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Columna
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Confusión

Afloraron las dudas colaterales que sospechábamos acudirían tanto en cada una de las opciones ante el referéndum cuanto en el significado final de unos resultados bastante confusos para el común de los espectadores. Si de entrada el elector tiene ante sí cinco opciones (sí, no, en blanco, nulo voluntario o abstención), una detallada prospección de las mismas las multiplica por dos o por tres, elevándolas hasta quince posibilidades: sí convencido (como el mío), sí estratégico sin convicción, y por contaminación; no convencido, no estratégico, y no por contaminación; en blanco porque no se tiene criterio para el sí o el no, en blanco como testimonio fehaciente del hecho de participar y en blanco para no perjudicar al previsible ganador; nulo voluntario como expresión creativa de una protesta quizás contra el procedimiento, la oportunidad o la banalidad de la consulta, nulo por equivocación o nulo por aplicación de alguna norma demasiado severa en el escrutinio...

Pero con ser estas opciones de suyo naturales en los procesos electorales sincréticos, la confusión ante los números sin matizar y la conversión de la excepción en regla a la hora de los análisis precipitados con etiqueta partidista adosada aumentan la complejidad de la lectura de los resultados, y provoca una confusión superlativa en la de la cita del domingo pasado.

Para evitar esta multiplicación de los despropósitos argumentales quizás debería haberse convenido previamente qué podía constituir un éxito razonable, qué un fracaso relativo y qué una catástrofe; que yo sepa, sólo el PP había advertido que una participación por debajo del 50% podría considerarse un fracaso para los convocantes (el Gobierno), lo que, por cierto, a posteriori, se ha querido interpretar como un guiño a la abstención. Convenidos los umbrales del éxito y del fracaso, las lecturas del día siguiente no habrían tenido este carácter de vodevil ridículo donde las cifras se manejan al antojo de la más peregrina de las procacidades discursivas, y los analistas prudentes no estaríamos entre perplejos y vencidos ante la estolidez de algunas voces.

Sólo una identificación pormenorizada del voto puede alejarnos de asertos falaces. Sí, claro, en algunas zonas de las grandes ciudades valencianas donde EU jamás cosechó más del 1% de los votos, no sólo se disparó la participación con respecto a la media de la ciudad sino que el porcentaje de noes refleja que sólo pudo salir de un yacimiento, si se conviene que del voto socialista no pudo ser; y, cuando nos alejamos de las grandes ciudades, en nichos de voto conservador no se mantiene la pauta de noes aludida, o que en feudos de izquierda, donde EU es relativamente fuerte, el sí es más abrumador que en lugares donde hay mayor equilibrio entre los bloques de derecha e izquierda; y que, en fin, la pauta de una alta participación está bastante ligada al menor tamaño de hábitat, con abrumadora ventaja del sí, no dan para pontificar sobre el porcentaje que cada saga de votantes aporta al sí o al no, y que sólo un trabajo de análisis mesa a mesa (ya que no disponemos de los habituales datos de las encuestas exit-pool, que, al parecer, en esta ocasión no habrían realizado ni la Delegación del Gobierno en la Comunitat Valenciana ni la propia Generalitat Valenciana) comparado con datos electorales de comicios próximos en el tiempo (las generales de marzo pasado, o las recientes europeas) puede arrojar conclusiones serias sobre los sufridos números.

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