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Columna
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Entre dos campañas

Antonio Elorza

El símil ciclista es aplicable a la actual coyuntura política de España. Después de la ascensión a un puerto largo y de suave pendiente, el referéndum sobre la Unión Europea, tras una bajada y unos kilómetros de descenso, llega lo que en argot del Tour se denomina un falso llano, en apariencia fácil, pero propicio a la ruptura de la unidad en el pelotón, en torno al primer aniversario del 11-M, preludio de la ascensión abrupta que lleva a las elecciones vascas.

Las primeras escaramuzas han puesto de relieve los valores, y también los límites, en cuanto al equipo, del líder de este Tour imaginario. El presidente Zapatero hizo cuanto estuvo en su mano para atraer los votos de los electores y para recordarles la importancia que tendría un buen resultado, tanto para el consumo doméstico, como para otros países europeos, en especial para Francia, donde persiste la división de opiniones. Lo que está en juego es mucho más que la entrada en vigor de este o aquel artículo. Un estancamiento en la construcción europea resultaría insuperable a medio plazo y, ante el balance de estos casi veinte años, es claro que a España le interesa una Europa cohesionada, que además reconoce el papel de los Estados miembros, incluso con una apuesta por su integridad territorial. Zapatero supo verlo e hizo una buena campaña en ese sentido. Más no se le puede pedir.

El sabor agridulce del resultado obliga, sin embargo, a preguntarse por los eventuales fallos, más allá de la incidencia del tradicional nivel bajo de interés en las consultas electorales sobre Europa. Y ante todo conviene destacar la insuficiencia en cuanto a la información desde el Gobierno y el PSOE. En el plano formal, estaba bien distribuir miles de ejemplares del texto de la Constitución, pero dada su complejidad hubiera sido preciso seleccionar para la opinión los aspectos esenciales, y no a través de citas leídas por Cruyff o Butragueño. A baja comprensión, distanciamiento primero, abstención después.

Los demás tampoco ayudaron. PNV y CiU estaban ahí en tono gris, porque los intereses económicos de sus bases no les hubieran permitido hacer lo que les pedía el alma, al ver rechazada la Europa de los pueblos, aspecto que sirvió de imán para el no de los nacionalismos populistas. Y sobre todo el PP emitió un mensaje conscientemente dual: vota-sí-pero-si-no-votas-fastidias-al-Gobierno. Elige a tu gusto. El primer comentario oficial de los resultados, a cargo de Acebes, tuvo en este sentido aires esperpénticos, ya que apenas celebrado el sí, se dedicó a mostrar los datos de una lista que llevaba preparada con los porcentajes de abstención en otros países europeos, para así estar en condiciones de proclamar el fracaso del Gobierno. Curioso europeísmo de campanario, similar al de Llamazares, feliz al sumar su no a otros noes y a las abstenciones para declarar ilegítimo al resultado. "Otra Europa es posible" -¿cuál?-, afirmaba IU al mismo tiempo que eran desenterrados eslóganes de los 60. La lección que diera Santiago Carrillo, en el sentido de que la izquierda debe implicarse en aquellos procesos favorables al progreso económico y a la democracia, ha sido completamente olvidada. La brújula gira entonces sin norte preciso, desde el discurso antisistema del no a la conversión del viejo partido-vanguardia en partido-lacayo del PNV en Euskadi, pasando por un razonable apoyo al Gobierno que pierde eficacia al encontrarse envuelto en ese caos.

Antes de que en Euskadi se enfrenten la vía de salvación propuesta por Ibarretxe y el estatutismo dividido de un PSE favorable al pacto, con el refuerzo de la naciente Aldaketa, y de un PP en busca de una convergencia constitucionalista negada, el 11-M debiera ser la ocasión para trazar de una vez la separación entre intereses de partido y asuntos de Estado. Las víctimas en primer término, y el conjunto de la opinión pública luego, no van a entender que el balance riguroso de lo sucedido, el repertorio de fallos y errores, y las medidas a adoptar, no sean fijados por un amplio consenso. Todo indica, sin embargo, una persistencia de la fractura, tanto en las declaraciones de partidos como en los periódicos, pegado cada a uno a su línea política partidaria de obligado cumplimiento. Zapatero y Rajoy debieran hacer conjuntamente algo para salir de este círculo vicioso.

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