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Esther Ferrer reflexiona sobre el tiempo y el espacio en una exposición fotográfica

Maribel Marín Yarza

Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) lleva más de cuarenta años dedicada a reflexionar sobre el tiempo, el espacio y la presencia. Lo mismo protagonizando performances, que creando instalaciones. Ahora retoma dos viejas series fotográficas para volver sobre los mismos temas en la Ganbara del Koldo Mitxelena de San Sebastián hasta el 16 de abril. "La verdad es que trabajo para mí. Y esta exposición es una reflexión sobre mí misma y sobre el tiempo de mi vida. ¿Qué pretendo? Nada. Pero si los espectadores reflexionan sobre el tiempo en alguna de sus dimensiones, ya he conseguido lo que quería", dice la artista.

Ferrer, conocida por su participación en el grupo Zaj, sus performances por ciudades de todo el mundo y sus artículos culturales en distintos medios, presenta el DVD Al ritmo del tiempo, dos imágenes de los huesos de sus manos y varias series de autorretratos. En la primera, habla del tiempo "que nos atraviesa", y lo hace exponiendo la transformación que ha experimentado su propio rostro. La artista se hizo varias fotografías, nada artísticas, "como de carné de identidad", en 1981, 1989, 1994, 1999 y 2004, y se dedicó a jugar con ellas. Las cortó por la mitad y las fue combinando. Los contrastes físicos se hacen evidentes.

Ferrer optó por protagonizar la serie para evitar problemas. Estaba realizando una obra sobre distintas partes del cuerpo, empezando por la cabeza y el sexo. "Cuando la gente preguntaba y les decía que iba a partir su cara, no les hacía ninguna gracia, así que decidí trabajar sobre mí misma". De hecho, la artista descompone su rostro en Autorretrato aleatorio, otra serie realizada con fotos cortadas y montadas sobre varillas móviles.

"Yo no sé si ustedes saben de dónde vienen y a dónde van. Pero yo no", afirmó ayer la artista durante la presentación de esta muestra, que viajará en abril al Círculo de Bellas Artes de Madrid y, posteriormente, a otras ciudades europeas y de Sudamérica con el Instituto Cervantes. Por eso lo escenifica en De la nada a la nada, un trabajo de 27 fotos en las que su rostro primero se intuye y luego va apareciendo poco a poco para volver a extinguirse.

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