Pedro Santana Lopes, un populista de derechas
Los sondeos auguran la derrota del primer ministro
Pedro Santana Lopes no busca sólo votos: pide además cariño. Y que le abracen. Pero la atípica petición del populista primer ministro de Portugal, nacido en Lisboa hace 48 años, no parece que vaya a ser atendida: todas las encuestas auguran su derrota en las elecciones del domingo.
"Necesita cariño / necesita ternura / necesita que le abracen", reza la primera estrofa de Niño guerrero, la canción que escogió como himno de campaña. Con esta elección, como tantas otras veces, quedaron estupefactos amigos y enemigos de este político que desde hace 25 años nada a contracorriente, con un estilo que exaspera y apasiona sin término medio.
Abogado de verbo fácil y seductor, estudió en la Universidad de Lisboa en los agitados años de la revolución, en los que coqueteó con la extrema derecha empleándose a fondo en el combate -no sólo retórico- contra los comunistas. Allí conoció a José Manuel Durão Barroso, en súbito tránsito desde el maoísmo al neoliberalismo: compartieron piso de estudiantes e iniciaron juntos una larga marcha, llena de altibajos, la mayor parte del tiempo como enemigos íntimos.
A menudo se le compara con Silvio Berlusconi, como él populista y futbolero
Fue Durão, no obstante, quien le aupó desde la alcaldía de Lisboa al puesto de primer ministro cuando, el pasado julio, partió hacia Bruselas. No tenía elección: desde que en 2001 le arrebatara al socialista João Soares la alcaldía de la capital contra todas las encuestas y por sólo unos centenares de votos, Santana Lopes se había convertido en el número dos del PSD tras años como enfant terrible que desafiaba al establishment del partido. A veces a los venerables dirigentes les hacía incluso sacar los colores por su constante presencia en la prensa del corazón, que alcanzó su cenit cuando fue pareja de Cinha Jardim, la musa del papel couché portugués, y en los más extravagantes shows televisivos.
Aunque ferviente católico, ha estado casado tres veces -suma cinco hijos, de 12 a 23 años- y le ha encantado cultivar una imagen de engominado ligón de discoteca que con el tiempo se convirtió en mácula para sus aspiraciones políticas. Demasiada fiesta para un puesto de tanta responsabilidad como el de primer ministro en tiempos de crisis. El mismo PSD amenaza ahora con descoyuntarse por los temblores provocados por su jocundo presidente.
De niño mimado de Francisco Sa Carneiro -sólo la casualidad explica que no estuviera junto al primer ministro cuando se estrelló el avión, en 1980- pasó al ostracismo con Aníbal Cavaco Silva, quien nunca digirió tanto ajetreo. Trastabilló entonces del plató de televisión a la presidencia del Spórting de Lisboa -nueve meses-, y de derrota en derrota en los congresos del partido. Hasta que en 1997, en plena travesía del desierto, ganó la alcaldía de Figueira da Foz, una ciudad playera a 200 kilómetros de Lisboa a la que ofreció un modelo inspirado en la Marbella de Jesús Gil.
Envalentonado, apostó después por Lisboa y ganó cuando nadie lo había previsto. Cuando los barones del PSD se dieron cuenta, estaba sentado en San Bento, el palacio de Gobierno. Sus meses como primer ministro han sido un compendio de infortunios y de propuestas lanzadas con la misma rapidez con que han sido rectificadas poco después, cuando otro micrófono asomó. "Es un hombre muy inquieto, con muchas ideas, siempre quiere mejorar", dice su sucesor en la alcaldía, António Carmona Rodrigues, tras acompañarle en un paseo por la calle de Augusta, una de las arterias comerciales de Lisboa
A menudo se le compara con el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, como él populista, futbolero y con gran dominio de las cámaras. Pero para asemejársele necesitaría controlar algún medio de comunicación, que le han mostrado gran animadversión. Las elecciones se acercan y los cuchillos se afilan a su espalda, pero sus pretorianos no dan la batalla por perdida: "Es como un gato, tiene siete vidas; siempre que lo han dado por muerto ha resucitado", afirma José Paulo Fafe, uno de sus amigos inseparables, mientras un acicalado Santana Lopes estrecha manos y pide votos. Cuando despliega su mejor sonrisa, incluso logra arrancar entre la gente de la calle los abrazos que tanto ansía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.