Usted decide

¿Es usted perfecto? Tal vez lo sean sus padres, su cónyuge, sus hijos, sus amigos, su coche, su casa, su barrio, su equipo de fútbol. ¿Ah, no? No me diga que no cree usted en las perfecciones y verdades absolutas que tanto abundan en las religiones y en las mentes iluminadas. ¡Vaya! Tanto se queja usted de la aridez, complejidad, sesgos, errores y omisiones de la Constitución europea que por un momento he pensado que usted vivía en un mundo perfecto. No elegimos las cosas por su perfección o porque satisfagan totalmente nuestros deseos, sino porque se acercan a ellos más que otras alternativas.

Todos los tratados europeos y sus diversas modificaciones han sido parciales, tímidos, componendas, males menores. ¿De qué otro modo es posible poner de acuerdo a los actuales 25 Estados miembros, los actuales candidatos, las instituciones europeas y diversas organizaciones sociales y empresariales (todos ellos participaron en la elaboración de la Constitución europea)?

Países ricos y pobres, gobiernos de derechas y de izquierdas, católicos, laicos, musulmanes, nórdicos y mediterráneos, chicos y grandes, agrícolas e industriales, de uno y otro lado del antiguo telón de acero, tan distintos entre sí como cada uno de nosotros. ¿Le parece a usted mucho mejor, más claro y apetecible, algo del estilo del plan Ibarreche, que satisface bastante a una mitad de la población, acogota a la otra y pone de los nervios al 95% de los españoles? ¿Le parece a usted que Europa ha mejorado en estos últimos 50 años y España en los últimos 20? Pues ha sido a consecuencia de ese modo de ser de la UE, tan insatisfactorio según las apariencias.

Mejorar la realidad democráticamente es mucho más lento y gris que algunas otras alternativas fáciles y tentadoras, pero la realidad compleja e imperfecta sólo se deja dominar con instrumentos igual de complejos e imperfectos. Usted decide.