Los rostros españoles de la Constitución
El Tratado constitucional que el domingo votan los españoles es el resultado de miles de horas de negociaciones y debates protagonizados por cientos de personas encargadas de pactar un difícil consenso aceptable en 25 países con 450 millones de habitantes. Los padres de esta Constitución necesitaron 28 meses para cerrar el nuevo Tratado de la Unión, el primero elaborado con unas altas dosis democráticas, el primero en el que los Gobiernos no han ejercido el monopolio de la reforma de espaldas a la calle, porque el proyecto fue redactado a puerta abierta con la participación de decenas de parlamentarios nacionales y eurodiputados. El domingo, la palabra la tienen los ciudadanos españoles.
La historia comenzó en Bruselas a las tres de la tarde del 28 de febrero de 2002, bajo presidencia española de la UE. Era la sesión inaugural de la Convención europea y la crisis de Irak abría ya profundas heridas entre los Gobiernos. Pese a todo, la Convención en primer término, y después los Gobiernos en la Conferencia Intergubernamental (CIG), ya a puerta cerrada, lograron llevar el barco a buen puerto en junio de 2004.
LA CONVENCIÓN
Presidida por el ex presidente francés Valéry Giscard D'Estaing (entonces 76 años), y con el belga Jean-Luc Dehaene y el italiano Giuliano Amato como vicepresidentes, en este foro de 28 países (los 15 de la UE de entonces más 13 candidatos, Turquía incluido) se integraron 56 parlamentarios nacionales, 16 eurodiputados, un representante de cada Gobierno y dos comisarios. Giscard les obligó a sentarse por orden alfabético en los 26 plenos que hubo, con el fin de dificultar rápidas confabulaciones por familias políticas o por países.
Decidieron todo por consenso, no por unanimidad, sin votaciones, y siempre en debates abiertos al público. Concluyeron su proyecto el 10 de julio de 2003 tras 1.812 intervenciones. Sus 23.546 documentos de trabajo, incluidos más de 1.100 de ONG y otras organizaciones de la sociedad civil, eran colgados de inmediato en la Red y aún están disponibles en http://european-convention.eu.int
El Preámbulo del nuevo Tratado reconoce la labor de los convencionales al expresarles el agradecimiento de los líderes europeos "por haber elaborado el proyecto de esta Constitución en nombre de los ciudadanos y de los Estados de Europa". Los recortes introducidos después por los Gobiernos, sobre todo con las líneas rojas impuestas por Londres, no desvirtuaron la esencia del proyecto, conservado en un 80% en opinión de Giscard.
LOS ESPAÑOLES
La representante del Gobierno fue Ana Palacio, sustituida después por el diplomático Alfonso Dastis. Los dos fueron muy activos, pero pasaron a la historia de la Convención por su férrea oposición al nuevo reparto de poder que acabó imponiéndose. Ese fracaso se produjo pese a que España fue el único país que tenía a dos de sus ciudadanos, los dos del PP, entre los 12 integrantes del Presidium u órgano directivo de la Convención: Ana Palacio y el eurodiputado Íñigo Méndez de Vigo.
Por el Parlamento español acudieron a la Convención los socialistas Josep Borrell, hoy presidente de la Eurocámara, y Diego López Garrido, que siempre se apuntaron a las tesis más europeístas, así como los populares Gabriel Cisneros y Alejandro Muñoz-Alonso, que dejaron el protagonismo a los representantes del entonces Gobierno del PP. Entre los eurodiputados, el socialista Carlos Carnero fue uno de los más combativos al apostar desde el comienzo por una primera Constitución para Europa que pocos veían factible.
La mayor relevancia, no obstante, correspondió a Méndez de Vigo (PPE), quien encabezó la representación de la Eurocámara. Participó en todos los cenáculos en los que se negociaron los temas más espinosos, en ocasiones bajo la presión de defender acuerdos del Parlamento Europeo que eran contrarios a las tesis que defendía entonces La Moncloa. Tanto él como Cisneros tuvieron la valentía de apartarse en ocasiones de la línea más ortodoxa del PP y buscaron fórmulas flexibles sobre el reparto de poder, lo que les costó algún serio disgusto.
Pese a sus diferencias ideológicas, los representantes españoles mantuvieron un buen nivel de colaboración. A partir de octubre de 2003, ya en la Conferencia Intergubernamental, sólo Palacio, como ministra de Exteriores, y Méndez de Vigo, de nuevo la voz de la Eurocámara, siguieron en primera línea el proceso que, para España, tuvo su cenit en el estrepitoso fracaso de la cumbre europea de diciembre de 2003, cuando Aznar y el polaco Leszek Miller hicieron descarrilar el primer intento de cerrar la Constitución.
El cambio de Gobierno en España en marzo dio entrada a nuevos protagonistas y a un aire de esperanza. Sólo tres meses después, el 18 de junio, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro Miguel Ángel Moratinos y el secretario de Estado Alberto Navarro brindaban en Bruselas con sus homólogos por la primera Constitución europea cerrada esa noche.
Otros españoles contribuyeron también a ese resultado. Es el caso de Camilo Vilariño, asesor de los dos ministros de Exteriores en todo el proceso, o de Marta Arpio y María José Martínez Iglesias, ambas redactoras de los textos jurídicos en el pequeño equipo montado por Giscard en Bruselas.
LOS PRIMEROS ESPADAS
Si Giscard comparó la Convención europea con la de Filadelfia, él quiso ser en Bruselas a la vez Washington, Franklin, Madison y Hamilton, los padres de la Constitución norteamericana redactada en 1787. De la mano del ex presidente francés salieron muchos borradores del articulado, a veces sin consultar a nadie, lo que le valió importantes revolcones en el Presidium. Siempre en una silla más alta que el resto, Giscard fue enérgico y hasta autoritario, pero también exhibió una gran inteligencia y habilidad en aras del europeísmo en el que milita. "A veces, parte de posiciones euroescépticas para llegar a posiciones federalistas; un genio", decía de él el convencional francés Jean Louis Bourlanges.
Pero quienes levantaron los debates más profundos fueron los ministros miembros de ese foro. El elegante francés Dominique de Villepin, el convincente alemán Joschka Fischer o el batallador británico Peter Hain aportaron sus mejores artes. El eje franco-alemán, promotor de las propuestas conjuntas más europeístas, chocó siempre con el muro de Hain, apoyado a veces por la española Palacio, los polacos y dirigentes del Este, celosos guardianes de la soberanía de sus países. Cuenta Méndez de Vigo que, cuando Fischer llegó a la Convención con meses de retraso, le dijo a Hain: "Peter, he oído que hasta ahora aquí mandabas tú; pues bien, yo he venido para impedir que lo sigas haciendo".
Tampoco faltó la voz de los euroescépticos, perfectamente representada por el danés Jens-Peter Bonde, quien se despidió el último día con esta queja: "Después de esto, ya sólo nos falta que acabe habiendo un solo pueblo europeo".
Pero el objetivo final estaba por encima de discusiones y peleas. Al abrirse la Convención, Giscard D'Estaing había dicho a los reunidos: "Si nos sonríe el éxito, podrán ustedes regresar a sus países, ya sean ustedes italoeuropeos, angloeuropeos o polacoeuropeos, con el sentimiento de haber contribuido a la escritura de un nuevo capítulo de la historia de Europa". Lo hicieron.
El domingo, los españoles escribirán con votos su particular capítulo de esa historia que arrancó hace ahora tres años con el mensaje que el ex presidente francés lanzó para cerrar su discurso: "Soñemos Europa. ¡Viva Europa!".
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