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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La herida de la naturaleza

Para muchos lectores, entre los que me cuento, La tierra purpúrea es un libro legendario. Hudson, escritor inglés nacido en Argentina en 1841, escribió, además del presente, otros dos libros que pueden considerarse más o menos autobiográficos: Allá lejos y tiempo atrás (Acantilado, 2004), recuerdos y estampas familiares y de formación, y A Hind in Richmond Park, un libro extraño y hermoso que se centra en la relación de la naturaleza y los sentidos. Hudson era, sobre todo, un observador genial y, casi podríamos decir, abusivo, afortunadamente. Quizá provenga de su dedicación a la ornitología o quizá ésta naciera del amor a la naturaleza del autor, pero lo cierto es que el ojo de Hudson, su receptividad a los estímulos de todo paisaje, fuera humano o natural, levantó una obra formidable, un relato de vida cuya más alta expresión quizá sea el libro que ahora nos ocupa.

'La tierra purpúrea'

W. H. Hudson.

Traducción de Miguel Temprano. Acantilado. Barcelona, 2005. 328 páginas. 18 euros. La terra porpra.

Traducción catalana de Xavier Pàmies. Quaderns Crema. Barcelona, 2005. 336 páginas. 18 euros.

'La era de cristal'

Traducción de Estela Gutiérrez. Minotauro. Barcelona, 2004. 224 páginas. 14 euros.

La tierra purpúrea -que así la denomina a causa de la sangre que la ha teñido- cuenta un viaje por la Banda Oriental, que más tarde se llamaría República Oriental del Uruguay, desde Montevideo, a donde ha llegado en compañía de su esposa, raptada al padre, hasta volver a Montevideo. Lo que contiene entre medias es una sucesión de episodios, cada uno de los cuales contiene una historia. A lo largo del viaje asistiremos a la transformación que se produce en el joven Ricardo Lamb, inglés, que deja a su mujer en la ciudad y sale al campo a buscar trabajo. La gente de la Banda le parecen un hatajo de salvajes de costumbres incomprensibles o insoportables para una mente como la suya; pero, poco a poco, el contacto con la gente le va mostrando el otro lado, el sentido de la vida de esa gente, y como viajero sensible y despierto empieza a entender. Esa cualidad admirable que es la de saber ponerse en el lugar del otro hace presa en él, ayudado por unos cuantos personajes extraordinarios.

Por el libro desfilan asesinos, bandoleros, matones, estancieros, peones, revolucionarios, soldados, jueces, gauchos... y mujeres. Todos ellos son vistos en toda su importancia humana por el viajero; todos -sean comparsas o protagonistas de cada episodio- están dibujados con rigor y gracia y con una autenticidad admirable. Hay algunos de poderosa presencia, como el general Santa Coloma o Jack el Matador; los hay que actúan en grupo -los borrachos ingleses, los vencidos que cuentan sus historias en torno al fuego-; y los hay que apenas pasan de costado, mas su presencia, aunque mínima, es tan imprescindible como la de los más atendidos, lo cual habla de la exigencia narrativa del libro. Lo que desfila ante nuestros ojos es una Banda Oriental -preludio de lo que será Uruguay- convertida en una especie de salvaje Oeste donde no hay más ley que la de vida y muerte. Y añadiré que las personas que hoy se preguntan por el origen de la violencia en América Latina harán bien en leer este libro, porque así se cocieron muchos países en su propio caldo.

Sin embargo, es un libro her

mosísimo, lleno de belleza, donde el amor por la naturaleza se manifiesta en todo cuanto rodea y acaece al joven Lamb; un relato donde la gente muestra esa otra cara de cordialidad, hospitalidad, sacrificio y calidad humana que nunca desaparece bajo la barbarie. Como señala Ezequiel Martínez Estrada, el libro "es principalmente una descripción psicológica y social de un mundo, de un orbe de cultura (...); para decir qué es lo que había despertado en él (en Hudson) la comprensión clara de un enigma, le era menester el ambiente humano, el clima, la temperatura, la fauna y la flora espirituales (y materiales, añado yo) y sentimentales de ese país. Aquí había descubierto la razón válida de su amor por la naturaleza transferida al plano de la historia humana". No creo que se pueda describir mejor este libro: el hombre que abrió las puertas de la naturaleza por su afición al reino vegetal y animal, principalmente los pájaros, encuentra en este libro la puerta del hombre a la naturaleza.

Y las mujeres. El desfile de caracteres es impresionante. Unamuno, en el epílogo a la edición española de 1928, dice: "¡Y qué mujeres! ¡y qué españolas esas mujeres! Paquita, Dolores, Margarita, Mónica, Anita, Demetria, Candelaria, Cleta... Por ellas sólo viviría este libro. Esas mujeres son todo un paisaje del alma eterna del pueblo". Son, verdaderamente, figuras excepcionales admirablemente captadas por un joven que no deja de manifestar su inclinación hacia ellas. Personajes dramáticos de una pieza, como Dolores; personajes tan románticos como Margarita; personajes encantadores y naturales como Candelaria... todas ellas van conformando el nudo narrativo de manera aparentemente desligada, pero perfectamente trabada por un admirable manejo de materiales psicológicos. Porque La tierra purpúrea no es una novela, pero merecería serlo en cuanto a la creación de personajes. A caballo entre la narración y la relación de sucesos, cabalgando del prejuicio a la realidad, Ricardo Lamb nos acompaña por un libro soberbio, una oportunidad como pocas de alcanzar con la imaginación y, permítaseme decirlo, con las manos y los sentimientos a la vez, un mundo, un orbe de cultura, una lección de vida inolvidable y un verdadero canto por la tierra amada.

La era de cristal sí es un texto literario y, además, de género específico: la Utopía. Creo que, salvo la bellísima Mansiones verdes (que Acantilado promete publicar en breve), nunca le fue adicta la fortuna a Hudson como novelista puro. Esta historia de una sociedad organizada en comunidades matriarcales que viven en armonía con la naturaleza y están absolutamente fuera del mundo, es un tanto previsible y artificiosa, aunque la pluma de Hudson impide que se desplome. Pero voy a citar como curiosidad unas palabras del propio autor acerca de las Utopías: "Detesto todo sueño ilusorio de una paz perpetua, toda maravillosa ciudad del sol, donde la gente pasa su monótona y desabrida existencia en contemplaciones místicas (...) Si el signor Gaudentio di Lucca (...) se me apareciera aquí en el presente momento para decirme que la santa comunidad, con la que moró en el África Central, no era un mero sueño, y ofreciera conducirme a ella, me negaría a acompañarle. Preferiría quedarme en la Banda Oriental, aun cuando haciéndolo, llegara a ser, por último, tan perverso como el peor bandido en ella". Escrito en 1885. En 1887 escribió La era de cristal, sin pasión.

El Río de la Plata a su paso por Uruguay.
El Río de la Plata a su paso por Uruguay.AGE

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