El naufragio multiétnico
La tragedia del 'Siempre Casina' saca a la luz la creciente importancia de los extranjeros en la flota pesquera del norte
Lamin Sarr nació en Bassoul, un pueblo de pescadores de Senegal, y hubiese preferido una vida distinta a la del mar. La pesca fue apenas una distracción mientras estudiaba Derecho en la universidad. Plantó los estudios en segundo curso y se vino a Europa hace cinco años, cuando tenía 27. Pronto se cansó también de recoger tomates en Almería. Un amigo le habló entonces de la pesca. Lamin fue a Santander a hacer el cursillo obligatorio y su viaje ha acabado como un regreso al origen: desde hace año y medio está enrolado en un barco de Malpica (A Coruña). "Comparado con lo de la agricultura, esto es una maravilla", asevera sin dudar. "El patrón es una gran persona, cobro lo mismo que los españoles, los descansos están regulados y todos me tratan muy bien".
"Trabajan bien y no crean problemas", dice de los inmigrantes un armador de Burela
En el puerto de Burela (Lugo), Lamin hace de portavoz de su amigo Grogui Ndong, quien apenas habla español y tiene la mirada perdida mientras fuma con amargura. El hermano de Grogui, Mousa, era uno de los ocho marineros fallecidos en el naufragio del Siempre Casina, un pesquero de Burela, el principal puerto gallego del Cantábrico. Grogui y su hermano nacieron, como Lamin, en el pueblo de pescadores de Bassoul. También Souleymane Faye, otro senegalés que trabajaba en el barco hundido.
El Siempre Casina aunaba la continuidad familiar del viejo oficio con sus nuevas realidades laborales. Propiedad de un marinero retirado, Pedro Taboada, el barco tenía como patrón a un hijo suyo, Gerardo, y entre los tripulantes ya despuntaba la tercera generación, otro Gerardo, como su padre, de 24 años, el único superviviente. Pero el rol del Siempre Casina era también revelador de las transformaciones que están alcanzando a la pesca, hasta ahora mucho más refractaria que la agricultura a incorporar trabajadores inmigrantes. Seis de los nueve marineros del barco tenían origen extranjero.
Uno de ellos, Vitor Jorge Correia Lopes, de 25 años, era, en realidad, un burelense más, aunque procedente de la colonia local de caboverdianos que lleva tres décadas asentada en el pueblo y que fue la primera en buscar trabajo en la pesca. Hace cinco años empezaron a llegar los peruanos. Entre los primeros en establecerse estaban tres de los fallecidos esta semana, Jorge Luis Peña Ormeño, de 45 años, que con el tiempo se trajo a su mujer y sus tres hijos; José Santos Clavijo Mogollón, de 43, que prefirió dejar la familia en Perú, y Richard Gustavo Manchego Valdés, de 36, que se casó con una chica del pueblo y ya tenía una niña. Los senegaleses, los dos de unos 30 años, sólo llevaban tres meses y procedían de la flota de Ondárroa (Vizcaya).
A bordo de los pesqueros de bandera española trabajan 3.147 extranjeros, 1.012 comunitarios y 2.135 de países no pertenecientes a la UE, según los datos oficiales del Instituto Social de la Marina (ISM) de la Seguridad Social. Un tercio del total, 1.060, están enrolados en barcos gallegos.
Estas cifras no se corresponden con la realidad, según coinciden los representantes del sector. Sólo en Burela la asociación de armadores calcula unos 500, entre ellos muchos caboverdianos que ya tienen nacionalidad española. Hay marineros inmigrantes que no cotizan a la Seguridad Social porque sus buques están abanderados en otros países. "Y están los ilegales, no muchos aún, pero los hay", asegura Xavier Aboi, dirigente de la Confederación Intersindical Galega (CIG). "En puertos como Burela o Marín la mayoría están legalizados y en las mismas condiciones laborales que los gallegos. Pero conozco barcos de altura de Vigo que emplean ilegales con sueldos mucho más bajos".
"Hay inmigrantes porque aquí no encontramos marineros", coinciden dos armadores de Burela. "El nivel de vida ha subido mucho y la gente ya no quiere arriesgarse a un trabajo como el del mar. Los únicos jóvenes que se enrolaban eran chicos con problemas de alcoholismo y drogas, muy conflictivos a bordo".
La mayoría de los extranjeros conoce la profesión porque viene de zonas con tradición pesquera, de países como Perú, Ecuador, Marruecos, Senegal o Ghana. "Suelen conocer bien el oficio, aunque les cuesta un poco adaptarse a la tecnología", apunta Ángel Fernández, presidente de los armadores de Burela. "Pero trabajan bien y no suelen plantear problemas".
Carlos Chávez se había cansado de deambular entre trabajos temporales en El Callao, la gran ciudad portuaria de Perú donde nació hace 42 años. "Allí hay muchos pescadores y pocos barcos", explica. "Trabajas un tiempo en el mar, otro en la construcción, otro de vendedor... El país está tan mal que mucha gente ya pide que vuelva Fujimori". Carlos sólo lleva dos meses en Burela y le ha tocado vivir la desolación por la muerte de los tres compatriotas del Siempre Casina. Pero seguirá adelante: "Aquí puedes ganar 2.000 euros en una marea. Y con dos así, te haces una casa en Perú".
La ahora achacosa industria pesquera peruana se desarrolló en los años 60 con la decisiva aportación de cientos de marineros de Malpica, el primer puerto de la Costa da Morte. Cuatro décadas más tarde, el mundo parece del revés. Los jóvenes de Malpica se escabullen del mar y la más reciente incorporación a la flota del pueblo han sido una docena de peruanos. "Gente humilde y trabajadora", dice el secretario de la cofradía, Juan Antonio Vila. Como los gallegos que se fueron a El Callao.
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