cuché. Los guerreros de Xi'an, que se exponen en el Museo Príncipe Felipe gracias a Bancaja, ¿hacia dónde miran? ¿Existía entonces un infinito de confianza constante capaz de asegurar esa impresión tranquilizadora? ¿Tendría una observación de esa clase algo que ver con su carácter, por así decir, de instalación funeraria? Y, lo que resulta más inquietante, ¿por qué parecen todos ellos a punto de esbozar una sonrisa sosegada ante los visitantes, cuando, en todo caso, esa placidez que les atribuyeron sus autores iba dirigida a velar la presunta eternidad de un emperador difunto? Más que velar, reposan en pie sin temer respuesta alguna. Vigilan sin alarma, y su sola presencia certifica la ausencia de soledad en una buena muerte. Cuando se abandona el recinto de la instalación, el desasosiego ante ese alarde de calma inmóvil usurpa el lugar de la fruición estética.
De la hipérbole
Francisco Camps es el hombre de la hipérbole infundamentada. No sólo constata que nos encontramos en el momento más pujante de nuestra economía, que esta comunidad está predestinada a muy altos destinos, que no pasa nada que no tenga remedio y que la envidia que nos tienen los extranjeros de otras comunidades es cosa de nada al lado de la que nos tendrán a poco que se cumplan sus planes. Nada se sabe de la definición concreta de esos grandiosos planes que en tanto van a contribuir a acrecentar nuestra ya casi insuperable prosperidad, y es que además el President votó el otro día en un instituto, el Lluís Vives, que se cae a pedacitos. Menos mal que depositar el voto lleva apenas un par de minutos, digamos cinco ante la presencia de los periodistas gráficos, y que el señor Camps no tuvo necesidad perentoria de recurrir a los lavabos. Iba, sin duda, preparado.
Menuda sabiduría
Ya lo saben ustedes. El llamado comité de sabios en el que el Gobierno ha delegado la redacción de un informe para solucionar los males de RTVE recomienda que los 7.500 millones de euros de deuda que arrastra ese organismo sea asumida por el Estado, es decir, por todos nosotros, de manera que, a ojo de buen cubero, el desbarajuste va a costar a cada español adulto unos 225 euros, una cifra algo superior al canon que el usuario paga en Alemania o en el Reino Unido para asegurarse una televisión pública y de calidad. Y no sólo eso. En esa salerosa recomendación figura también la propuesta de que el Estado aumente la subvención directa del ente hasta el 50 %, lo que supondrá otro pescozón de nada en nuestros impuestos. Así las cosas, y ya que de hecho la televisión pública es un servicio de pago por visión, no estaría mal que se proveyera al usuario de un decodificador por si prefiere ahorrarse el consumo de ese producto.
El señuelo de la euforia
Joan Ignasi Pla, después de un prolongado periodo de duermevela, no se anda con chinitas y parece estar dispuesto a todo. Se verá poco antes de Fallas, en Morella, con Pasqual Maragall, para proponerle el gran proyecto de una eurorregión cuyo centro esté en Valencia, para lo cual, y siguiendo un criterio algo cartográfico, se dispone también a convencer de la necesidad de su proyecto a los presidentes de las comunidades de Murcia, Baleares y Andalucía. De una tacada, intenta fusionar las aspiraciones de Maragall con las incursiones sureñas de Francisco Camps, y, entonces sí, Valencia sería el centro natural de esa considerable eurorregión, siempre que el asunto se contemple, como parece ser el caso, desde esa escala de los mapas que tantas veces ignoran la proliferación de los detalles. Desde esa altura, ¿qué más natural que Valencia sea el eje de ese corredor que va desde el Languedoc hasta la verja del peñón de Gibraltar?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.