_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La resaca del 20-F

Los partidos han reaccionado ante los resultados del referéndum del 20-F con interpretaciones rosadamente optimistas para su causa y sombríamente pesimistas para el futuro de sus adversarios. El análisis directo de los resultados del pasado domingo deberá ser completado necesariamente con encuestas post-electorales que permitan descubrir el paradero final de algunos contradictorios mensajes lanzados durante la campaña: las huellas dejadas por el no en los barrios más distinguidos de Madrid controlados por el PP delatan su doble juego ventajista. En cualquier caso, ninguno de los deseos albergados en secreto por las fuerzas políticas ha sido satisfecho por entero.

La clave de la sesgada lectura de los datos realizada una vez concluida la fiesta electoral descansa sobre el discreto ocultamiento de las expectativas previas de los partidos susceptibles de ser comparadas con los resultados. Las interpretaciones de los diferentes portavoces han competido en insinceridad respecto al cumplimiento de sus soterradas aspiraciones de hace unos meses. El 42,32% de participación en las urnas difícilmente puede ser considerado "muy satisfactorio" por un Gobierno que se adelantó a convocar el primer referéndum constitucional europeo con el prurito de servir de ejemplo a toda la Unión. El 76,73% de papeletas a favor del Tratado desmiente el diagnóstico de "fracaso" socialista formulado por el PP, cuya ambigua táctica de recomendar oficialmente el mientras a la vez promovía bajo cuerda o por las ondas el no y la abstención apostaba por una participación mínima y un alto nivel de rechazo a la Constitución que le permitieran lanzar a tambor batiente la campaña -todavía en sordina- para la disolución anticipada de las Cortes. Finalmente, los 2.400.000 noes deberán ser repartidos entre sus variopintos promotores oficiales (desde Izquierda Unida hasta el independentismo vasco y catalán, pasando por la ultraderecha) y están muy lejos de "poner en cuestión" la legitimidad del referéndum tal y como pretende Llamazares.

Más allá de la coyuntura española, situada entre la derrota sufrida hace once meses por el PP y la celebración de las autonómicas vascas convocadas anteayer por el lehendakari Ibarretxe, el referéndum del 20-F debería servir a todas las fuerzas políticas para reflexionar -de manera suprapartidista y transnacional- sobre la articulación de las citas europeas con el calendario electoral de cada país. El progresivo enfriamiento de los votantes en las consultas europeas se halla correlacionado con el crecimiento geopolítico de la Unión y la complejidad de su arquitectura institucional y de sus mecanismos de toma de decisión. El primer aviso de que la construcción de un eventual demos europeo no seguiría los pasos de la formación histórica de los Estados miembros vino con la frustración de las esperanzas depositadas a partir de 1979 en la elección directa del Parlamento de Estrasburgo como alternativa a su designación en segundo grado por los parlamentos nacionales; entre aquella convocatoria y la última cita de 2004, la participación ha descendido 18 puntos, superando la abstención el 70% en Polonia, Eslovenia y Chequia.

La resistencia de los ciudadanos europeos a secundar las elecciones de las instituciones de la Unión con la misma intensidad que las convocatorias -refrendatarias, legislativas, autonómicas o municipales- de sus Estados es juzgada con demasiada frecuencia en términos censorios, pesimistas o catastróficos. Pero echar la culpa de la abstención a la indolencia de los votantes o al insuficiente esfuerzo de los partidos para desasnarles en materia comunitaria significaría reducir la política a moral o a pedagogía. Por lo demás, la interpretación según la cual el no y la abstención habrían sido la vía para protestar contra los insuficientes avances de Europa hacia instituciones comunitarias más transparentes, participativas y democráticas -en detrimento de las competencias de los países miembros- confunde los efectos con las causas y atribuye indebidamente a la actual ciudadanía de la Unión las características de los demos nacionales.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_