Tres saltos para alcanzar a la historia
Los referendos de los últimos 29 años trataban de reparar el retraso de España respecto a las democracias europeas
En aquella mañana lluviosa del 6 de diciembre de 1978, el secretario general del Partido Comunista, Santiago Carrillo, aquejado de bronquitis y con fiebre, interrumpió su reposo en cama para acudir a votar. El líder del primer partido de la oposición (PSOE) y figura emergente, Felipe González, concentrado en la preparación de la emocionante jornada olvidó que era el cumpleaños de su hijo David. El ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, atenazado por las prisas y las responsabilidades, dejó abandonado el documento nacional de identidad en la mesa de votación. Y el principal representante de la derecha más conservadora, Manuel Fraga, ex ministro de Franco, fue de los primeros en acudir a votar, para dar ejemplo. A la salida del colegio electoral, a las 9.10, declaró a los periodistas: "Aquí hay ciudadanos responsables, que madrugan: monjas, profesionales, yo mismo..."
Era el primer referéndum desde la Guerra Civil en que todos los españoles podían votar con libertades plenas. Y dieron un amplio respaldo a la Constitución. En el referéndum de dos años antes, el 15 de diciembre de 1976, habían abierto la puerta por donde luego entró la democracia, y en el de ocho años después, el 12 de marzo de 1986, rubricaron el anclaje de España en la Comunidad Europea al aprobar la permanencia en la OTAN. Las tres consultas se desarrollaron en día laboral, un miércoles, y concitaron una notable, aunque descendente, movilización ciudadana: en 1976 participó en la votación el 77,7%, y en el de 1986, el 59,4%.
Ahora, en el cuarto referéndum en 29 años, España por primera vez no somete a consulta popular una decisión para reparar un retraso histórico sino para ir a la par con el resto de Europa.
LA REFORMA POLÍTICA (15 de diciembre de 1976) 94% de 'síes'
El referéndum de 1976 permitió la transición de la dictadura a la democracia. Realizado seis meses antes de las primeras elecciones con presencia de partidos políticos desde que acabó la Guerra Civil, concitó el más alto porcentaje de participación en los referendos realizados desde entonces hasta hoy. La posibilidad de dejar atrás el franquismo e iniciar una nueva etapa -aún sin saber exactamente cuál sería el punto de llegada- llevó a las urnas al 77,7% de los españoles con derecho a voto. Y su pronunciamiento a favor de un futuro en libertad fue casi unánime, más amplio incluso que el que, en una situación ya democrática, refrendó la Constitución: el 94% de los votantes dijeron sí a la denominada Reforma Política.
Con ella, los franquistas y quienes desde el interior del régimen veían inevitable su transformación, accedían a establecer vías para la participación de los ciudadanos a través de asociaciones políticas -se rehuyó el término partidos-, que debían cumplir ciertos requisitos, diseñados en parte para evitar la legalización del Partido Comunista.
La oposición, agrupada en la plataforma Coordinación Democrática, denunció que el referéndum se realizaba sin las condiciones normales en un país democrático e invitó a la abstención. Pero evitó descalificar esa vía de apertura, y posteriormente aceptó la reforma otorgada para transformarla en reforma democrática.
LA CONSTITUCIÓN (6 de diciembre de 1978) Consenso sin precedentes
La jornada de votación del miércoles 15 de diciembre de 1976 se desarrolló en unas circunstancias excepcionales, por la presión del terrorismo de extrema izquierda y por la pervivencia de los rescoldos del Estado predemocrático. Aquel fue uno de los dos días que el GRAPO dio de plazo al Gobierno para que excarcelara a 15 presos de esa organización bajo la amenaza de "pasar por las armas" a Antonio María de Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado, al que tenía secuestrado. Pese a todo, los españoles apostaron por dar paso a una nuevas reglas de juego en la convivencia política. El 6 de diciembre de 1978, la Constitución elaborada con un consenso sin precedentes, en el que participaron los principales partidos políticos de izquierdas y de derechas, centralistas y nacionalistas, fue aprobada por el 88,5% de los votantes. Pero la abstención (32,8%), superior a la prevista, suscitó preocupación porque reflejaba la falta de compromiso de los nacionalistas vascos con la Constitución así como la actitud recelosa, o de rechazo, de sectores de la derecha más intransigente. En aquellas fechas, si bien Manuel Fraga (Alianza Popular) se esforzó en arrastrar a sus seguidores hacia el sí en el referéndum, a la vez se hacía eco de las reservas de la derecha y anunciaba su propósito de reformar la Constitución en cuanto fuera posible.
