Leones
Personas de reconocida autoridad en el tema han afirmado en repetidas ocasiones que la Alhambra de Granada es un magnífico monumento del siglo XIX. Auténtico, pero del siglo XIX. Y un experto tan enciclopédico como el poeta Pere Gimferrer, cuando vino a Granada al poco de publicar su novela Fortuny, no dejó de comentar que la parte de la Alhambra en la que más a gusto se encontraba era el Hotel Alambra Palace, del que hablaba como una pieza más del conjunto monumental. No estoy en condiciones de precisar si los leones que vio Gimferrer en aquella visita al monumento eran o no de verdad, auténticos o falsos, originales o copias, reales o imaginarios (que tampoco estaría mal), pero no me cabe la menor duda de que ninguna de esas posibilidades fue determinante en el resultado de aquella visita. Claro: tan insensato es optar por la neocursilería de preferir la copia al original, como llenar cubos de lágrimas cada vez que algo que una vez fue auténtico, una vez esculpido por el tiempo, muestra el deterioro de esos leones desdentados que parecen alquilados a un circo en entredicho. ¿No es el deterioro la señal que la historia deja, primero en la mirada y luego en el mundo?
Por eso me declaro incapaz de comprender este invento de última hora de hacer una consulta popular para que los ciudadanos de Granada -ya saben: los granadinos- digan si prefieren que los leones que ven los japoneses en el Patio de los Leones sean los auténticos o réplicas hechas ahora. Parece que no es una broma, pero se parece mucho a una parodia. ¿Es que hemos entrado en una fase de consultas populares no vinculantes acerca de asuntos de los que en realidad sólo están en condiciones de opinar unos pocos? Esta manera vicaria de buscarse una legitimación de contrabando para decisiones que puede que incluso estén ya tomadas puede acabar provocando el efecto -me temo que indeseado- de que a los ciudadanos nos empiece a apetecer que nos pregunten, no sobre una Constitución Europea imposible de entender o por unos leones irremediablemente carcomidos, sino sobre la relación entre las subcontratas y la financiación de los partidos políticos o sobre la incapacidad de la autoridad para entrar en algunas bolsas de delincuencia que, por estar muy arriba o por quedar demasiado al norte, sí que son tan auténticas como innombrables.
Aquí se llora mucho y apenas se chilla. Y quien inventa esta cosa de la consulta popular sobre los leones de la Alhambra, además de dejarnos perplejos a unos cuantos, lo que parece pretender es que hablemos todos, pero bajito. Debe ser cosa de la soledad del poder, que no sabe vivir sin un rumor que le confirme su existencia. Pero la autenticidad que está en juego no es la de los leones de la Alhambra, sino la del sentido con que se ejerce la responsabilidad de quien está a cargo de su cuidado y su mantenimiento.
Como reyes que fueron, los leones saben mejor que nadie que lo que se representa es más importante que lo que se es. No toquen el decorado, cuya impostura se da por sabida. Seguro que estos pobres leones que nos quedan agradecen una sala con menos luz, y en silencio.
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