Algunos dirigentes políticos admitieron que el propio consenso -un acuerdo que incluía las principales aspiraciones de todos pero que no satisfacía del todo a nadie- pudo enfadar, y desmovilizar, a sectores de las bases de los partidos.
En todo caso, el dato más inequívoco era el de los resultados en Euskadi: la abstención alcanzó el 55,3%, mientras que en Cataluña (32%) estuvo incluso por debajo de la media nacional (32,8%). El porcentaje de votos afirmativos en el País Vasco (70,2%) también fue inferior al registrado en Cataluña (91%) y en el conjunto de España (88,5%). Esa muestra de falta de entusiasmo con el texto constitucional estaba relacionada con la posición del PNV, que propugnó la abstención, y ha sido utilizada posteriormente por ese partido para cuestionar la aceptación de la Constitución en Euskadi. No obstante, desde el momento en que acordó abstenerse, el PNV se instaló en la ambigüedad, ya que manifestó que su postura "no pone en cuestión todos los aspectos positivos que tiene" el texto constitucional.
El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez (UCD), criticado por quienes le reprochaban la evolución hacia un Estado no confesional, que reconocía el derecho al divorcio e implantaba una estructura territorial autonómica, defendió que la Constitución "amparará a todos por igual".
El líder del primer partido de la oposición, Felipe González, (PSOE) subrayó que "ésta es la Constitución de todo el pueblo" y precisó que se trataba de un texto que no solucionaba los problemas sino que abría la puerta para hallar soluciones acordes con los nuevos tiempos.
LA OTAN (12 de marzo de 1986) Un compromiso muy arriesgado
El 12 de marzo de 1986, la mayoría de la sociedad española ayudó al Gobierno socialista, que contaba con mayoría absoluta, a salvar un obstáculo que él mismo se había puesto en el camino: supeditar la permanencia de España en la OTAN al resultado de un referéndum. Años después, Felipe González reconoció que había sido un compromiso electoral que entrañaba un riesgo excesivo. De hecho, la opinión pública estuvo muy dividida durante la campaña previa al referéndum, y el resultado de la votación, en la que participó el 59,4%, fue que ganó el sí con el 53% de los votos emitidos y el no ascendió al 40,3%. En una campaña que los adversarios del Gobierno calificaron de avasalladora, González encontró una muletilla que ayudó a su éxito: preguntar quiénes iban a "gestionar" el no si triunfaba. Lo que daba a entender que él no sería.
Tras el escrutinio, el Gobierno se esforzó en cerrar heridas e interpretó la victoria como "un triunfo del pueblo español", mientras los adversarios de la OTAN -en especial Izquierda Unida- y los defensores de la abstención -Coalición Democrática, liderada por Fraga- consideraba el resultado una "victoria moral" de sus posiciones.
Si el referéndum de 1976 afianzó a Adolfo Suárez como presidente del Gobierno y el de 1978 marcó el comienzo de su declive, porque había quedado culminada su tarea de conductor de la transición, el de 1986 minó de forma irreversible las posibilidades de Fraga para conquistar electoralmente la presidencia del Gobierno. Con la esperanza de desgastar al Ejecutivo presidido por Felipe González, el líder de la derecha se dejó arrastrar y promovió la abstención en la consulta sobre la permanencia en la Alianza Atlántica. Una postura incongruente con sus convicciones en materia de relaciones internacionales, incomprensible para el electorado moderado y contradictoria con la posición de todos los partidos conservadores del mundo occidental.
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